Al Guayabero se puede entrar por la vía Puerto Rico o por San José del Guaviare. Foto: Edilson Ariza.

Llegué al Guayabero junto con mi compañero Edilson Ariza por la vía Puerto Rico, así que sin siquiera haber arribado a Nueva Colombia, donde actualmente se concentran las confrontaciones entre la fuerza pública y los campesinos, las primeras quejas de habitantes de las veredas de este municipio, fue que su “peor error” fue acogerse al PNIS, ya que no les han cumplido lo pactado en el proceso de sustitución de cultivos de uso ilícito, lo que ha generado desplazamiento, pobreza y/o que nuevamente se tale selva virgen para cultivar coca, el único producto que en territorios de difícil acceso, les da lo del plante y les deja para suplir los gastos básicos del cultivador y su familia.

Para llegar a Nueva Colombia por la vía de Puerto Rico en tiempos de pandemia, hay que tener transporte propio y un permiso de la Junta de Acción Comunal, pues el ingreso es restringido, ya que allí aún pueden vivir tranquilamente libre de covid-19, sin tener miedo de salir de la casa, incómodos con lo que supone usar tapabocas para trabajo de campo y distanciarse en un lugar donde todos viven como si fueran hermanos.

En primera medida viajamos en moto desde Villavicencio a Puerto Rico, alrededor de cuatro horas, seguidamente se toma un camino sin pavimentar, donde ya una moto que no es para trocha, debe andar con cuidado, pero con la suficiente velocidad para evitar que de camino lo coja la lluvia, o sino sí empezaría el viacrucis, como nos explicaban pobladores de este municipio. Después de 10 minutos se llega al “ferry”, un planchón que transporta desde una orilla a la otra, a motociclistas y hasta a carros pequeños para que el Ariari no se convierta en un obstáculo.

Guayabero: el inicio de historias en el olvido

Después de aproximadamente tres horas de camino y pasar algunos puestos de control que han puesto las Juntas de Acción Comunal para controlar el acceso de personas que posiblemente podrían tener el virus y llegado el caso ponerlas en cuarentena en lugares que han destinado para ello –una realidad de casi todo el Guayabero, pero también de muchas zonas rurales del país-, se llega a La Esperanza, en donde la vía aún es relativamente uniforme. “Sí, esta es una autopista”, me dijo un campesino cuando le preguntamos si faltaba harto para llegar y si toda la vía era igual de fea. Desde ahí es hora y media de una trocha con partes más feas que otras, hay mucho barro, pero los conductores expertos ya saben en qué parte patinan menos, pero eso no evita que muchos se caigan allí.

Guayabero: meses de estigmatización y desamparo

Al llegar al Guayabero, comprendí que, desde hace 108 días –a esa fecha-, todas sus mañanas empezaban igual, la mayoría de campesinos se van a los “tajos”, lugares donde están sus pequeños cultivos y donde hay presencia de la fuerza de Tarea Conjunta Omega a erradicar. Gran parte de las mujeres se quedan en el casco urbano encargándose de la educación de sus hijos y la comida para quienes no van a tropelear, pero disponibles para acudir a la ayuda de sus esposos, hijos y padres si la situación empieza a salirse de control; otras/os se encargan de la elaboración de los alimentos para quienes están cuidando su fuente de sustento y otros pocos, los llamados “raspachines” en la jerga popular, se van a trabajar, porque de ellos depende también toda la comunidad y garantizar ingresos en unos meses donde no han podido llevar a cabo lo que son para ellos sus jornadas laborales. Después de algunas horas raspando, llegan a los puntos a respaldar los plantones pacíficos que adelantan los habitantes de las veredas que componen este territorio.

Guayabero: el miedo entre ráfagas de fusil

En este territorio, todas y todos han estado relacionados directamente con el conflicto armado. Vieron transcurrir sus días observando como autoridad a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, FARC, quienes incluso históricamente en zonas donde tenían presencia, fomentaban los trabajos comunitarios en la construcción de carretables, escuelas, entre otras. Muchos, o se fueron a hacer parte del grupo armado o tienen un primo, un hermano, un vecino o un amigo que engrosaron las filas de combatientes. Algunos tuvieron que ser desplazados o ver desplazarse a alguien cercano que tuvo desencuentros con este actor armado y/o cualquier otro que haya entrado al territorio y finalmente, también perdieron vidas en el marco de un conflicto que duró más de 52 años y que aún no termina.

