Colombia, entre la Retrotopía, la posdemocracia y el virus  

Un fantasma recorre Colombia, el fantasma de la desigualdad. Rodeado de espíritus de marginalidad, racismo, odio, carencia de oportunidades y falta de proyección de un futuro mejor. La situación que atraviesa el país es producto de la aglomeración de estos espectros que han acompañado a la sociedad desde hace décadas. Sin embargo, dos aspectos provocaron su estallido: la firma del Acuerdo de Paz y la pandemia.

Durante más de cincuenta años de confrontación entre el Estado colombiano y la guerrilla de las FARC-EP, las elites gobernantes de la mano con los grandes medios de información se encargaban de minimizar la realidad: la desigualdad social, se centraba en el sector rural. Pero finalizado el proceso de paz, comenzó a emerger una realidad que estaba oculta: la fuerte desigualdad en el ámbito urbano. Las urbes, al igual que el campo, están enmarcadas por la marginalidad, la falta de oportunidades y especialmente, la ausencia de proyección de un futuro mejor. La guerra no es la única causante de estos males, algo que las elites se esforzaban por demostrar. Lo son también: la corrupción, incluida, en las instituciones del Estado, la estrecha visión de democracia producto de un odio casi visceral a todo lo que es distinto en diferentes aspectos; político, cultural, sexual, etc. La carencia de una perspectiva más amplia en la distribución de la riqueza y de oportunidades para los sectores más marginados, pero especialmente, la falta de visión para con los jóvenes del país.

¿Retrotopía a la colombiana?

Zygmun Bauman, define la Retrotopía como los “mundos ideales ubicados en un pasado perdido/robado/ abandonado que, aun así, se ha resistido a morir, y no en ese futuro por nacer”1. Lo que quiere señalar el autor, es que en lugar de depositar las esperanzas en un futuro que es incierto, se deposita en un pasado de vago recuerdo, pero que es más fiable por su presunta estabilidad. El futuro ha cambiado de óptica, deja de ser el lugar de la esperanza y la expectativa, para concebirse en un escenario oscuro y lleno de miedo, miedo a perder el trabajo, a la falta de dinero, a la escasez, a la falta de oportunidades. Lo preocupante, es que la Retrotopía, es la negación de la utopía.

Bauman, centra la Retrotopía en la sociedad europea. Sin embargo, es una herramienta de análisis que nos permite mirar nuestra situación actual. Colombia se caracteriza por vivir en un eterno presente o en un eterno retorno. No hemos sido capaces de salir de la guerra a pesar de la firma del acuerdo de paz y, menos aún, del sentimiento guerrerista. Ese eterno presente está cargado no solo por el conflicto y el sentimiento guerrerista, también, a la falta de oportunidades para una población más numerosa, que no ha visto la creación de un proyecto colectivo que ayude a cohesionar a amplios sectores de la sociedad.

La falta de un proyecto inclusivo e incluyente por parte de las elites colombianas, es un problema de vieja data, varios sectores de la sociedad han estado marginados, odiados, incluso, son víctimas de racismo y de un fuerte sentimiento de rechazo. Pero si decimos que la Retrotopía es una forma de pensar donde se privilegia el pasado en lugar del futuro, ¿hacía que temporalidad se proyecta los reclamos o exigencias de los manifestantes, al futuro o al pasado? si echamos un breve vistazo unos 30 años atrás, las condiciones laborales eran más estables, lo mismo podemos decir del sistema de salud. Varios de nuestros padres y madres gozaron de garantías en estos dos aspectos, lo que les permitió ofrecer mejores condiciones de vida a sus hijos e hijas. Sin embargo, hoy vemos que después de ese lapso de tiempo, esos mismos padres y madres, ven que sus hijos carecen de mejores oportunidades, no solo laborales o en salud, sino en un amplio espectro: poder adquisitivo, acceso a vivienda, educación superior, incluso en formar una familia. La pérdida de las condiciones dignas y básicas en estos aspectos, hay que buscarlas en la arremetida neoliberal desde los años 90. El desmantelamiento del papel del Estado como garante, protector y guía de las condiciones básicas de vida, se ha desmoronado.

Lo que hoy se pide a gritos en las calles de Colombia, son condiciones que hace unos lustros existían. Los jóvenes, no están exigiendo un cambio en la estructura del modelo económico, están reclamando ser partícipes del mismo sistema económico que las élites criollas defienden a ultranza. Lo que están exigiendo con sudor, sangre, lágrimas e incluso con su vida, es inclusión y no exclusión por parte de unos dirigentes políticos que no les ofrecen un mejor futuro. ¿Se está apostando a unos cambios profundos en el sistema económico? Tal vez, la respuesta inmediata, puede ser un no, pero eso no quiere decir que pierda validez la lucha. Si bien podemos estar en la orilla de la Retrotopía, hay dos situaciones a mí modo de ver distintas: la apuesta a una utopía incluyente donde converjan las nuevas ciudadanías y la lucha de jóvenes, de los cuales pensábamos que era la generación que no exigía derechos, una juventud adormecida, pero que hoy, nos han demostrado lo contrario. Las dos situaciones, son nuevas, y están posiblemente dejando las bases para un futuro que no solo mira al pasado.

