Once mujeres de Meta y Casanare, relatan en escena, con cuerpo y voz, las violencias que marcaron sus vidas. Ellas han transformado su dolor en una obra de teatro poderosa en la que cada una relata su historia en un ritual colectivo de memoria, resistencia y sanación.
— ¿Y dónde fue la guerra?
— ¡En nuestros cuerpos! ¡En nuestros cuerpos! ¡En nuestros cuerpos!
Ese es uno de los diálogos que se escuchan en ‘Las Guapuchonas’, una obra de teatro creada en el proceso de acompañamiento a la iniciativa Mujeres Construyendo Memorias de Paz del Centro Nacional de Memoria Histórica, con asesoría de la Corporación Vínculos, la cual ayuda a víctimas de violencia sexual y desaparición forzada a través de terapia y apoyo psicosocial de manera individual y colectiva.
“La obra de teatro nace desde un proceso que inicia la Corporación Vínculos en 2017, cuando se comienzan a trabajar ejercicios de memoria con distintos grupos. Entre esos grupos estaban mujeres víctimas de violencia sexual, quienes empezaron a preguntarse cómo transformar todo ese dolor en arte”, afirma Paola Dvera, quien para ese entonces era psicóloga de la organización.
En ese momento, la Corporación planteó un proceso de formación que duró entre 10 y 12 sesiones. Fue un espacio emocional, donde partieron desde lo vivido, acompañadas también por apoyo psicosocial individual. A lo largo de esos encuentros —que eran jornadas completas de trabajo— el grupo comenzó a fortalecerse. Al principio eran cuatro, pero luego se consolidaron más, y fue en ese recorrido donde tomaron la decisión de crear una obra de teatro.
La Corporación Vínculos apoyó esta idea y gestionó el acompañamiento de Marcela García, trabajadora social con especialización en arte y teatro. A partir de ahí, comenzó un proceso de creación desde el Teatro del Oprimido, una metodología que permitía relatar sus historias sin exponerse directamente con el cuerpo, sino a través de elementos simbólicos.
“La obra es muy cruda. No está recomendada para personas que han vivido violencia sexual y no han tenido acompañamiento terapéutico. Cada mujer narra su experiencia de violencia sexual a través de escenas simbólicas que transforman el dolor en expresión artística. A través del teatro, transmiten lo que vivieron y lo transmutan: lo resignifican y lo convierten en un acto de resistencia y sanación colectiva”, asegura Dvera.
Según el Registro Único de Víctimas, a 31 de marzo de 2025, en Colombia hay 44.405 víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado, de las cuales 1.318 se encuentran en el departamento del Meta.

La puesta en escena
En escena participan 11 mujeres, quienes además lideran sus propias asociaciones, luchan por la erradicación de violencias basadas en género-VBG y por la participación y visibilización de las víctimas del conflicto, aportando con sus acciones en diversos escenarios de construcción de paz.
Una vez en la tarima, narran sus hechos victimizantes desde la teatralidad, transformando el dolor en fuerza colectiva. La obra inicia con ellas gritando por las que ya no están y por las que han sobrevivido. Continúa un ritual de limpieza espiritual: una de las mujeres, que actúa de sanadora, entra con incienso, una rama y sonidos de tambor, liberando simbólicamente las almas de sus compañeras.
Luego, inician las historias. Se ve a una mujer arrastrándose cubierta con un velo negro. Llora, grita “¡¿Por qué a mí?!” y revive aquel hecho doloroso ocurrido cuando estaba lavando ropa y fue interceptada por un grupo armado. El tambor marca el ritmo de su despertar, hasta que se pone de pie y grita: “¡No más!”.
Otra de las historias es la de una mujer obligada a llevar tintos a un campamento guerrillero, acompañada de una niña. El relato termina con la violencia hacia ambas. Luego, otra de las participantes revive el momento en el que hombres armados irrumpieron en su casa buscando venganza. En su intento por proteger a su familia, es testigo de cómo abusan de su hija.
Cada relato se entrelaza con elementos sonoros, movimientos y símbolos del territorio. Al final, una a una, se levantan para decir la fecha exacta en que sus vidas fueron marcadas por la violencia. En cada puesta en escena, es usual ver las lágrimas del público, que guarda silencio y, al mismo tiempo, es testigo del poder sanador del arte y de la valentía de estas mujeres que se niegan al olvido.
