El cura que lucha por la reivindicación de las víctimas en El Castillo, Meta

El padre Henry, entre misas y labor humanitaria, ha aportado a la reivindicación de las personas supervivientes del conflicto y a la construcción de paz en el Meta. Esta es su historia. 

Henry Ramírez Soler, nació hace 46 años en Bogotá. Estudió su primaria y bachillerato en el colegio Cooperativo de Bosa y desde su juventud participó en procesos sociales y populares de dicha localidad. En 1992 ingresó a los Misioneros Claretianos, desde ese entonces inició sus estudios en Filosofía y Letras en la Universidad Santo Tomás. Tras terminar su carrera, se fue durante un año al municipio de La Estrella, Antioquia, para hacer un noviciado. Luego, en 1997 regresó a Bogotá para estudiar Teología en la Universidad Javeriana, ese mismo año se embarcó en un viaje al centro poblado Medellín del Ariari, de El Castillo, Meta.

Allí llegó impulsado por su labor de defensor de derechos humanos, cuando hacía parte de la Comisión Congregacional de Justicia y Paz, y permaneció durante más de 20 años. Recuerda que Aida Avella, presidenta de la Unión Patriótica, le escribió una carta al padre Javier Giraldo, quien era secretario de dicha organización religiosa, pidiéndole brindar acompañamiento a las viudas y huérfanos de miembros de la Unión Patriótica de El Castillo, que habían sido asesinados entre 1985 y 1990. Los primeros misioneros llegaron a entre 1994 y 1995. Dos años después, en 1997, el padre Henry decidió incorporarse a este equipo. 

Encuentro de Verdad de El Espectador en Villavicencio. Foto: El Cuarto Mosquetero.

En el 2001 fue ordenado sacerdote de la iglesia de Medellín del Ariari, donde fue testigo del establecimiento de grupos paramilitares que amenazaron con arribar al territorio desde la década de los 80. Finalmente, llegaron el 15 de mayo del 2002. Esto generó nuevas dinámicas derivadas del conflicto armado. La zozobra se tomó el lugar a raíz de los frecuentes asesinatos. Con esta situación, el sacerdote no sólo acompañó a las viudas y huérfanos posterior a los homicidios de sus familiares, que habían ocurrido hace seis años; sino que también brindó apoyo durante los eventos traumáticos que se desarrollaban en la zona. 

Aún están frescos en su memoria esos días en los que presenció el desplazamiento de más de 700 familias, y de cómo 22 veredas de las 41 con las que cuenta el municipio quedaron desalojadas. También recuerda el manto escarlata que se ciñó sobre el poblado con el asesinato de integrantes de las Juntas de Acción Comunal, mujeres, hombres, y niños.

Su profundo amor a Dios y su vocación de servicio a los más necesitados, a las víctimas y a los excluidos en medio de la guerra, le ha permitido sobrellevar el dolor posterior a los escenarios de horror y convertirse en defensor de derechos humanos. Así lo explicó en palabras propias: 

“Desde siempre ha habido una estrecha relación entre el trabajo de fe y la sensibilidad por el trabajo de víctimas (…) si hay un porque estamos trabajando con las víctimas, es por una respuesta de fe ante una situación que no está de acuerdo con el orden de cosas de Dios, de la voluntad de Dios, y por lo tanto, al ser contraria al proyecto de Dios, pues tenemos que trabajar para que se construya el proyecto de Dios”. 

Fueron esas historias cargadas de horror pero sobretodo de dolor, las que lo llevaron a buscar respuestas de manera eficaz, por eso ha ayudado a víctimas del conflicto armado a buscar sus familiares desaparecidos, y a exhumar sus muertos.

En medio de esta labor, hizo parte del Protocolo Humanitario de Exhumaciones, con el fin de acompañar a las víctimas en el marco del conflicto armado por más de 20 años, y socorrer a las comunidades desplazadas, sobre todo las de la región del Ariari.  

Queriendo abogar por los derechos de las víctimas de manera legal y dado que la Conferencia Religiosa de Colombia determinó liquidar la Comisión Intercongregacional de Justicia y Paz en 2001, junto a un equipo de laicos/as y religiosos claretianos/as decidieron fundar un año después la Corporación Claretiana Norman Pérez Bello “como una expresión formal y jurídica en la defensa de derechos humanos”.  

