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Desromantizar la maternidad en medio de la desigualdad

¿En qué momento empiezas a ser mamá? ¿Será cuando, tras parir, escuchas cómo toma su primer aliento acompañado de un llanto que suena a que tanta espera valió la pena?, ¿Quizá cuando, tras la firma de un largo papeleo por fin te entregan a quien desde ahora confiará en ti y poco a poco van a construir esos lazos de amor?, ¿O cuando te enteras que estás embarazada y, tras una decisión libre y deseada, decides cambiar tus hábitos para que durante 40 semanas puedas permitir que crezca una personita saludable y muy amada? Y quizá haya más escenarios por describir porque hay muchas formas de maternar y cuidar, y probablemente la respuesta a esta pregunta dependa de la experiencia de cada persona y de sus posiciones políticas.

En mi caso, al momento de escribir este texto, mi bebé no ha nacido, pero ya estoy con esos dolores previos al nacimiento que me mueven en un sentimiento de ansiedad de, por un lado saberle bien en mis brazos y, por el otro, que ya paren las contracciones -sean falsas o reales-.Recuerdo que tras el susto inicial de ver positivo ante una prueba de orina en el baño de mi oficina, y pedirle a mi hermano que me acompañara a hacerme una de sangre para corroborar -aunque para él eso ya era más fijo que cualquier otra prueba desde su experiencia como papá de dos hijos-, y a pesar de no haber planeado convertirme en madre en ese momento donde estaba era organizando mi fiesta de 30 -quería con toda celebrar lo logrado y darle la bienvenida a una nueva década- y con unos planes súper enfocados en mi vida profesional, sentí el profundo deseo de proteger a ese embrión que hasta ese momento no tenía todavía ni cuatro semanas y sería hasta después de seis semanas que podría a través de una ecografía saber que estaba creciendo como correspondía y empezar a pensar mi futuro como mamá, esposa y en familia.

Pero hablar de maternidad debe ir más allá de lo idealizado por el patriarcado de este rol, al que se le ve como el encargado de dar y/o criar una vida, y que para ello todos los esfuerzos, sacrificios, miedos y cansancio son necesarios, “lo natural”, y por ende, los cuestionamientos no vienen a lugar, ni tienen sentido porque es lo que nos corresponde para ser “una buena madre”. 

Llegando a la etapa final de mi embarazo, he reflexionado sobre lo que representa la maternidad, sin que por ello significara que no me sintiera feliz y muy conectada con cada patadita, ecografía y las muestras del crecimiento que Mihail estaba teniendo en mi vientre. Poco se habla del miedo que se puede sentir para algunas profesionales al momento de saber que están en embarazo. No solo es, ¿Seré buena mamá?, ¿Lo podré hacer? Es también, ¿Y mi carrera? ¿Podré seguir construyendo mis sueños y a la vez criar de manera plena y feliz a mi bebé? 

Recuerdo que en medio de estas reflexiones me encontré con el libro de Deseada, maternidad feminista de Catalina Navarro; fue un regalo de una de mis amigas. Allí la autora expone todas esas miradas y las distintas formas de vivir la maternidad para mujeres y personas gestantes. Recuerdo identificarme con algunos testimonios allí recolectados, porque en ocasiones te sientes mal por tener este tipo de cuestionamientos y el no querer simplemente ser Lina la mamá; ante otras historias también tuve que contener mi dedo juzgador que quería decir: «¿Cómo es posible hacer esto?», porque precisamente de eso se trata, de entender que no hay una sola forma de ser madre, y que respetar esas decisiones que toma cada una, aun a riesgo de que las llamen malas madres, permite que vayamos combatiendo esos estereotipos y prejuicios del cómo deberíamos ser; cada una resiste a su manera.

Según Deseada, son muy pocos los embarazos completamente pensados, lo que precisamente representa tanta diversidad de emociones y realidades encontradas, ya que en Colombia el 67% de estos no habrían sido planeados.

Continuando con mi preocupación de cómo iba a seguir siendo la periodista, directora de El Cuarto Mosquetero, pero a la vez una mamá súper presente como lo fue la mía, me encontré con juicios de lado y lado; algunas personas querían saber cómo iba a distribuir mis tareas para seguir con mi camino como profesional, mientras que otras me dijeron que igual ya había logrado muchas cosas, que ahora nada iba a ser más importante que el bebé, así que no fuera egoista y dejara de pensar en trabajar. 

No olvidemos que algunas mujeres podemos elegir parar, incluso planificar el tiempo, ya sea según lo legal -licencia de maternidad- o según las posibilidades que se tengan, pero algunas nunca paran ni aunque se sientan enfermas durante la gestación y mucho menos tras parir, porque la preocupación inmediata es: ¿cómo alimentar a mis hijos? Recordemos que, según el DANE, en Colombia el 45,4% de los hogares tiene una mujer como cabeza de familia y muchas de ellas, ni con largos procesos judiciales, logran tener por parte de los progenitores un apoyo económico y mucho menos de redistribución de las cargas en los hogares, si todavía se tiene algún tipo de vínculo.

