Diana Carol Forero: poetisa, artista y firmante de paz

Estuvo en la guerra y ahora es gestora cultural, líder comunitaria y escritora. Su último libro está inspirado en las matemáticas y la astrofísica. 

Diana Carol Forero huyó de la guerra, con su hijo en brazos, a la 1:30 de la mañana. Sus superiores le dijeron que tenía dos días para abandonar al recién nacido “donde pudiera”, pero ella se negó. Prefirió dejar las filas dónde militó durante 11 años: “Yo a mí hijo no lo voy a condenar a una vida de miseria como la que me tocó a mí”, pensó. 

El padre del bebé les acompañó. Cruzó ríos, puentes, bosques, hasta llegar al pueblo más cercano donde se encontraron: si viajaban juntos podrían descubrirlos. Luego fueron hasta Villavicencio, a la casa de la abuela de Diana. A los pocos días conocieron a un abogado que les aconsejó entregarse. “Haber luchado tanto por el niño para tener que dejarlo no aguantaba”, les dijo. 

Antes de desmovilizarse, a Diana la despertaban los helicópteros. “Yo me ponía a llorar, me salía para ese chambray y pasaba la noche temblando de miedo y pensando que nos iban a atacar”. Llegó a la guerrilla siendo jóven y encontró allí un lugar donde sintió que “era parte de algo, como una familia”. Sin embargo, ver morir a gente que quería, compañeros y compañeras, la marcó. Nunca le tocó estar en un enfrentamiento, pero reconoce que la guerra es dura, “no es un paseo”. 

Foto: Equipo ECM

 

“Soy yo

la que perdió sus vísceras

y endureció su aliento

en una sangrienta guerra

contra sí misma…”

 

Según una leyenda familiar, nació en el Vichada, aunque su registro civil dice que fue en Villavicencio. Se crió en el barrio La Esperanza de la capital del Meta, con su abuelo y su abuela. Allí empezó su hábito de lectura, de niña. Veía a su madre cada año o cada dos años hasta que se trasladó donde ella en Mitú, pues en su inocencia quería a toda costa recibir el amor de su madre, pero allí sufrio de bullying en el colegio y fue víctima de abuso sexual a los siete años. Estuvo a punto de morir por la hepatitis y el paludismo, pero un doctor de apellido Villarraga le salvó la vida.

Su primer amor fueron las matemáticas. Regresó a Villavicencio y desde que tenía 10 años le decían “la profe” porque le explicaba a sus compañeros y compañeras las operaciones numéricas. “Ese ha sido mi apodo toda la vida, y en la guerrilla así me decían, la profe. Todo el mundo me dice la profe”. Comenta que la gente la ve como algo que no es, porque nunca ha sido profesora formalmente. 

Llegó al mundo editorial porque alguien le dijo que en la Revista Oriente estaba abierta para publicar y allá fue, con su cuadernito en mano, donde Jaime Fernandez Molano, el editor. “El man como que no podía de la risa, me mira y como que no me creía”, recuerda.  En el 95, a los 20 años, se presentó a una convocatoria de lo que entonces era Colcultura y clasificó en las categorías de cuento y poesía. Tuvo recitales en el Museo Nacional, en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en la Casa de Cultura Silva, en la Biblioteca Nacional. 

Ganó el primer concurso de poesía departamental que realizó la institución educativa donde estudiaba. “Ganarme ese trofeo fue muy significativo para mí y para mi futuro como poeta”, relata. Fue reconocida como mejor bachiller en la historia del colegio, en 1990.

Se metió a estudiar ingeniería porque su madre siempre había querido un hijo ingeniero. “A mi no me gustaba esa vaina pero quería que ella estuviera orgullosa de mí”, cuenta. Afirma que eso no fue suficiente. “Ella nunca me quiso, nunca me la gané”. Al año se fue al Guaviare a buscarla debido a que fue insostenible mantenerse en la universidad y trabajar.

Allá entró al mundo del arte aunque a veces le costó creer en sí misma.  Antes de ingresar a la guerrilla empezó a ir a talleres de teatro y les propuso que ella realizaba los vestuarios y la utilería. Pero que le dieran comida, porque necesitaba comer y trabajar. Invitó a su madre y a su hermano al estreno de la primera obra en la que participó. “yo me asomaba a cada rato a ver si ya había llegado mientras organizaba y peinaba a las niñas”, recuerda. Fueron su padrastro y su hermano pero su madre no.