Este proceso organizativo había iniciado con el Comité Norman Pérez Bello, en 1994, pero funcionaba de manera informal, por eso decidieron constituirse legalmente, para continuar con las acciones que venían desarrollando con las víctimas en el Meta, y con la acogida de personas amenazadas y desplazadas que llegaban a Bogotá y necesitaban refugio. 

Ramírez fue además cofundador de la Comisión Eclesial de Justicia y Paz en el 2002. Desde ambas organizaciones, ha visitado municipios en el Chocó, Antioquia, Valle del Cauca, Casanare, Vichada, Guaviare, Meta, entre otros, siempre con el objetivo de hacer acompañamiento a las víctimas y de brindar apoyo a procesos de resistencia civil en medio del conflicto. Así, ha llegado a territorios recónditos, escondidos entre selvas y grandes bosquejos, donde el Estado no ha hecho presencia. 

De hecho, el padre Henry ha identificado que el mayor problema y que resulta un común denominador en los territorios, es el del abandono estatal. “En muchos territorios se encuentra una escuela primaria, sin carreteras, sin servicios básicos, sin acceso a servicios de salud”, explicó. Esto ha conllevado a una escasa participación política de las comunidades en la construcción del Estado, lo cual ha venido generando un empobrecimiento que se agudiza en las zonas alejadas porque no hay vías, electricidad ni comunicación. Eso sin contar que al ser regiones altamente ricas en biodiversidad, acarrean altos intereses socioeconómicos de parte de grandes empresas que llegan a estas regiones a generar confrontación armada para expulsar a las comunidades. “Lo que sufren los campesinos no es la pobreza sino el empobrecimiento”, afirmó. 

Aun así, su ánimo de incidir en las zonas rurales para hacer más llevadera la vida de las víctimas sigue intacta. En el 2005, con ayuda de organismos internacionales, acompañó a 18 familias que decidieron regresar a El Castillo, y formar Civipaz, estableciendo una zona humanitaria de resistencia en la vereda El Encanto, delimitada y definida como un espacio exclusivo de población civil, donde no se permitía el ingreso de ningún actor armado.

Además, desde su labor de acompañamiento, ha logrado construir un conocimiento justo, participativo y colectivo para las comunidades, que les ha permitido adquirir las herramientas necesarias para la defensa de sus derechos y la creación de estrategias de resistencia civil, de propuestas reparación de las víctimas y sobre todo, de concepción de procesos comunitarios y participativos. 

Por toda esta trayectoria abogando por la defensa de los derechos humanos y la reparación de las víctimas, el padre Henry se ha enaltecido como un ejemplo de lucha y resistencia, pero también ha tenido que enfrentarse a la estigmatización, pues “muchos asocian la defensa de los derechos humanos con la izquierda, la guerrilla, el comunismo”, expresiones que han sido usadas en su contra en distintos escenarios para descalificar el trabajo que ejerce por y para las comunidades.  Incluso llegaron a tildarlo de “el cura guerrillero”, “el cura fariano” o “el cura del ELN”, señalamientos que se reforzaron cuando decidió dejarse el vello facial, porque “quienes usamos barba en regiones de control de la guerrilla somos guerrilleros por tener barba”. 

No obstante, el cariño de las comunidades, esas que le han otorgado un lugar como hermano, hijo o familiar, le mantienen firme en el arduo trabajo que ha realizado durante casi la mitad de su vida, empoderando y acompañando a las víctimas, alentándolas a seguir adelante, gestando además procesos organizativos en zonas donde las personas luchan día a día por deshacer el recuerdo de pesadumbre que la historia de violencia ha pincelado en sus mentes. 

Actualmente, el sacerdote está en New York, como parte del Equipo Claretiano de Incidencia Política ante la ONU, trabajando enfocado en cuatro áreas: comunidades indígenas y minería, paz y reconciliación, ambiente y ecología, y migrantes y refugiados. Su labor de defensor de derechos humanos ha trascendido fronteras, porque quiere que la voz de las víctimas de otras zonas del mundo también sean escuchadas. Por eso está aprendiendo inglés, conociendo otras culturas y entendiendo otros conflictos, para seguir aportando a la construcción de paz, no solo en Colombia sino en el mundo.

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