Por ello, me encontré con campesinos, desplazados, víctimas del conflicto armado, pero también con excombatientes que hacían parte de los plantones permanentes. Todos protegiendo el cultivo que los alimenta a ellos y/o a sus familias, o exigiendo por lo menos que todo se haga de manera concertada, dialogada y no por la fuerza.

Huirle a la verdad, una forma de pervivir en un territorio en conflicto

El tiempo apremiaba y aunque los operativos se estaban concentrando en Nueva Colombia, debíamos ir a La Reforma y a La Tigra, ya que, allí podríamos dimensionar lo que significaba el incumplimiento del PNIS. No obstante, al campesinado del sur del Meta le preocupaba quedarse sin el equipo de periodistas cubriendo los operativos, pues mientras hay personas externas en la zona, normalmente los militares evitan hacer uso de la fuerza para erradicar; Mario decidió quedarse, nosotros continuamos en dos motos en trochas con bastante greda, luego recorreríamos Caño Cabra en canoa disfrutando de hermosos paisajes, comprendiendo la belleza selvática.

Muchos de ellos se enferman al estar expuestos a los fuertes químicos que se requieren para la fabricación. Foto: Lina Álvarez.

En La Reforma visitamos un laboratorio mientras recogíamos testimonios de las personas que allí habitan y quienes nos esperaban para contarnos sobre su miedo a la fumigación aérea, a que los operativos llegaran a éstas zonas -semanas después así sería- cómo habían sufrido años antes con la arremetida militar y que mientras algunos tenían puestas sus esperanzas en el programa de sustitución, otros simplemente continuarían subsistiendo del único cultivo que era rentable para ellos, la coca. Seguidamente nos dirijimos a La Tigra donde estuve a punto de dudar si era una vereda habitada.

Cuando decendimos nos encontramos con un silencio sepulcral, casas cayéndose a pedazos, solo al fondo el ruido del río, pero no había ni perros como en las otras veredas que solían abundar. Después de caminar por un callejón, nos encontramos a dos mujeres sentadas tomando Costeñita, nos miraron con desconfianza, saludaron a Gallito quien es querido en la zona por todos y nos dijeron que aprovecháramos que detrás del colegio, en el billar, había reunido un grupo relativamente grande de personas ya que el día anterior habían adelantado una gallera en la vereda. Fuimos, eran en realidad tan solo cinco personas, pero fueron suficientes para comprender que en La Tigra las familias tuvieron que desplazarse cuando no les cumplieron con el PNIS y se quedaron sin qué vivir, las pocas que resistían ya no temían a las amenazas del Gobierno si incumplían los acuerdos, ellos estaban sembrando de nuevo.

Tanto el grupo de personas, como las dos mujeres evidenciaron que se encontraban sin promotora para el puesto de salud, sin docentes para que los pocos niños que quedaban estudiaran y con incertidumbre sobre lo que les depararía el futuro como comunidad.

Un mensaje que aún se lee en la entrada de la vereda. Foto: Lina Álvarez.
El Centro de Salud de La Tigra no está abierto para prestar el servicio de salud a quienes habitan en ésta vereda, pero sí se ha convertido en un lugar para secar ropa y hacer de bodega. Foto: Lina Álvarez.

El 26 de agosto madrugamos con Gallito para Caño Cabra, allí podríamos llegar por tierra, así que decidimos dividirnos en equipos. Edilson y Mario permanecerían en Nueva Colombia que es donde se están concentrando los operativos y yo me iría con el reportero de Voces del Guayabero para la vereda donde días después llegarían las tropas del Ejército a erradicar. Podría narrarles con detalles el miedo que viví al irme en la moto con este campesino sonriente, quien llevaba varios meses sin poder manejar moto a causa de su mano herida y quien en realidad no podía hacer mucha fuerza para maniobrar la moto, pero teniendo en cuenta la urgencia de visitar el mayor número de veredas durante nuestra estadía en el Guayabero, tuvo que asumir el reto de recorrer 40 minutos en una trocha dura y yo asumir el reto de no demostrarle mi desconfianza. Del piso no podíamos pasar.