Empezó a recibir amenazas de un grupo armado, lo que la obligó a desplazarse hacia Calamar. Alló siguió con el tema artístico pero continuó siendo víctima de amenazas, lo que la obligó a ingresar a la guerrilla. “Ya no me sentía sola”, relata.

 

“Ella ajusta cada día su reloj

atenta a los latidos de su corazón, 

ese león sin dientes

que se tiende, somnoliento, 

a la entrada del circo, 

anunciando que se acerca

la última función”.

 

El primer reto que enfrentó cuando estuvo en la guerrilla fue hacer su bolso. Entre la dotación inicial que le entregaron estaba un plástico verde, una aguja y un cáñamo. Ella preguntó: 

—¿Y eso para qué?

Esa es su maleta— le respondieron.— Si no sabe coser, aprenda.

Conoció al padre de su hijo en las filas. Luego de que huyeron, dedicaron tiempo, esfuerzo y energías en construir y consolidar su familia. “No ha sido fácil pero nadie dijo que sería fácil ¿no? el asunto, pero sabe qué dentro de todo ha sido bonito porque estar con ellos”, dice Diana. La motiva tener a su hijo y a su compañero, “querer ser mejor cada día y querer avanzar en la vida”, que ellos se sientan orgullosos. 

Después de tener 40 años, alguien le dijo que participara en un concurso del SENA. “Envié el cuento como por no dejar. Cuando, oh sorpresa, clasifiqué a la final nacional”, relata Diana. Quedó entre las 32 personas finalistas a nivel nacional que viajaron a Santa Marta. Este fue el impulso para asimilar su talento como escritora y poetisa. 

También ganó un concurso con la Universidad Nacional Abierta y a Distancia -UNAD-, Quedó finalista del concurso nacional de escritores y también clasificó al concurso universitario de crónica de la Universidad Externado, con el texto titulado “Y eso ya es ganancia”. Felipe Chala, un cineasta del Meta la leyó y le gustó. Le dijo a Diana que quería hacer un documental con ese escrito, lo pasó en la convocatoria de estímulos del Instituto de Cultura y salió premiado. 

Su primer libro se publicó sin que ella se diera cuenta. Un compañero poeta de la guerrilla llamado Gabriel Ángel encontró sus poemas en un computador, se los hizo llegar a Rodrigo León – Timochenko- uno de los líderes de la población firmante de paz, a él le gustaron y dijo que los publicaran. Se editó en México y se hizo el lanzamiento en La Habana. El texto se titula Balada para piel de luna.

Su último libro, Horizonte de Sucesos, está inspirado en la astrofísica, las matemáticas, la física y la astronomía. Puede adquirirlo comunicándose al 3134876322.

Diana Carol considera que el arte es una “ventanita” que nutre la vida. Aunque no todas las personas van a ser músicos, bailarines, escritores, estas actividades aportan al crecimiento. “Son el remedio para las almas heridas. Son el pañito de agua fresca que hacen que las cosas vuelvan a fluir bien en uno y en todo”.

Hace parte de la Asociación de Mujeres Amasando Sueños que fomenta espacios productivos para las mujeres donde puedan desarrollar autonomía económica. Actualmente sigue desempeñando un liderazgo cultural significativo en el municipio de Mesetas. La juventud la reconoce como referente porque está presente en los espacios, gestiona, motiva, apoya y acompañar. Trabaja como coordinadora de la Casa de la Cultura Gabriel García Marquez de este municipio del sur del Meta y está pendiente de todos los procesos culturales, deportivos y recreativos. Afirma que para poder seguir construyendo paz se deben de escuchar “todos los lados de la historia”, esa es una de las razones por las cuales escribe sus libros, sus historias y poemas. 

Desde su trabajo cultural también siente que aporta a la construcción de paz. “La pelea por los espacios culturales de estos muchachos que están empezando su vida, la pelea porque cada vez haya más oportunidades, más diversas para ellos, que puedan tener un sin fin de oportunidades y de posibilidades para explorar su creatividad”. Diana relata que cuando se le brinda oportunidades a la juventud se le está dando posibilidades para que viva en paz consigo misma y con las demás personas. 

Afirma segura que la poesía, la música, la cultura, y el arte construyen paz, “le dan una forma de expresión incluso al dolor y lo hacen bello”. Concluye que cuando “empecemos a escucharnos todos unos a otros, esta vaina tiene que cambiar porque tenemos que aprender a vivir en paz, de construir algo mejor entre nosotros mismos, desde lo colectivo, desde entendernos sin matarlos”.

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