Aleksandra Kollontai: la rusa que teorizó el feminismo durante el siglo XIX

Incluyó a las mujeres en la revolución socialista y teorizó sobre qué tipo de cambio necesitaban para finalizar con su opresión.

Nacida en San Petersburgo, Rusia en 1872 en el seno de una familia acomodada y liberal, Aleksandra Kollontai, desde muy joven se interesó por el marxismo, estudiando Historia del Trabajo en Zúrich. 

Admirada por la influencia del movimiento obrero en la Rusia de finales del siglo XIX, se acercó al marxismo y participó intensamente en el movimiento socialista, siendo en 1917 la primera mujer elegida para el Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado; dedicó gran parte de sus esfuerzos a la organización de las mujeres, para lo que teorizó sobre la relación entre la emancipación de la mujer y la revolución socialista.

Seguir por este rumbo, le significó dejar a un lado los privilegiados aspectos de su clase, y las normas y expectativas asociadas con el rol de la mujer en la sociedad capitalista. Ser la esposa o la madre de alguien, nunca fue una prioridad para ella, de hecho, nunca fueron planes de vida que le provocaran felicidad. Así se lo dejó saber a su segundo marido, el marinero bolchevique Dybenko, a quien al terminar su relación, le escribió: “No soy una esposa para ti, porque soy una persona primero y una mujer segundo… y eso es lo que hay”.

Sus ideales estuvieron especialmente arraigados a las relaciones personales y a la sexualidad, lo que han generado polémicas y distorsiones a través de los años. Esto ha llevado a que los temas que ella persiguió en muchos de sus escritos y actividades políticas, tengan una influencia y relevancia contemporáneas dignas del estudio de su vida y haga de sus ideas, un ejercicio útil para quienes luchan por el cambio social y la liberación femenina.  

Logros como ser nombrada representante diplomática de la URSS en Noruega en 1922, causó sensación en todo el mundo, no sólo porque era la primera vez que una mujer ocupaba un cargo así, sino por la extraordinaria personalidad. Para ese momento, contaba con gran popularidad gracias a su lucha por la liberación femenina y la creación de un sistema de protección social para las madres e infantes. 

Durante veintitrés años, Kollontai sirvió a la diplomacia soviética y durante ese tiempo escribió en varios cuadernos su experiencia; posteriormente transcribió, corrigió y pulió un manuscrito que depositó en 1949 en su archivo personal, resguardado en el entonces Archivo del Instituto de Marxismo-Leninismo, con indicación de mantenerlo secreto y publicarlo hasta 1972, es decir, cuando se cumpliera una década de su nacimiento. No obstante, los documentos salieron a la luz dos décadas después.

Llegar a ocupar cargos de esta índole, tiene luchas internas detrás, “Mi primera y amarga lucha contra estas tradiciones giró en torno a la idea de matrimonio. Me rebelé contra este matrimonio de conveniencia y solo deseaba casarme por amor, por una gran pasión” afirma en su autobiografía. Al mismo tiempo, creciendo entre beneficios, sensible, inteligente y llena de servidumbre, fue adquiriendo conciencia de clase. “Desde la infancia me gustó experimentar el sentimiento de que ‘todo va bien para mí’ pero que, al mismo tiempo, otros deben sufrir congojas… me afectaba enormemente. Voy de un extremo a otro de la sala y me atormento con esta idea: ¿Cómo puedo ajustar la organización de las cosas para que ‘todo vaya bien’ para todos?”

El amor lo encontró con su primer esposo, con quien tuvo un hijo, y aunque creyó haber tachado una meta en su plan de vida, se dio cuenta de que con una vida limitada a ser esposa y madre, estaba traicionando su esencia y cambió esta rutina que duró tres años, por el inicio de su lucha revolucionaria. “La maternidad nunca fue el eje de mi vida. Un hijo no había logrado fortalecer los vínculos de mi matrimonio. Aún amaba a mi marido pero la vida feliz de ama de casa y esposa se convirtió para mí en una ‘jaula’. Cada vez más mis simpatías y mis intereses se volcaban hacia la clase obrera revolucionaria de Rusia… Yo no podía llevar una vida feliz y pacífica, mientras la población obrera se hallaba terriblemente esclavizada.”

En su lucha, insistió incansablemente en una nueva moral sexual y el descubrimiento de un nuevo concepto del amor. Y es por ello también que defendió con entusiasmo la aparición de los soviets primero y la Oposición Obrera después, abogando por la libertad de expresión y la democracia popular frente a la nueva política económica y el creciente burocratismo que se iba apoderando del gobierno soviético.

Aleksandra, como mujer, y en contra de todos los estigmas de su época, se entregó a la difícil tarea de construir una revolución. Nunca apartó de sus planteamientos, la sensibilidad por las necesidades y deseos de los demás y la búsqueda de la felicidad cotidiana para todos/as.

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