El 30 de septiembre llegaron a Bogotá 1200 indígenas de 14 pueblos originarios organizados en el proceso de «Autoridades Indígenas de Bacatá», desde distintas partes del país para asentarse de manera permanente en el Parque Nacional hasta que no les garanticen el acceso a sus derechos básicos.
Por donde se mire hay niños corriendo, jugando, vestidos o incluso pese al frío de Bogotá, totalmente desnudos, parecieran estar ajenos a las preocupaciones de sus papás, hasta que luego, ves las responsabilidades que asumen desde pequeños. No necesitan tener una muñeca para tomar el papel de madre o padre, las niñas y niños desde pequeños deben ayudar con el cuidado de sus hermanos para que las mujeres adultas puedan tejer, cocinar o desarrollar otras labores propias de su cultura.
Estaba dialogando con un médico indígena del campamento sobre las condiciones de salud de las y los menores, ya que acaba de ver a un niño completamente desnudo y sin zapatos que iba de la mano de una niña un poco más grande de camino a la carpa de salud que hasta casi un mes de ellos y ellas asentados, había ido a atenderlos. Depronto vi a un niño con un coche gris que aunque parecía de juguete por lo endeble, debía tener otro uso, pero como él iba con éste a toda carrrera, pensé que estaba jugando; unos minutos después, vi unos pies pequeñitos en un mameluco amarillo que se balanceaban en la carrera del pequeño, quien, en cuestión de segundos, había asegurado al que parecía ser su hermanito en el coche y se disponía a continuar hacia otra carpa. Lo vi marcharse con un deseo inmenso de detenerlo, un deseo que me acompañó desde que me paré frente a él dudando entre tomar la foto o decirle algo.
-¿Cuántos menores de edad hay aquí?-, le pregunté a Yonema quien nos acompañaba a mi y a Tatiana en el recorrido antes de dialogar con las autoridades indígenas.
– Hemos contado unos 500.
500 niños y niñas están pasando frío y hambre mientras se resguardan en techos de plástico, colchones de cartón, reciben comida cuando hay y cuando no deben aguantar, ya que por ahora las únicas ayudas que han recibido es de la ciudadanía y organizaciones sociales que de manera solidaria intentan suplir éstas necesidades básicas sin lograrlo.
Según las Autoridades Indígenas de Bacatá, el 60% de la población asentada son menores de edad, mujeres lactantes o en estado de embarazo. En su mayoría han estado sufriendo de diarrea, tos o fiebre. Los médicos indígenas han intentado sanar a sus enfermos con algunas medicinas que llevaban, pero no parecen ser suficientes, las condiciones precarias que aguantan en el Parque Nacional de Bogotá parecen ser una opción más viable que quedarsen en sus territorios donde el conflicto armado, el avance de la locomotora mineroenergética, entre otras formas de despojo de sus territorios ancestrales, les ha impedido permanecer allí y se han visto obligados a desplazarse; inclusive quienes ya estaban en Bogotá desde hace varios años, han visto su vida aún más precarizada por causa de la emergencia que desató el covid-19.
Teniendo en cuenta que el 95% de la población viene desplazada por razones relacionadas a la violencia, la Unidad de Víctimas se encuentra haciendo una caracterización que por ahora podría ser la razón de que el desalojo anunciado no se haya efectuado, ya que, según el secretario de Gobierno de Bogotá Luis Ernesto Gómez, el traslado de esta comunidad indígena hacia el Parque de la Florida en la localidad de Engativá, se hará de manera concertada y tomará varios días más. No obstante, la comunidad no quiere ser trasladada a un lugar que manifiestan no tiene las condiciones para recibirlos, además, lo que exigen son garantías de reubicación y/o retorno, más otros derechos básicos que históricamente se les han negado.
Fotos: Lina Álvarez.