Martha Garzón: Una historia de lucha por la memoria y la paz

Martha Garzón

Con 16 años, Martha Garzón conoció el amor; con 30 vivió el duelo de perder a su compañero de vida, y a sus 57 continúa transformando el dolor de quienes, como ella, vivieron los vejámenes de una guerra que hasta el día de hoy continúa siendo difícil de comprender.

Martha Cecilia Garzón Cortés, ha dedicado gran parte de su vida a la lucha por los derechos humanos en Colombia. Actualmente, forma parte de la Coordinación de Víctimas, Familiares y Sobrevivientes del genocidio en contra de la Unión Patriótica – UP, un capítulo doloroso en la historia del país, marcado por la violencia sistemática contra un movimiento.

En la década de 1980, la UP surgió como un proyecto político de izquierda, fruto de los diálogos de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC. Este movimiento político, además de juntar ideales y apostar a nuevas formas de construcción de paz, entrelazó en medio de la solidaridad, la supervivencia y las convicciones, una historia que aún continúa escribiéndose.

Para los años 80, cuando Martha tenía alrededor de 16 años e iba en tercero de secundaria, el padre de la joven escuchó acerca de una organización que a través de la lucha por la vivienda digna, se organizaban en base de la gestión comunitaria, generando procesos de sostenimiento colectivo, de ahí nació su interés por acudir a las reuniones para conocer más, pero debido a que carecía de tiempo, envió a Martha con el fin de que ella escuchara, preguntara y le transmitiera la información.

“Yo llegué a la Central Nacional Provivienda en el Policarpa, me presento y, como mi papá me había dicho que tenía que preguntar por el compañero James Barrero, yo lo busqué. Le dije: compañero James, vine de parte de mi papá y vengo a la reunión. Como llegué temprano, él me invitó a tomarnos un tinto, pero como siempre fui de una familia muy conservadora, pensé que nadie nunca lo recibe a uno así”, afirmó doña Martha, lejos de imaginarse que este encuentro sería el inicio de grandes cambios en su vida.

James, con 19 años, invitó a Martha -quien en ese entonces tenía 16- a reuniones donde participaban jóvenes “contemporáneos” con el fin de discutir sobre temas coyunturales y sociales. Estos espacios, sin darse cuenta, posibilitaron cumplir algunos de sus propósitos de paz y vivienda digna, pero también construyeron los cimientos para construir parte de su vida en pareja.

Fue así como el relato de Martha se entretejió con la vida política de su esposo James Barreto, un hombre que no solo militó en Pioneros y la Juventud Comunista, para luego ser militante y dirigente nacional de las organizaciones políticas Unión Patriótica y Partido Comunista Colombiano, sino también fue reconocido por ser líder de Provivienda en el barrio Porvenir de Soacha, donde trabajó junto con comunidades por el derecho a la vivienda, fundando barrios como Pablo Neruda, Salvador Allende, Ciudad Latina, Nuevo Chile y Julio Rincón, y, finalmente, ser concejal de la ciudad de Villavicencio.

Iniciaron su relación a través del arduo trabajo y lucha conjunta, cuando Martha, tiempo después, se enteró de su embarazo. “Como mi familia era muy conservadora, nunca hubo información de nada, entonces albergaba ese bendito cuento que a los niños los traían las cigüeñas, ¿ah? ¡Qué arepa! Vi que no era cigüeña cuando empecé a ver los cambios, aunque yo la esperaba”, me relató Martha con tal seguridad y sorpresa sobre la ingenuidad que por años la había acompañado.

“Desde ese momento no sabía qué iba a hacer ni para dónde iba a agarrar”, afirmó Martha sobre el momento en que le dieron la noticia. “Mi mamita dijo que eso era que el médico se había confundido, que eso era que yo tenía un problema en los riñones, entonces después de ese embarazo empecé a pensarme muchas cosas y asumir responsabilidades a pesar de ser muy sardina”, agregó.

La vida para Martha y James, estuvo marcada por los conflictos cotidianos que atraviesan las relaciones de pareja y las discusiones que siempre tenían una solución cuando de trabajo se trataba, sin embargo, los temores y los riesgos a los que siempre estuvieron expuestos y parecía no llegarían… los alcanzaron.

Martha Garzón

Resistir para sobrevivir

El genocidio político del que fue víctima la UP, ocurrió entre la década de los 80 y los 90 a manos de paramilitares y miembros de la fuerza pública, Martha recuerda, de una manera presente, la muerte de Pedro Nel Jiménez, un hombre que trabajó en el Comité por la defensa de los Derechos Humanos del Meta, asumió la defensa de algunos casos de presos políticos y se desempeñó como senador de este partido en el departamento metense.

“Mientras estaban enterrando a Pedro Nel, al mismo tiempo estaban desapareciendo personas y al otro día asesinando a otro compañero. Esa desaparición de él la tengo muy en la mente porque fue bien dura y ver lo que en ese momento estaba ocurriendo aquí y que, pese a muchas denuncias, hubo oídos sordos”, expresó Martha recordando que este fue el detonante que les decía: “debemos cuidarnos y cuidarlos/as”.

Conforme a la Jurisdicción Especial para la Paz – JEP, entre 1984 y 2016 fueron asesinadas 5.733 personas en ataques dirigidos contra el partido Unión Patriótica, 4.616 fueron víctimas de homicidio, 1.117 desaparecidas forzadamente y 2.217 f reportadas por desplazamiento forzado.

