“Ser afro es ser descendiente de una diáspora, de un grupo poblacional que no quiso estar acá, aun así, ser afro es infinitas maneras de estar en el mundo”.
Mi nombre es Darwin Josué Meléndez Cox. Soy afro. Nací en la comunidad de Bluefields, Nicaragua, lo que antes fue un protectorado británico. Mi experiencia en Colombia ha sido gratificante. He podido descubrirme como académico y también como parte de una familia que vive sus luces y sus sombras. La premisa de que el riesgo es que te quieras quedar caló profundamente en mí, debido a las muchas realidades que descubrí. La realidad colombiana se muestra a través de sombras y luces en su devenir histórico, lo cual refleja algunas de las dudas que yo tuve cuando me acerqué al país por primera vez.
Mi primera vez con Colombia fue en un intercambio estudiantil en el año 2009, con la Universidad Javeriana. Antes de venir acá vivía en Costa Rica. Me dedicaba a estudiar pensamiento político y económico. Parte de esos estudios fueron en la Universidad de Costa Rica, así como en la Universidad Arnulfo Romero del mismo país. Desde que llegué acá me descubrí feliz y así me sentí durante el año de intercambio. Ese año también hubo un acercamiento a algunas causas sociales que me conmovieron, por ejemplo, Techo para mi País, en el cual conocí muchos voluntarios que trabajaban en Ciudad Bolívar.
En ese entonces, mi primera idea era simplemente estar en Colombia durante el año de intercambio. Dejé Colombia en enero del 2010. Regresé a Costa Rica a terminar mis estudios, pero la curiosidad que me dejó Colombia hizo que regresara en marzo del año 2012, exactamente el 3 de marzo. Aún recuerdo ese día, fue quizás uno de los días más felices de mi vida, puesto que sabía que mi llegada al país significaría otras miradas, otras perspectivas de vida.
Amo la academia, siempre he sentido un amor profundo por ella. Quería estudiar acá porque me acercaba más a lo que considero la realidad latinoamericana, a la filosofía latinoamericana, al devenir latinoamericano. Me matriculé en el programa de pregrado de la Universidad Santo Tomás: licenciatura en filosofía, pensamiento político y económico. Las nuevas dinámicas de vida y académia fueron matizadas por muchas de las producciones que tiene la Universidad Santo Tomás en torno al pensamiento latinoamericano. Aunque he de decir con vehemencia: eché de menos un pensamiento afrocolombiano. No fue visible en un primer instante. No es tangible, ni en las publicaciones ni en el debate intelectual colombiano.
Sé, que los gobiernos han intentado esforzarse respecto a este tema, sin ir más lejos, cuando hablan de inclusión social, en donde pretenden visibilizar las minorías étnicas. A los afros siempre los presentan como comunidades vulnerables, lo cual suena paradójico, porque cuando pienso en vulnerabilidad, también podría pensarse en la sociedad colombiana en su conjunto. Lo cual me hace sentir que el afro y otras minorías siguen siendo como un apéndice de la sociedad colombiana. Por muchas razones me he dedicado a intentar estudiar esto, a leer a autores que dan luces en torno a estos temas y evidentemente no es solamente una realidad colombiana sino una realidad que comparten los países de América Latina. Viví en Nicaragua, crecí allí, en donde la situación del afro es muy parecida a la de Colombia. También viví en Costa Rica, hay mucha similitud con ambos países. Las decisiones de la comunidad afro siguen siendo tomadas desde gobiernos centralizados que muchas veces no comprenden su vida.
Fue curioso venir a Colombia porque me descubrí como un afro acá. Sin embargo, no sé cómo tomar esto, algunos compañeros de la Universidad me decían: “Tú eres un afro distinto, eres un negro distinto” y yo pensaba, ¿es que acaso hay una sola manera de ser afro?, ¿a qué se referían?, ¿me hacían un cumplido o me insultaban? Incluso me llegaron a decir: “eres como un negro aburguesado”. No sé si les parecía extraño que tuviese aspiraciones académicas o a mi deseo de comprender. Aun así, no quise ver en estos cuestionamientos algo despectivo, simplemente se me vino a la cabeza que, quizás la imagen del afro colombiano, del negro colombiano, es otra.
Confieso que no sé bailar, no sé bailar salsa. Descubrir que yo no cumplía con muchos de los estereotipos sociales de lo que es un negro en Colombia, me interpeló. Hablo bien español, lo pronuncio bien, no solamente unas palabras masticadas. El castellano no es mi primer idioma, es el inglés. Es el idioma con el que crecí, sin embargo, aprendí español a los nueve años y desde entonces me he dedicado a profundizar en el idioma, a comprenderlo, a vivirlo. Aunque bueno, no me quiero desviar del tema, quiero volver a mi idea: me descubrí afro en Colombia.
En ese descubrimiento, me di cuenta que el afro colombiano me percibe como el otro. Lo cual tuvo como consecuencia, vivir una doble interpelación, es decir, no soy colombiano, pero tampoco soy un afro colombiano tradicional. He intentado acercarme a la comunidad afro y usualmente se me percibe como el distinto, como el que no es de acá, el que no entiende la manera propia de ser afro en Colombia.
