La Nohora, un barrio de Villavicencio fundado por familias desplazadas por el conflicto armado, cuenta con un museo comunitario que relata las vivencias y el esfuerzo de sus habitantes por construir una nueva vida en la ciudad.
En una esquina de Villavicencio se encuentra el barrio La Nohora. Comenzó a construirse a finales de los noventas y principios de los dos mil, principalmente por personas desplazadas víctimas del conflicto armado, muchas de ellas provenientes de municipios del sur del Meta como El Castillo. Desde el año pasado, se ha consolidado un museo comunitario que relata la historia de lucha y resistencia de esta comunidad.
Para llegar al museo, se debe entrar al barrio por la cancha de arena. Las calles son destapadas y en ellas se ven algunos hogares en construcción, que reflejan el crecimiento continuo del territorio. Hay lotes en venta, y en las aceras, algunas familias observan cómo cae la tarde. Un niño y una niña juegan con el barro, mientras pasan motos y las casas prefabricadas se mezclan con la vista cercana de la cordillera. Un sector del barrio está construido sobre una pequeña montaña.
El Castillo: historia de un éxodo por el conflicto armado
Primero llegaron 12 familias el 28 de noviembre de 1999, a las siete de la noche, desde Mapiripán, Puerto Alvira y Puerto Rico, desplazadas por el conflicto armado. Poco a poco, más personas se fueron sumando. Luis Bustos llegó al barrio en el 2002 desde el municipio de El Castillo. Ese año otras 170 grupos familiares, según el líder, llegaron a este territorio provenientes de 18 veredas del mismo pueblo.
Luis recuerda que El Castillo era un lugar de “tierras fructíferas, se trabajaba en comunidad, y había mucho goce social. Sembrabamos café, cacao y vivíamos en paz.” Luego del rompimiento de los diálogos de paz en el Caguán entre el Estado Colombiano y la guerrilla de las FARC-EP, según el Centro Nacional de Memoria Histórica, “se incrementaron las acciones militares en los municipios que hicieron parte de la Zona de Distensión, -donde se desarrollan las conversaciones de paz-, pero también en los territorios vecinos, donde se puso en marcha la operación “Conquista”.
En el libro Ariari: memoria y resistencia -cronología de la agresión 2002-2008-, del Centro de Investigación y Educación Popular -Cinep- se documentó que esta operación militar “fue desarrollada por unidades militares pertenecientes a la Fuerza de Despliegue Rápido -Fudra-, la Fuerza Aérea Colombiana y tropas de los batallones 21 Vargas y Albán, de la Brigada 07, con la participación de ‘civiles’ armados de la estrategia paramilitar”.
Luis afirma que en esta operación “muchos campesinos los asesinaron, otros los desaparecieron, otros fueron pasados como falsos positivos”. Él huyó con uno de sus hijos buscando ocultarlo, ya que habían recibido amenazas de reclutamiento por parte de los paramilitares. Luego regresó a buscar a su esposa, su hijo y sus otras dos hijas.
Comenzó a levantar su casa en La Nohora, la forró con plástico negro, paroid. Con el paso del tiempo la edificó a la par que otras familias hacían lo mismo. La comunidad trabajaba en mingas, ayudándose entre sí alrededor de la olla comunitaria. Luis cuenta que enfrentaron estigmatización por «tala de bosque en reserva forestal, apropiación de bienes del municipio y por ser invasores profesionales». Recuerda especialmente una vez que llegó la policía, el Departamento Administrativo de Seguridad DAS y el Ejército en el 2004, pero los vecinos y vecinas defendieron su nuevo territorio y con el paso del tiempo construyeron una casa para el adulto mayor y un colegio.
Contra la estigmatización y por el derecho a la ciudad
Las comunidades campesinas de El Castillo y la región del Ariari motivadas por el arraigo a su territorio, comenzaron a reunirse en el 2003, recientemente desplazadas, para considerar la posibilidad de regresar, aunque todavía estuvieran en su municipio grupos armados. Entre los liderazgos de esta iniciativa se destacaba el de Reinaldo Perdomo Hitey quien fue asesinado el 12 de agosto de 2003.
Luego de la muerte de Reinaldo se fundó la Comunidad Civil de Vida y Paz -Civipaz- que contó con el apoyo de la Misión Claretiana de Medellín del Ariari y la Comisión de Justicia y Paz. Se brindó apoyo y acompañamiento psicosocial para que las familias desplazadas se organizaran.