Hoy se apuesta a nuevos escenarios de inclusión, como la renta básica, que como lo plantea uno de sus defensores, Daniel Raventós, es la piedra angular de cualquier futura casa de la igualdad. También, somos testigos de nuevas expresiones de ciudadanía que exigen ser tenidos en cuentas a la hora de construir un proyecto colectivo. Un posible camino que se esté labrando es la lucha por un Estado estilo keynesiano. Sabemos que este tipo de Estado sirvió como herramienta para despolitizar y apaciguar la lucha de los obreros en los países desarrollados, pues permitió el acceso a las condiciones básicas de vida digna en sus poblaciones, esto incidió que varios movimientos obreros de la época, abandonaran la lucha. De ser así, surgen las siguientes preguntas ¿por qué la élite criolla se niega a ultranza a un Estado que brinde las mínimas condiciones de vida digna? ¿Por qué resulta inaceptable para la clase dirigente permitir el acceso a la educación superior, a mejores condiciones laborales, de salud, de vivienda para un amplio espectro de la sociedad? ¿Por qué su rechazo a potencializar el agro? ¿Acaso la apuesta en marcha de las condiciones básicas de vida no bajaría las tensiones y las luchas urbanas y rurales?

Varias posibles respuestas podemos encontrar. Una de ellas, es que la clase dirigente tiene una visión muy estrecha y conservadora de la democracia, donde se excluye a los sectores más vulnerables, a los que piensan distinto, a los que profesan sexualidades o modos de vida diferente, etc. Otra, es que creen que la pobreza se puede combatir solo con ayudas como familias en acción y no, generando las condiciones para que se pueda ascender socialmente. También, la visión premoderna del sistema económico, que sigue girando en el extractivismo, donde no cabe la potencialización de la industria. Además, podemos señalar, que la élite colombiana no es autónoma en la toma de decisiones y depende de los lineamientos no solo de las entidades internacionales, sino, de las indicaciones de los Estados Unidos. Por último, podemos añadir que simplemente, no está dispuesta a negociar un ápice sus privilegios, todas las anteriores pueden ser posibles respuestas que necesitan complementarse.

Después de los acuerdos de paz, el escenario de tensión y lucha, se ha centrado en la ciudad, esto no quiere decir que en el campo haya disminuido. Lo que sucede, es que el descontento social urbano y rural, están en un campo visible, donde las élites y los grandes medios de información, no han podido ni minimizar ni oscurecer. Si bien, antes de la llegada del COVID-19 se veía en los escenarios urbanos el descontento social, el clímax lo desató la pandemia. El COVID-19, terminó por fragmentar aún más, el contrato social entre Estado y sociedad, muchos ciudadanos quedaron en total desamparo ante la ausencia de un gobierno.

¿Colombia en la posdemocracia?

En su libro, la sociedad paliativa, Byung-Chul Han, señala que la posdemocracia consiste en una política paliativa que no es “capaz de tener visones ni de llevar a cabo reformas profundas que pudieran ser dolorosas. Prefiere echar mano de analgésicos, que surten efectos provisionales y que no hacen más que tapar las disfunciones y los desajustes sistemáticos. La política paliativa no tiene el valor de enfrentarse al dolor. De esta manera todo es una mera continuación de lo mismo.”2 Han, llama la atención, señalando que en la actualidad la sociedad le da miedo apostar a reformas profundas, y lo que promueve el sistema político neoliberal es la difusa idea de centro, que en últimas, para Han, se convierte en un analgésico político que resulta paliativo.

En Colombia no estamos ajenos a este planteamiento. A través del miedo y del terror, se le muestra a la sociedad que no es posible realizar cambios profundos o radicales, y por lo tanto, la mejor opción, es lo que se denomina centro, que en últimas es un analgésico que perpetúa más de lo mismo. ¿Queremos cambios, pero hasta donde y a qué nivel de profundidad? ¿Está la sociedad colombiana dispuesta a enfrentarse al dolor del cambio? De ser así, ¿Qué hace falta para empezar a desquebrajar ese miedo? O todo lo contrario, ¿no queremos cambios profundos sino paliativos?

