La última etapa de la vida política -y física- de Jorge Eliecer Gaitán estuvo enfocada a conquistar una posición de predominio en la dirección del Partido Liberal, bajo la premisa de que solo así podría convertirse en el candidato único de esa corriente política para las elecciones presidenciales de 1950. Algo difícil si se tiene en cuenta la férrea oposición de la dirigencia oficial de ese partido -bajo el dominio de individuos como Eduardo Santos y Carlos Lleras Restrepo- que veía con desprecio al “negro” Gaitán, ese intruso venido de abajo y carente de los pergaminos suficientes para dirigir los destinos de la nación.
Fueron precisamente esos dirigentes los que quisieron atajar a Gaitán en su aspiración presidencial de 1946, imponiendo a dedo y en recinto cerrado la candidatura de Gabriel Turbay -un político impostado y carente de carisma-, lo que condujo a la derrota del liberalismo y a la victoria del Partido Conservador, que supo sacar ventaja de la división liberal(1).
Gaitán fue consecuente con lo que en ese momento histórico él representaba: a una corriente popular variopinta que se abría paso de manera incontenible y que, en su aspiración a la redención social, sabia de la necesidad de propinar una derrota en las urnas a la rosca liberal – conservadora. Por eso el resultado de 1946 puede entenderse no como una derrota, sino como una victoria de Gaitán, en tanto quedó demostrado que un amplio sector de las bases del liberalismo lo veía como su único vocero y representante autentico de sus aspiraciones.
En otras palabras, para 1946 Gaitán era el más importante líder popular de Colombia, aquel que había construido una lectura del funcionamiento del poder político en el pais y de cómo el Estado había sido convertido en un instrumento para beneficiar a unas minorías. El líder que denunciaba el decaimiento moral de los partidos políticos y de sus dirigencias tradicionales, y que advertía del hundimiento social de la república.
En su discurso de apertura de la campaña presidencial de 1946, en el Teatro Municipal de Bogotá, Gaitán volvió a las tesis acerca del tipo de sistema político dominante y de su marcado acento oligárquico. En esa oportunidad, el líder se refirió a la existencia de dos países en Colombia. Uno era el «país nacional», que estaba constituido por la “gente que trabaja, que se esfuerza por atender los intereses de sus familias, que aspira a una educación para sus hijos: gente para quienes lo importante son los reales y cotidianos problemas de la existencia, y cuyas vidas están enfrascadas en una lucha constante”. En otras palabras, el «país nacional» lo conformaban las grandes mayorías -de las que hacían parte liberales y conservadores- que, con su esfuerzo y sacrificio, y en razón de sus deseos y aspiraciones, cargaba sobre sus hombros el enorme peso de la economía de la nación.
Del otro lado, existía el «país político», constituido por un sector minoritario -la oligarquía- cuyo interés se limitaba a garantizar los votos, los contratos o los nombramientos en la burocracia estatal, a fin de garantizar posiciones de dominio. Una oligarquía constituida por individuos que se encargaban de las decisiones importantes y que, por medio de sus servidores, “penetran los barrios, los pueblos, las Asambleas: los jefes locales que, a cambio de ganancias pecuniarias, acomodan elecciones para beneficiar al país político”.
Era ese «país político» el que debía ser derrotado por los sectores populares, en aras de restaurar la política como un mecanismo para solucionar los problemas de las mayorías, y no el camino expedito para que unas roscas hicieran negocios y mantuvieran privilegios, sin importar que el Estado perdiera legitimidad. A luchar contra esa oligarquía Gaitán convocó al pueblo, a través de emotivas consignas que calaron en la conciencia colectiva: “Pueblo: ¡por la restauración moral de la republica! ¡a la carga!”; “Pueblo: ¡por la derrota de la oligarquía! ¡a la carga!”.
Luego de los resultados de las elecciones de marzo de 1947 para Senado y Cámara de Representantes, en las que la corriente liderada por Gaitán obtuvo la mayoría de los votos del Partido Liberal, este se convirtió en su jefe indiscutible. La dirigencia oficial tuvo que reconocer de mala gana esa nueva realidad política, y debió entregar las llaves del directorio liberal a quien consideraba como el vocero de la «chusma» y un peligro tanto para el liberalismo como para la democracia (así era visto por el periodista Enrique Santos Montejo “Caliban”).
En la condición de jefe del liberalismo, y como seguro candidato para las elecciones presidenciales de 1950, es asesinado Gaitán aquella tarde del 9 de abril de 1948. Su muerte nunca fue esclarecida y se impuso la tesis de que el asesino -Juan Roa Sierra- había actuado de manera autónoma, motivado por el resentimiento(2). De sobra se sabe que con la muerte del líder popular el pais se hundió con más rapidez en el mar de violencia (una violencia que perjudicó al «pais nacional» al poner los muertos) y se fortaleció aún más el «pais político» que tanto había denunciado Gaitán.
Transcurridas varias decadas, el carácter oligárquico del sistema político en Colombia, antes que desaparecer se ha fortalecido, como se pone de manifiesto con sucesos como la «Ñeñepolítica», el «Aidagate», «Odebrecht», la «Parapolítica» y «Agro Ingreso Seguro», para no ir más atrás en el tiempo. La razón de esa permanencia estriba en los privilegios derivados (hacer fortunas, controlar la burocracia oficial) de los cuales se han beneficiado unas elites que despliegan prácticas que van desde el clientelismo, la compra de votos, el robo de elecciones y la corrupción, hasta el asesinato y la amenaza, con tal de mantenerlo vigente. Como ningún otro sector, esas elites encarnan el decaimiento moral de la república, eso sí, llevado a niveles inéditos.
Referencias:
(1) Los resultados electorales fueron los siguientes: por los candidatos liberales Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, 441.199 votos y 358.957, respectivamente; por el candidato conservador Mariano Ospina Pérez, 565 939 votos.
(2) Incluso, Alfonso López Michelsen cultivó la tesis de que el asesino de Gaitán había actuado para impresionar a una exnovia que recién lo había despachado. Ver Palabras pendientes. Conversaciones con Enrique Santos Calderón, El Áncora Editores, Bogotá, 2001, p. 30 y ss.