Luis cuenta que estas familias sufrían estigmatización por ser en su mayoría de El Castillo. “Se decía que todos éramos guerrilleros comunistas o colaboradores de la guerrilla”. A pesar de esto, se logró fortalecer el tejido social y la memoria histórica de la comunidad. Participaron en la creación de la mesa de víctimas del departamento y a nivel nacional.
Según Luis, tienen derecho a la ciudad porque «todos los colombianos somos ciudadanos, y en la ciudad es donde llega todo lo que sacamos del campo. Nosotros, los campesinos, también podemos compartir en la ciudad, porque podemos hablar con las instituciones y vender nuestros productos en la plaza. Tenemos derecho a la educación, la salud y todos los programas sociales que hay en la ciudad y que también deben llegar a los habitantes del campo».
Cuando empezó La Nohora, las primeras casas eran muy diferentes a las que tenían en el campo. Comenzaron desde cero, con recursos que obtenían de los transeúntes y pidiendo ayuda en la plaza. Lo llamaban el «refugio de olvidados» porque se sentían abandonados por el Estado.
El museo que narra la lucha y la resistencia de una comunidad
Este museo comunitario fue hecho de manera colectiva entre habitantes de la comunidad y fue beneficiario del 1° Concurso de Museos comunitarios y espacios de memoria de la capital del Meta, de la Corporación Cultural de Villavicencio -Corcumvi-. Olga Pinto, presidenta de la Junta de Acción Comunal del barrio, destaca que abuelos y abuelas del barrio estuvieron presentes en los diferentes talleres, brindando sus historias para enriquecerlo. Incluso realizaron representaciones pequeñas de las casas que construyeron cuando llegaron, de barro, plástico, lona, bahareque.
Se exhiben objetos simbólicos como un cepillo para trabajar la madera y una piedra que representa el lavadero de ropa. La representación de la primera iglesia del barrio tiene su espacio en el museo. La piña como motor económico y su festival realizado en este barrio también están presentes, ya que sirvieron para arreglar las calles, visibilizar el barrio y unir a la comunidad.
El museo también tiene un espacio para otras artesanías y obras artísticas de los abuelos y abuelas, como Luis, Vicente, Domingo, Evelia y Cecilia. Un mural muestra la evolución de las casas de lona y plástico a casas de material. Una silueta azul rinde homenaje a las víctimas de desaparición forzada del barrio con la frase «donde hay luz hay vida». Otro de los lugares recuerda a las demás víctimas del conflicto armado. “Enciende tu luz por tu ser querido perdido”. Además, se pretende crear un espacio para escuchar, por medio de auriculares, los relatos de quienes protagonizan esta historia.
Desde El Cuarto Mosquetero informamos que en el 2021 la Comisión de la Verdad estaba recogiendo relatos del conflicto armado en La Nohora. El resultado es un microdocumental en el que “tres sobrevivientes del conflicto armado cuentan cómo vivieron el éxodo del campo hacia la ciudad de Villavicencio”.
El 04 de diciembre de 2022, en el marco del Festival de la Piña, el entonces alcalde Felipe Harman, expresó que la Alcaldía había emitido la Resolución 1000-67.20077 “por medio de la cual se legaliza y regulariza urbanísticamente el asentamiento humano de origen informal denominado LA NOHORA”.
Olga explica que aunque se haya emitido esta resolución, la titulación de los predios todavía no se le ha entregado a la comunidad. Los vecinos y vecinas todavía no tienen las escrituras de sus casas. Quedaron regularizados los sectores dos, tres, cuatro, partes del cinco y del uno. Quedaron pendientes el sector siete y una sección del uno, además de una fracción del sector cinco que se encuentra en la ronda del caño, lo que implica que es zona de alto riesgo.
Este barrio recibe su nombre porque antes estos terrenos le pertenecían a una señora llamada Nora, que todavía está viva. Hoy, La Nohora cuenta con aproximadamente 5000 habitantes según Olga y por medio del museo comunitario, cuenta el testimonio de su lucha por el derecho a la ciudad y la paz de los campesinos y campesinas desplazadas, quienes han forjado una nueva vida en este territorio y luchan constantemente contra la exclusión de la ciudad y resisten por el derecho a una vivienda digna.
Lea también: Museo comunitario cuenta la historia de una vereda de Villavicencio