A simple vista, parece ser que la sociedad colombiana y especialmente su élite gobernante, reina la algofobia, ese miedo al dolor, que en términos políticos, es miedo a los dolores que les puede ocasionar cambios profundos. Para evitar eso, acude a un sinfín de estrategias para que la ciudadanía este en un constante sentimiento de zozobra, que no le permite siquiera apostar a un cambio poco profundo. Hoy, parece ser que los jóvenes están más dispuestos a enfrentarse al dolor de perder, y la razón es muy sencilla, no tienen algo que perder. Con un futuro incierto, oscuro y lleno de preocupaciones y carencias, están dispuestos a salir a las calles exigiendo cambios, que incluso, les ha costado desapariciones, abusos, hasta, la vida a muchos de ellos y ellas. Sin embargo, surgen dos preguntas: ¿qué tan politizados están los jóvenes para apostarle a este cambio? ¿Cómo se puede llegar a otros sectores más allá del juvenil para que se le apueste al cambio? Aún falta trecho para saber las respuestas, sin embargo, lo que se puede palpar es que la crisis social desatada, ha provocado que varios sectores de la sociedad que le apostaron a un estilo de gobierno, estén decepcionados, pero aún es temprano para saber si eso es suficiente para que deseen un cambio.

El virus a lo colombiano

La élite gobernante durante años ha venido encubando un virus a la colombiana que tiene varias acepciones: Comunismo, Castrochavismo y Petrismo. Al viejo estilo de los Estados Unidos durante la guerra fría que utilizaba el dispositivo del lenguaje para todo aquello que era distinto, y lo distinto era el Comunismo Soviético, en Colombia, se ha inculcado ese dispositivo del lenguaje que busca, como una reacción inmunológica, acabar con todo aquello que según ellos encarnan esas acepciones. En realidad, el objetivo es atacar la otredad. Se busca la desaparición de lo distinto. Las víctimas, todos y todas que piensan diferente y que exigen o reclaman una democracia más participativa e incluyente.

Ese dispositivo de lenguaje que ha tomado la forma de un virus y al que se le acusa de todos los males que circula en la sociedad, según ellos, hay que atacarlo, acabarlo o buscarle una cura. La respuesta ha sido un sistema inmunológico paraestatal, y eso salió a relucir descaradamente durante las protestas sociales. En Cali, al igual que en otras ciudades del país, los mal llamados personas de bien, cansados del virus a la colombiana, salió con armas a asesinar a los que consideran Castrochavistas, Comunistas o Petristas, pero no solo salieron como una respuesta inmunológica, salieron como una expresión de odio visceral a la otredad, atacando a los indígenas, los cuales son vistos para la élite y para este sistema inmunológico paraestatal, como una cosificación. Los indígenas al igual que como muchas expresiones políticas, sociales, culturales, sexuales, etc. son vistos no solo como virus, sino también, como cosas, y por lo tanto, pierden todo valor democrático e incluso, humano.

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El virus creado en los laboratorios donde se reúnen políticos e intelectuales de ultraderecha, busca propagar, como todo virus, el miedo, la zozobra, la rabia, la ira, a todo lo que piensa y es diferente a sus ideales. Por eso, buscan y validan, una respuesta inmunológica no solo desde las instituciones del Estado, también, desde lo paraestatal. Los mal llamados ciudadanos de bien, son como inyecciones que buscan la eliminación del otro, de lo que ellos consideran son el virus que aqueja a la sociedad colombiana. Para estos mal llamados ciudadanos de bien, no existe una respuesta a través del dialogo que ayude a construir un proyecto social incluyente. Ellos, al igual que la élite gobernante, sufren de algofobia, y están dispuestos a derrumbar lo poco de democracia que aún prevalece, para que sus intereses sigan incólumes. Así, recurran a cirugías abiertas, como ha venido sucediendo, donde abiertamente, han disparado contra la población civil y desarmada.

A pesar de las acepciones que se le da a este virus, hoy, desde la ´perspectiva de la élite gobernante, el virus ha mutado, tomando una figura visible, palpable, y encarnada en los jóvenes. El enemigo ya no son solo ideas o ideales, también son los jóvenes que le están apostando a un sistema más incluyente. Lo lamentable de la situación, es que en lugar de ser vistos como futuro, son vistos como virus que hay que acallar, excluir, eliminar, pero menos escuchar. Frente a este dispositivo de lenguaje que busca la satanización de todo aquello que piensa o es diferente, es necesario una pedagogía del contra-lenguaje, que busque desafiar la univocidad del discurso estatista, promovida por sus élites.

1 Z. Bauman, Retrotopía, Barcelona, Paidós, 2017, p. 14

2 B. Han, la sociedad paliativa, Barcelona, Herder, 2021, p. 12

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

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