Y bien, en esas telarañas, hay quienes me han preguntado: “¿qué significa ser afro para ti?”, y eso me ha hecho pensar y no encontrar respuestas claras. Aunque puedo decir que, me descubro como un extranjero. No quiero limitar esta palabra para hablar solamente sobre mi situación en Colombia. Me he descubierto extranjero en Nicaragua. Me he sentido extranjero en Costa Rica y en Colombia. ¿Por qué afirmo esto? Porque siempre me he descubierto como un descendiente de una diáspora que llegó a América, que quizás fue la única que no quiso estar en aquí. Los europeos quisieron estar en América, por sus razones de extracción, de conquista, de apropiación. Los indígenas ya estaban acá, ésta era su casa. El único que no quiso estar acá es el afro. El africano nunca quiso estar en este continente.
Ser afro para mí es ser interpelado con la consigna de que ser afro es no ser de acá. Yo creo que mucho de eso deviene de cosas como estas: el indígena sí acogió al español, sí recibió al conquistador y aun lo sigue haciendo, pues adoptan la forma del hombre blanco, quieren ser como él. Hay una aceptación. En cambio, las condiciones con las que vino el afro acá son distintas y nunca se le ha acogido. Nunca se le va a acoger de una forma plena. Por ejemplo, los gobiernos actuales hablan de inclusión social y aunque pareciera que es la forma más correcta de abordar esta situación, yo no quisiera hablar de inclusión, yo quisiera hablar de restitución. Me parece más esencial, más a la raíz del problema; restituir. Incluir es como hacer a alguien parte de un club. Nosotros no queremos un trato preferencial, cuando digo esto no me refiero sólo a Colombia, sino a Nicaragua y a Costa Rica. Quisiéramos ser restituidos en nuestra esencia, en la historia que hacemos, en la historia en la que se nos educa.
Sé de historia indígena latinoamericana. Conozco de los aztecas, de los mayas, de los incas. Sé de cómo eran sus dioses. Sé de las pirámides. Sé de los españoles. Sé de judeocristianismo… No obstante, no sé de mis ancestros. He ido a bibliotecas en donde hay pocos libros de historia ancestral africana y me toca estrellarme con algo desgarrador: pareciera que el negro no tiene historia. Lo paradójico es que sí tenemos voz y queremos que nuestras voces se oigan, pero pareciera que cuando el negro quiere hablar es molesto. Cuando el negro quiere ser escuchado es fastidioso escucharlo. Nadie quiere escuchar al negro. Se ha visto a otras minorías ser reparadas, financieramente, intelectualmente, históricamente, pero al negro no.
A pesar de todo lo dicho, intento ser un pensador, un intelectual. Me forjo bajo estas dialécticas. He recibido vertientes anglosajonas directas, todo ello en el Caribe. Desde el mismo territorio en el que habitaron mis ancestros y sus realidades como personas, aunque ya sabemos, no eran considerados personas, sino como seres vivientes de una diáspora. Entonces, como afro, en territorio que habitaron también mis ancestros, fui educado desde paradigmas eurocentristas.
Creo que la interpelación más grande que recibí en Colombia fue haber conocido africanos. Conocí a dos marfileños, dos senegaleses y un gales. De estos amigos, de los africanos, puedo decir que me ven como un distinto. Uno de los senegaleses me dijo: “pero tú no eres negro, tú eres lo que llamamos en inglés light skin, una piel liviana, you’re a mix”. Entonces, en África yo tampoco cumpliría con los estándares de lo que es un negro. O sea, no soy negro en Colombia, por mi forma de ser, por mi forma de llevarme y tampoco soy negro en África. La última vez que estuve en Estados Unidos actualizando una información en la base de datos, la persona que estaba recibiendo la información era una mujer negra y, cuando yo dije que soy negro, me dijo: “¿dónde naciste tú?”, le respondí: “yo nací en Bluefields, Nicaragua” – “¿Hablan español?” – “Sí” – “Entonces tú no eres negro, tú eres hispánico”. Por tanto, ella tomó la decisión por mí, puesto que puso en el sistema: hispánico.
Ahora estoy en Villavicencio y aunque hay muchas otras cosas que ocupan mis pensamientos, relacionadas con mi vida académica, lo que he planteado siempre ronda mi cabeza. La primera vez que vine a Villavicencio tenía un afro gigante. He visto que en la selección Colombia hay al menos tres jugadores con afro, creo que Cuadrado, tal vez Carlos Sánchez, pero cuando yo caminaba por las calles de esta ciudad la gente se quedaba viéndome tan intensamente, como si nunca hubiesen visto a un negro con afro. Pensé que puede que la población negra acá sea invisible o poca y siendo honestos, he visto pocos negros. Y bueno, para no salir de mi asombro, descubro que hay estudios en torno al afro metense. Una categoría totalmente nueva para mí. Es como si de un momento a otro empezara a escuchar: afro bogotano, o afro boyacense… El término afro metense me hizo pensar que acá, en esta región hay negros, pero invisibilizados, pero los hay.
Ahora bien, me redescubro como un afro latino, porque también me siento latino. Mi realidad no se parece a la de un estadounidense afro. Siempre tengo negritud en mí, y en todos los lugares que visito, siempre soy el Otro, el que no es de aquí ni de allá. No he ido a África, pero estoy seguro de que, si voy, seguiré siendo el distinto. Seguiré siendo el Otro. Tengo un pelo crespo, pero no es tan crespo como lo fue el pelo de mis ancestros, o como el cabello de mi madre. Sé que me verán como el Otro: el que habla español.