Dvera afirma que, la obra no necesariamente borrará el dolor, pero “ les ha permitido contar la historia desde un lugar distinto, con sus propias palabras, con sus propios gestos, con sus propios silencios, con sus propias maneras”. Estas vivencias, dice ella, las han afectado profundamente, sobre todo cuando han sido impuestas y a su vez, silenciadas, porque habían sido contadas por otras voces.

Las Guapuchonas se han presentado en diversos escenarios académicos, sociales e institucionales como la Corporación Universitaria del Meta, la Universidad Cooperativa de Colombia, el Museo de Memoria Histórica, ante magistradas y magistrados de la Jurisdicción Especial para la Paz cuando entregaron un informe para la acreditación del macrocaso 011, y en diversos municipios e instituciones educativas del departamento.
Elizabeth Cometa, lideresa de la organización Forjando un Futuro para la Paz – Forfupaz y quien hace parte de la obra, considera que esta ha sido una herramienta enorme para despertar la empatía de la sociedad frente a una violencia que no solo deja heridas profundas, sino que también arrastra vergüenza y estigmatización. “Cuando nosotras llegamos allá y presentamos la obra, entonces la gente viene y nos abraza y nos dice: ‘ustedes son unas luchadoras’”. Incluso otras mujeres que han pasado por ese flagelo le confiesan: «Ustedes son muy valientes, yo también sufrí lo mismo y no he sido capaz de hablar.»
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Entonces, Elizabeth les dice: “Cuando estés lista para hablar, aquí estamos”. Siempre terminan la obra con una lista de mujeres que han sido abusadas y necesitan ayuda. Después brindan acompañamiento y buscan apoyo psicosocial para ellas, y en muchos casos, se animan a denunciar. “En cada función, al menos dos o tres mujeres dan ese paso valiente. Es algo muy poderoso”, dice la lideresa.
La falta de recursos como limitante para seguir amplificando sus voces
Para este 25 de mayo, Día Nacional de la Dignificación a las Víctimas de Violencia Sexual en el marco del Conflicto Armado, Cometa, a través de Forfupaz, junto a la Corporación Vínculos y Bemposta, está preparando una conmemoración que se realizaría en Villavicencio y para la que está gestionando el viaje de algunas mujeres que vienen desde zonas rurales lejanas, y en ese marco también se presentará una propuesta de telar y un audiovisual llamado Mujeres que transforman, en el que participa una de sus compañeras de teatro.
“Me gustaría también que en ese espacio se pudiera presentar la obra de Las Guapuchonas. Pero, como siempre, el tema del presupuesto es una dificultad”, menciona la lideresa, pues traer al grupo completo es costoso, especialmente porque dos de las mujeres viven en Casanare. Eso ha hecho que la obra esté inactiva últimamente.
Las participantes de la obra no quieren seguir perdiendo espacios importantes de visibilización por la falta de recursos. “Estábamos conversando sobre lo valioso que sería presentar la obra, incluso si no logramos traer a todo el grupo”, propone Cometa, afirmando que, al menos, si pueden cubrir el transporte, alimentación y algo de logística para ocho de ellas, podrían llevar la voz de muchas. Incluso aseguró que, están disponibles para presentarse en otros escenarios, así sea solo cubriéndoles los gastos básicos.
El arte como catalizador del dolor
Aun con esas dificultades, el arte les ha ayudado a sanar las heridas que dejó el conflicto armado en sus cuerpos y sus almas. “El teatro ha servido como catalizador para el horror vivido en medio de la confrontación armada en Colombia. Las artes escénicas son muestra de que el arte, no solo permite dar a conocer hechos del entramado del conflicto en Colombia, sino que moviliza a la población en torno a la necesidad de hablar sobre verdad y resistencia”, señala la Comisión de la Verdad.
Por su parte, Paola cree que “el arte les ha permitido a estas mujeres que se reapropien, se resignifiquen, puedan hablar de sus historias y reescriban lo vivido desde un lugar de dignidad, pero también desde la fuerza y la capacidad de resistir”.
Mientras que para Elizabeth, Las Guapuchonas, más allá de un catalizador del dolor, se ha convertido en una manera de promover la paz, mediante el perdón: “Al principio éramos mujeres que odiábamos, que solamente queríamos destruir al enemigo, y ya hoy no. Esta historia termina mostrando un grupo de mujeres que fueron resilientes, que antes les daba miedo hablar y hoy en día son mujeres que están liderando procesos, que ya hablan de paz.”