Tras estos hechos, las mujeres en particular asumieron un rol de protección y resistencia, convirtiendo la estigmatización y el miedo en compañías constantes de su cotidianidad, lo que les impulsó a tomar medidas para resguardar a sus familias y a las personas que hacían parte del partido.

De acuerdo con Martha, alternativas como vivir en terrazas se habían vuelto parte de su día a día. “Yo decía que mi esposo era un agente viajero, que viajaba mucho a nivel nacional y que entonces manejaba un camión. Entonces yo les decía: mire, yo me quedo sola y a mí me da mucho miedo, entonces nosotros vamos a mandar a hacer una escalera en caso de que una vez en la puerta principal escuche algo, entonces para ver si usted me deja pasar a su casa”.

Y es que el papel de las mujeres fue muy importante en la consolidación del movimiento. Según Martha, “teníamos unas tareas específicas: si iban a hablar en la plaza pública ya había un esquema de protección por las mujeres; allí estaban pendientes de la gente, ayudando a brindar esa protección a nuestros compañeros y familiares”.

La lucha por la justicia y la resistencia frente a la violencia política dejaron a muchas mujeres viudas a una edad temprana, y aunque Martha en cada funeral al que asistía pedía que ese momento nunca llegara a su vida, un día tocó la puerta de su casa.

Después de la muerte: el inicio de una nueva vida, la reconstrucción de un proceso de resiliencia.

Fotografía: Camilo Rey

Martha se encontraba con sus dos hijos en casa en el momento que James, su esposo, llegó como de costumbre en su carro, “él siempre iba donde los niños a verlos, yo lo vi desde el balcón, mi hija estaba afuera y lo saludó, pero mi niño había cumplido nueve años, él tenía la costumbre de subirse a la puerta del carro y decirle que lo llevara, pero ese día él desde el carro le dijo que no”.

-Papá, papá, lléveme. -gritó el hijo menor de Martha y James-.

– No, hijo, quédese ahí, ya vengo, ya vengo, voy a guardar el carro -respondió James, haciendo alusión a que iría a guardar su vehículo en el garaje que quedaba a pocas cuadras de la casa donde vivía su familia, en ese entonces en el barrio Mi Llanura-.

– Deje que su papá va a guardarlo, él ya viene, no se vaya a poner a llorar – intervino Martha ante las súplicas del niño-.

“Ya vengo, ya vengo”, fueron las últimas palabras de James Barrero a su familia, mientras les lanzaba un beso desde su carro y emprendía su recorrido por la avenida Maracos.

James, el 30 de septiembre de 1999, mientras esperaba que su sobrina abriera la puerta del garaje, fue ultimado por un hombre que le disparó en reiteradas ocasiones, que, con sola bala, acabó con su vida. “Encontraron, no sé cuántas vainillas, yo creo que toda la carga que tenía, pero un solo disparo lo asesinó… dicen que la pistola se encascaró”, me relataba Martha mientras sus ojos se entristecían al recordar la escena que marcó su vida.

A la edad de 32 años, ella enviudó. La muerte de su compañero de vida dejó grandes preguntas en su vida, obligándola -en medio de su soledad- a refugiarse casi que completamente en un grupo de oración en la iglesia donde asistía, donde tiempo después dejó de asistir y empezó con la reconstrucción de su vida.

“No es fácil. Ahí uno aprende a valorar la compañía también, porque no es solo esa parte de la pareja, sino la parte social, política… entonces ver que algunas personas trataban de aprovecharse era otra lucha, pensarme cómo cubro a mis hijos. Ser la mamá Tarzán que va a defenderlos y que nadie me los toque”, afirmó Martha.

“Con un ojo lloraba a ese hombre el día del velorio, con el otro miraba y pensaba qué iba a hacer con mi vida y la de mis hijos”, expresó Martha mientras se detuvo, tomó aire y continuó: “En alguna oportunidad él dijo: “El día que me muera, sálgase de este partido, no vuelva”, porque siempre me reiteraba que él se iba a morir, que lo iban a matar, que no se la iban a perdonar”, aseguró.

Continuábamos sentadas en la sala de su casa a punto de finalizar la entrevista, cuando Martha, en medio de su voz entrecortada, los ojos llenos de lágrimas, pero su mirada fuerte, mencionó: “En septiembre llegaron mis hijos y en ese mismo mes lo asesinan a él. Es como el amor a la vida, pero también el amor a la muerte… ese mes celebro los cumpleaños de mis hijos y conmemoro la partida de alguien que estuvo en mi vida”, concluyó doña Martha.

Para el año 2000, Martha se retiró del partido viviendo doble duelo: el asesinato de su esposo, y su salida de un espacio al cual le había dado muchos años. No obstante, en ese mismo año su proceso sanador inició con la búsqueda de justicia y reconstrucción de la memoria colectiva, a través de la Corporación Reiniciar, donde actualmente trabaja de la mano con cientos de víctimas.

Esta masacre sistemática perpetrada por grupos paramilitares y agentes del Estado, que dejó terror, silenciamiento y desestabilización en el inicio de la democracia colombiana, es parte de un capítulo de nuestra historia, donde a pesar de los años transcurridos, el dolor y las cicatrices, aún mujeres como Martha, persisten en buscar la verdad, justicia, reparación y no repetición de estos hechos, para que ninguna otra familia en el país, pase los hechos de violencia que ella vivió.

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