En el Guayabero no para la zozobra

En realidad, nos rindió, tuvimos el tiempo suficiente para hablar con el docente de la escuela, con estudiantes, con padres de familia, visitar un laboratorio bastante alejado donde procesan la coca y hasta dialogar con integrantes de la Junta de Acción Comunal. Antes de las 2:00 de la tarde ya estábamos de regreso en el centro poblado de Nueva Colombia, varias horas antes que mis compañeros, quienes llegarían cayendo la tarde. Pero algo había sucedido.

-Imagínense que a Edilson lo hirieron- le comunicaba esta mujer mayor, de cabello gris con abundantes ríos de cabellera plateada, a Gallito.

-¿Cómo así? ¿Qué pasó?- preguntó asustado.

-¡Yo no sé! Eso por allá se puso feo, y le cortaron con una peinilla el pie- le respondió un poco tosca doña Eulalia. Seguidamente me miró.

-Debería ir a grabarlo, todavía no se ha dejado hacer curación-

Así que nos fuimos a hablar con su hijo, el hombre que había sido herido esa mañana en la que se presentaron nuevamente confrontaciones entre la comunidad desarmada, con el Ejército Nacional. En primera medida lanzaron disparos al piso al parecer para dispersar a los campesinos, quienes adelantaban una barrera humana de manera pacífica. Sin embargo, mientras un grupo exigía a las tropas que respetara sus garantías durante el plantón pacífico que adelantaban, Edilson fue herido por un arma corto punzante en su talón. La “peinilla” atravesó la bota y le causó una herida que requirió que fuera atendida en el caserío, por lo que fue trasladado de inmediato.

Sin embargo, el ataque a Edilson Herrera significó que los ánimos de ambas partes se tornarán tensionantes, pero después de algunos incidentes, todo terminó sin más heridos. La comunidad teme que con el paso de los días puedan aumentar las agresiones, especialmente cuando los periodistas de El Cuarto Mosquetero y de otros medios que nos encontramos en la zona, retornemos a nuestras oficinas.

Horas después me encontré con mis compañeros, quienes me contaron que fueron al terreno donde el 08 de agosto tuvieron retenidos a los jóvenes. En las fotos se puede reconocer un gran número de cartuchos de diversos tipos de armamento acumulados por los lugareños para evidenciar lo sucedido, la cantidad de balas debió ser proporcional al miedo que tuvieron quienes estaban en medio del fuego cruzado. Pero también había partes de camuflado, donde probablemente quedaron mutilados los soldados luchando una guerra ajena y quienes activaron las minas puestas por grupos residuales, detonante para que las tropas activaran su armamento y que en el medio quedaran las y los campesinos.

Al día siguiente fuimos sólo durante la mañana al plantón permanente en la vereda de “Los Dantos”, una pareja de campesinos acuerpados, de piel trigueña donde la gente acostumbrada a usar sobrenombres, los puso de ese modo al asociarlos con esta raza de mamíferos.

Ella es excombatiente, pero prefiere no hablar de ello, allí las personas temen reconocer su pasado debido al proceso de estigmatización que se vive en la zona. Muy poco pudimos hablar, pero vi cómo sin descanso preparó los alimentos de quienes estaban en ese punto donde el Ejército algunos kilómetros más allá durante varios días había intentado adelantar su tarea de erradicar. Nos llamaron por el radio, pedían la presencia de prensa, en ese momento estábamos Gallito, Edilson y yo.

De camino nos encontramos con Mario junto con otros campesinos, no los habían dejado pasar hasta donde se encontraban los campesinos cuidando los tajos.

-¿Por qué no podemos pasar?- pregunté a dos soldados que estaban impidiendo el paso.

-Porque tenemos la orden de no dejarlos pasar-

-Nosotros somos de prensa, solo vamos a tomar unas fotos-

-El camino es peligroso-

-¡Pero qué va a ser peligroso si nuestros compañeros acabaron de pasar!- empezaron a refutar los campesinos con los que nos encontrábamos.

-Eso es ustedes, con ellos es diferente, hay minas por estas zonas-

-Por acá no hay minas, todos los días pasamos por acá- respondió uno.

¿Ósea que, si aquí hay minas, ¿por qué nos dejan pasar y a ellos no? ¿Nuestras vidas no valen acaso? Le respondió indignado otro.

-No es eso, es que ellos son de prensa, si les pasa algo nos metemos en problemas-

-¿Pero si allá están los campesinos, por qué nosotros no podemos pasar? Nosotros no nos salimos de los caminos- le respondimos como equipo de prensa.

