
Impunidad en San Carlos de Guaroa: 23 años sin José Antonio Cruz Castro
José Antonio Cruz desapareció hace 23 años, tras una llamada que lo llevó a su finca en San Carlos de Guaroa, Meta. Su familia asegura que fue debido a la negativa de sembrar palma africana, hecho que desencadenó desplazamiento y despojo. Hoy, siguen exigiendo verdad, justicia y reparación.
A las 5:30 de la mañana, como cada día, José Antonio Cruz Castro tomó su tinto de buenos días junto a sus hermanas y su padre Sinaí Cruz Hernández, en Acacías, Meta. Era 16 de julio, hace 23 años. De pelo negro y mirada sincera, José Antonio era uno de los hijos menores de una familia rural que, desde finales de los años sesenta, habita el predio Santa Lucía de la vereda Giramena, en el municipio de San Carlos de Guaroa.
Ese día, una llamada cambió el curso de su historia y la de su familia: le dijeron que fuera con urgencia a la finca, que se había perdido un toro padrote. Era un señuelo. La última vez que lo vieron, iba en la parte de atrás de una motocicleta, acompañado por uno de los trabajadores de una empresa palmera.
Desde entonces, su familia no volvió a saber nada de él. “Nos han coartado de su presencia”, dice una de sus hermanas, Olga Cruz, con la voz quebrada por los años y la ausencia. La historia de José Antonio no solo es la de una desaparición forzada, sino la de una familia violentada por no doblegarse ante la imposición del monocultivo de palma africana.

Su desaparición fue el primero de varios hechos victimizantes incluyendo desplazamiento forzado, según la familia, por negarse a sembrar palma africana. “Nos daña el paisaje”, dijeron en su momento. La realidad es que este monocultivo, según la misma Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite, ha contribuido a la deforestación tropical y a pérdidas asociadas a la biodiversidad y las funciones del ecosistema. “los pesticidas, fertilizantes quími-cos y las frecuentes perturbaciones humanas hacen que las plantaciones de palma de aceite sean inhóspitas para la gran mayoría de especies forestales”, dice uno de sus estudios.
José Antonio es de sentimientos nobles, el menor de los hermanos hombres, alegre, trabajador. Le gustan las actividades del campo, especialmente la ganadería. En vacaciones, con sus hermanas, hacían competencias para ver quién regaba primero las plantas en los veranos llaneros. Tiene alma de poeta, heredada de su madre. Escribía versos de amor, de la vida. Cuando viajaba a Facatativá, llegaba con rosas, sin que fuera una ocasión especial.
José Antonio es de sentimientos nobles, el menor de los hermanos hombres, alegre, trabajador. Le gustan las actividades del campo, especialmente la ganadería. En vacaciones, con sus hermanas, hacían competencias para ver quién regaba primero las plantas en los veranos llaneros. Tiene alma de poeta, heredada de su madre. Escribía versos de amor, de la vida. Cuando viajaba a Facatativá, llegaba con rosas, sin que fuera una ocasión especial.

Es también un hombre de fe. Iba a misa a las seis de la mañana para empezar bien el día. No tomaba licor. Amaba la música llanera, la romántica, la bailable de época. Le gusta pescar, aunque no come pescado. Lo hacía para compartir con quienes amaba. “Acaban con personas buenas”, dice Olga. En su caso, por resistirse a entregar su tierra. “Nos negamos a sembrar palma africana y el empresario vecino decidió adueñarse de la vía pública de acceso a la finca por la vereda El Toro. Desde entonces, no solo no se ha devuelto a su trazado original, sino que seguimos sin saber nada de José Antonio”, cuenta Olga. Es un silencio cargado de impunidad.
El padre de José Antonio murió en 2012, después de pasar los últimos diez años de su vida preguntándole a todo aquel que veía y sabía que era de San Carlos: “¿Usted me trae razón de mi hijo?”. Murió sin respuestas.
Hoy, la familia sigue clamando por la verdad. Por saber qué le pasó a José Antonio. Por encontrarlo y, con él, a otras personas desaparecidas de la región. Piden que quienes saben algo hablen ante la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas -UBPD-, un mecanismo humanitario que garantiza confidencialidad y no implica consecuencias penales para quienes entreguen información útil. Según esta entidad, creada a partir del Acuerdo de Paz firmado en 2016 con la guerrilla de las FARC – EP, en el departamento del Meta hay 8566 personas dadas por desaparecidas y en San Carlos de Guaroa, 40.
Hoy, la familia sigue clamando por la verdad. Por saber qué le pasó a José Antonio. Por encontrarlo y, con él, a otras personas desaparecidas de la región. Piden que quienes saben algo hablen ante la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas -UBPD-, un mecanismo humanitario que garantiza confidencialidad y no implica consecuencias penales para quienes entreguen información útil. Según esta entidad, creada a partir del Acuerdo de Paz firmado en 2016 con la guerrilla de las FARC – EP, en el departamento del Meta hay 8566 personas dadas por desaparecidas y en San Carlos de Guaroa, 40.

“No solo desaparecen a José Antonio, desaparecen sus sueños, sus proyectos, los nuestros también. Es un dolor que no se apaga. Cada segundo, cada actividad que compartimos con él, lo trae de vuelta a la memoria”. Han pasado 23 años. Hoy en día tienen una habitación de la memoria y de conmemoración donde hay una línea del tiempo, fotografías, obras de arte que han hecho junto al acompañamiento del Colectivo de Abogados y Abogadas Orlando Fals Borda. Hoy, su familia pregunta en voz alta lo que se niegan a olvidar: ¿Dónde está José Antonio Cruz?
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