Y aunque en el discurso sabemos que no debemos cargar con las expectativas de nadie, en la realidad y especialmente durante los primeros cinco meses, me alcanzaban los comentarios que reflejaban mis miedos. Y aquí es donde vuelvo a la importancia que tienen las experiencias previas vividas, porque estas hacen que cada vivencia pueda sentirse más o menos grave o tener mayor o menor importancia; por eso todas tienen lugar y ninguna debería desestimarse. Yo vi cómo mi mamá y las mujeres de mi familia sufrieron diferentes realidades de violencias y/o sueños truncados, y aguantaron «todo» para darle mejor futuro a sus hijos, una vida sacrificada donde su propio bienestar nunca fue prioritario. Y a pesar de haber ido construyendo el camino que he querido, mientras una parte de mí se sentía plenamente feliz, otra parte de mí pensaba en esa posibilidad de repetir esa historia. Por eso los comentarios de ¿Y qué va a pasar con tu carrera? Me disparaban la ansiedad.

Esto lo sé gracias a la terapia. Carolina, mi terapeuta me ha ayudado a ir al fondo de incluso narrativas que me había dicho a mí misma para no adentrarme en la verdad. Al principio decía que sentía miedo, solo porque no me había imaginado siendo mamá y que la vida en pareja podía ser complicada. También en ocasiones puedes justificar tus propios temores, mezclados con tus posiciones políticas. Para mí, el reivindicar la remuneración y equilibrio en las tareas del cuidado para que no sigan recayendo sólo en las mujeres era una prioridad, pero por lo mismo me negaba a hacer tareas que podría llegar a disfrutar y hasta convertirlas en procesos de resistencia.

En casa, desde niña, mi mamá intentó que yo aprendiera lo menos de cocina y de su oficio y el que fue el de mi abuela -costura- para que pudiera concentrarme en mis estudios, que nadie pudiese decir que mi rol como mujer debía estar en x o y lugar. Ahora que había tenido —no sin mucho esfuerzo de mis padres, especialmente de mi madre— la oportunidad de ir a la universidad y construir mi camino como profesional, me ha sido difícil conectarme con estas tareas del cuidado, pero entonces una parte de mí quería aprender muchas recetas ricas para mi bebé y mi pareja y otra parte de mí se sentía como culpable, como si me sometiera al sistema y eso me hiciera menos feminista.

Sé que para todas no es fácil poder tener estos momentos de reflexión o terapia, cuando, además de lidiar con los juicios y la carga hormonal que te hace sentir todo con más intensidad, también estás pensando en cosas más importantes como sobrevivir. Si bien estoy de acuerdo en que estar embarazada no significa estar enferma y que quieran limitarnos desde la generalidad y no desde cada realidad. En mi experiencia, pese a que yo trabajé con normalidad, sí me encontré con algunas dificultades.

Las náuseas del primer trimestre fueron casi inexistentes para mí, pero las pocas veces que se hicieron presentes, no quería hacer nada, descansar. El sueño que a veces se apodera, la dificultad para concentrarse, el cansancio y el encuentro de emociones; esto se desestima. Ni qué decir del último trimestre; para mí, los últimos días previos al parto han representado entrar en un proceso de preparación, que se supone es estar teniendo falsas contracciones; algunas no se sienten, otras son muy dolorosas.

No todas/os los empleadores lo entienden. En el libro Deseada, bien reflexiona Catalina que en Latinoamérica para las mujeres las tasas de desempleo o trabajo informal son altas: «Según la Cepal, la tasa de participación laboral femenina es del 52% y la tasa de desempleo es del 11,5%. De las mujeres que hacen trabajo asalariado, el 54,3% están en el trabajo informal». En Colombia, las mujeres a quienes les paguen todas las prestaciones o que como trabajadoras independientes coticen, pueden acceder a alrededor de cuatro meses de licencia de maternidad, un tiempo corto para dedicarse completamente a vivir la aventura de ser madre.

Las trabajadoras informales difícilmente pueden cotizar y eso significa que van a parar lo que puedan permitirse, lo que no represente pasar hambre. Pero en Colombia, hasta pagando, debes estar con un ojo abierto para no perder la licencia, aunque yo pude solucionarlo; viví unas semanas angustiosas donde tuve que poner una tutela para que me reintegraran a mi servicio de salud, porque aunque estaba cotizando, me habían desafiliado y, por cierto, eso también podría significar perder la licencia.

Pero cuatro meses de licencia no es nada comparado con otros países. Yo decidí salir un tiempo del país para que mi bebé pueda estar junto a su papá y mamá en el momento del parto. Y es en Rumania donde he entendido las tremendas diferencias que tenemos a la hora de brindar las condiciones necesarias para que las mujeres puedan maternar.

Rumania hace parte de los cinco países europeos que más garantías brinda a las mujeres para maternar, a pesar de no tener una economía tan sólida como otros Estados miembros de la Unión Europea. La pareja tiene 746 días para parar sus labores, 15 días obligatorios para el padre y 111 para la madre; los otros se los reparten. La mujer puede pedir su licencia 63 días antes del parto, precisamente entendiendo que todos los cambios hormonales para algunas pueden ser incapacitantes y es prioritario que tanto ellas como el bebé estén bien.

Para llegar a ese punto donde la desigualdad y realidades de las mujeres a nivel mundial cambien y haya una real garantía de derechos, falta mucho todavía por trabajar, empezando porque la maternidad será deseada o no será. El Día de las Madres debe ir más allá de dar flores, ollas y un día de descanso, y entender que cada cuestionamiento, acuerdo y voluntad de cambio son necesarios para cambiar tanto pequeñas realidades dentro de cada hogar -redistribución de cargas- como lo que tenemos en materia de legislación para realmente tener maternidades elegidas, libres, equilibradas y dignas.

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