-Es que están haciendo unos operativos, es peligroso pasar-

-¿Operativos de qué?-

-Nosotros estamos hablando con ellos por radio, y nuestros compañeros nos dicen es que están erradicando, nada más-

Silencio por parte de los uniformados.

-¿De qué son los operativos?- le pregunté.

-Están desactivando una mina- respondió.

Después de 20 minutos, llegaron más y más campesinos, no hubo forma de no dejarnos pasar, la excusa de estar desactivando un artefacto explosivo fue desmentido por los campesinos que estaban más adelante, al final dijeron que los foráneos podíamos pasar bajo nuestra responsabilidad. Avanzamos, efectivamente no había ningún operativo, sólo estaban erradicando, los campesinos llegaron a no permitirlo, esta vez, el Ejército no intentó hacerlo por la fuerza, simplemente se retiró de la zona.

El sol estaba insoportable, la ropa sudada se pegaba a los cuerpos, pero se volvía algo rutinario, no parecía importarles, desayunamos en la zona, ya que no habíamos alcanzado a hacerlo antes, en varias partes había sido deforestado recientemente, por lo cual, en donde nos sentábamos, también se nos tiznaba la ropa. Al final, al ver que no teníamos mayor información que recoger en la zona, nos fuimos al pueblo para entrevistar a las demás personas y a tener las últimas clases con el equipo de Voces del Guayabero.

Llovió, hasta una simple llovizna para las motos significa que las trochas quedan intransitabes. Foto: Lina Álvarez.

Al día siguiente nos levantamos muy temprano, nos bañamos a tinadas, tomamos un rico tinto de doña Eulalia, nos despedimos de Mario quien estaría otros días más en la zona, le deseamos lo mejor a Gallito con quien hablamos prácticamente todos los días desde entonces, pero nos tocó esperar varias horas hasta que se desvaró una de las motos en la que nos iríamos.

A mí me tocó con un hombre bajo, de contextura gruesa, de quien desconfié en un principio de su habilidad en la moto, ya que ésta parecía ser demasiado grande para nosotros dos, pero resultó ser un buen conductor, mientras que a Edilson lo veía por momentos casi en el piso de lo rápido que iban en tremenda trocha tan complicada con el joven que lo llevaba. Quien me transportaba no creía en el Acuerdo de Paz y consideraba que, de seguir el incumplimiento, iba a aumentar el número de combatientes en los grupos residuales al mando de Gentil Duarte, porque en las zonas rurales muchos jóvenes suelen ver a los actores armados como la salida a todos sus problemas y terminan creyendo que la vía armada es la que cambiará al país y de paso al país vecino, porque allí también tienen incidencia las FARC-EP, ya sea a través del negocio del narcotráfico o porque responda a otros intereses.

Cuando llegamos a La Esperanza en Puerto Rico, tenía poco tiempo a mi favor, el cielo presagiaba lluvia y nuestra moto no estaba preparada para ello, por lo que, solo entrevisté a la madre que denuncia que su hijo es una nueva víctima de falso positivo –el joven había sido asesinado hacía dos meses para esa fecha-, pero no pude profundizar sobre la percepción que tienen las y los habitantes de la zona, sobre el PNIS.

Pero antes de lo esperado empezó a llover, habíamos avanzado muy poco desde que salimos de La Esperanza, pero lo suficientemente lejos para saber que la moto ni avanzaba, ni se podría devolver, una simple lloviznita había transformado el carreteable polvoriento, en un gredal donde sólo las motos altas avanzaban y no sin cierta dificultad; había que ser muy diestro manejando, si en cada patinada no iba a parar al suelo.

Después de varias búsquedas en fincas vecinas para encontrar la herramienta para desbaratar parte de nuestra moto para poder salir, logramos la indicada y pudimos avanzar hasta la “y” donde se despedirían de nosotros los dos conductores bondadosos que compartieron con nosotros parte de las peripecias de ese día. Edilson y yo continuaríamos avanzando con desazón de imaginar que no llegaríamos hasta el planchón antes de las 5:30 de la tarde para poder pasar el río y así estar muy cerca del centro poblado de Puerto Rico. Ellos en cambio se vararían y tendrían que regresar a Nueva Colombia en una sola moto.

Pero lo logramos, pasamos el plantón, en Puerto Rico armaríamos de nuevo el guardabarros de la moto –aunque yo boté algunos tornillos- y llegaríamos un poco antes de las 11:00 pm a Villavicencio.

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