Vejez sin pensión: historias de lucha en Villavicencio

Vejez

En Colombia, la vejez es una etapa llena de desafíos ya que muchos adultos y adultas mayores deben enfrentar una lucha diaria por sobrevivir. A pesar de la reciente aprobación de la Reforma Pensional en el Congreso, los efectos aún están por materializarse, dejando en vilo el futuro de quienes más lo necesitan.

Por: Lina Cubillos y Simón Zapata.

A propósito de esto, el pasado 14 de junio, el Congreso de la República aprobó la Reforma Pensional que tiene como una de sus principales apuestas, sacar de la pobreza extrema a personas de la tercera edad por medio de un ingreso. Actualmente, el Gobierno Nacional, mediante el programa Colombia Mayor, brinda un subsidio económico a más de un millón setecientos mil beneficiarios y beneficiarias, que varía entre $80 mil y $225 mil. 

Sin embargo, esto resulta insuficiente y el resto de personas que no pueden acceder se enfrentan a mayores retos. En Villavicencio la situación no se aleja del resto del país. Por eso profundizaremos en tres historias de personas que actualmente no tienen una pensión y evidencian la necesidad de generar un cambio estructural en el sistema pensional para garantizarles una vejez digna. 

Sin casa y sin trabajo

Durante su vida, Margarita Caicedo trabajó en los oficios de casas de familia, en el cuidado de adultos y adultas mayores. La labor jamás le reconoció el acceso a un sistema de seguridad social, por lo tanto, no cotizó pensión, “Como ellos me necesitaban a mí y yo a ellos me decían: ‘le pagó tanto por cuidar a mi papá’. Por la necesidad, uno acepta”.

La llegada de la pandemia y el fallecimiento de las personas que cuidaba, la dejaron en una situación incierta, pues quedó sin trabajo. Este le permitía pagar el arriendo, los alimentos y los pasajes para desplazarse. 

Entre la preocupación y la incertidumbre, Margarita aceptó la propuesta de vivir en una habitación que una amistad le ofreció, y también recibir el apoyo de una iglesia. Esto le garantiza actualmente, al mínimo, como un lugar donde dormir y la alimentación. Sin embargo, el no tener su propio espacio y depender, genera en ella inquietudes e incomodidades.

A sus 78 años, está a la espera de que su único hijo vuelva al departamento del Meta y puedan vivir juntos en una casa en Cumaral. Sin embargo, esto no es del todo seguro.

Foto: Simón Zapata

Trabajar para subsistir 

Luz Elena Saldarriaga y su compañero Rigoberto Herrera salen todos los días desde el barrio Guayabal de Villavicencio, a trabajar reciclando y vendiendo bolsas de basura. La artritis tiene postrado en una cama al padre de ella desde hace cuatro años. 

Desde los siete años Luz Elena trabajó en casas de familia y en restaurantes. “Ahora, como estoy viejita, ya no le dan trabajo a uno”. Cuenta que una vez pidió empleo donde había un letrero en el que se solicitaba ayudante de cocina. “Me preguntaron cuántos años tengo, respondí que tenía 74 años y me dijeron que necesitaban gente joven, porque de pronto me resbalaba y me fracturaba un hueso. Eso lo hace sentir mal a uno porque uno todavía sirve, todavía puedo caminar, lavar, planchar, el oficio que me pongan”.

Toda su vida trabajó por el día a día y nunca le informaron nada acerca de la cotización a pensión. “Tanto trabajar y no tengo nada, como dice el disco”, expresa. Cuando no les va bien en el trabajo, Luz Elena y Rigoberto deben comer solamente caldo con cebolla. En las jornadas con lluvia se vuelve más complicada ya que se les imposibilita salir. 

A Luz Elena le preocupa el futuro por la situación de su padre enfermo. Considera que una vejez digna implica “que le paguen a uno la pensión para que a uno no le toque salir a trabajar después de viejito”. 

Entre la vejez y la salud

Al preguntarle a Lucas Romero cómo llegó a Mi Dulce Hogar “Casa del Abuelo”, fundación sin ánimo de lucro ubicada cerca a Porfía que ofrece residencia a personas de avanzada edad, él responde: “¿Tenemos qué empezar por ahí?”.

Proviene de San Luis de Gaceno y empezó a trabajar a los nueve años. Se pasó la vida recorriendo departamentos como Casanare, Meta, Vichada, Vaupés, Guainía y el Guaviare. Cuenta que este último lo conoce “de arriba para abajo”. Laboró algún tiempo como raspador de la hoja de coca y en laboratorios para transformarla.

Se dedicó al trabajo de llano por pago mensualizado, una actividad que implica tareas ganaderas como el ordeño y enlace del ganado, entre otras. Al llegar a una edad avanzada y después de complicaciones de salud, se vio en la necesidad de depender de su sobrina y su esposo, quien le indicó que debía buscar otro lugar para vivir. Lucas nunca tuvo hijos, y su esposa ya había fallecido.

Se enteró de la fundación por medio de la trabajadora social de la clínica donde recibe la diálisis. Después de intentarlo por segunda vez, logró obtener un cupo para ingresar. Actualmente lleva nueve meses en este lugar. “En el hogar tiene uno la comida, la ropa en adelante. Uno no compra nada, ni jabón. Es como recibir casi una pensión”.

La Fundación Mi Dulce Hogar “Casa del Abuelo», se sostiene a partir de donaciones que realizan quienes de manera voluntaria buscan aportar al sostenimiento de este lugar. Actualmente viven 21 adultos y adultas mayores.

Foto: Simón Zapata

Los Centros Vida

Mercedes Parra asiste al Centro Vida del barrio Popular desde hace tres años. Le gusta ir a este espacio no sólo por la alimentación que les ofrecen, refrigerio y almuerzo, sino también por las diferentes actividades que realizan, lo que la hace mantener ocupada. “Una en la casa se aburre y se duerme y aquí hay ejercicios, hay una psicóloga, una se amaña”, comenta.

Actualmente, los Centros de Protección Social, conocidos como Centros Vida, son coordinados por la Alcaldía de Villavicencio y buscan ofrecer un espacio donde las personas mayores de 60 años pueden acceder de manera gratuita a alimentos, actividades lúdicas y culturales, apoyo en psicología, trabajo social y enfermería. 

Los contratos deben dar cumplimiento por sólo 90 días, lo cual indica que las garantías para las personas mayores que ofrece la institucionalidad, son temporales. Margarita, Luz Elena y Rigoberto, asistían a Centros Vida cercanos a sus hogares, pero actualmente no están en funcionamiento. 

Mainardy Martínez, líder de la Fundación Mi Dulce Hogar “Casa del Abuelo” comenta que las y los adultos mayores en Villavicencio “se encuentran en un abandono total”. Considera que el apoyo que se les brinda a las personas por medio de los Centros Vida son insuficientes. “Usted se fue y se comió su comidita, pero sigue durmiendo en la calle. Le calman la barriguita, pero el frío, el sol, la noche y la lluvia siguen…”

Mientras cambios estructurales e integrales se ejecutan, como la Reforma Pensional recientemente aprobada, personas como Margarita, Luz Elena, Rigoberto y Lucas seguirán esperando que el Estado les garantice una vejez digna.

Foto: Simón Zapata

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