Eran más de 50 adultos mayores, todos y todas inmersos en la cotidianidad de sus tardes, cuando llegamos con don Fernando Sogamoso, de la empresa Ultramax quien había coordinado una desinfección gratuita en el hogar geriátrico Divino Niño Jesús en Vanguardia y quisimos aprovechar la ocasión para ver cómo la vida de estos había cambiado durante la pandemia.
Inmersos en sus conversaciones algunos no prestaron mucha atención a los invitados, otros sí, atentos a qué iban a hacer esas personas que, era raro verlas, teniendo en cuenta que desde que empezó la cuarentena, ya llevaban alrededor de dos meses sin recibir ningún tipo de visita y solo compartiendo con sus cuidadores/as.
Sin la incertidumbre que representa el salir a la calle y tener contacto con personas que podrían tener o no el virus, los abuelitos charlaban alegremente bajo la sombra que les provee los árboles; solo usaban tapabocas los empleados de la fundación, ya que por la edad y las patologías de los adultos mayores, les es dificil respirar con elementos de protección que ni las mismas personas más jóvenes se sienten cómodas de usar.
Pero ese día, habían llegado tres extraños, que además por iniciativa del hombre que estaba desinfectando, les regalaron de a un tapabocas azul a cada uno/a para que así estuvieron más protegidos y pudieran también desinfectarse -los tapabocas y cerrar los ojos, evita que pueda afectarlos de alguna manera el amonio cuaternario y los agentes desinfectates-, para evitar así la llegada de covid-19 y/o su propagación.
Casi todos estuvieron de acuerdo en ponerse los tapabocas, aunque uno que otro no quería hacerlo, ni que «lo mojaran». Fue en ese ir y venir, que uno de ellos empezó a pedirme una foto, mientras mi compañero de El Cuarto Mosquetero estaba acompañando a don Fernando en su desinfección dentro del recinto. Les llamaba la atención ver una cámara «tan grande» y mas la novedad del momento, fue que gran parte de los presentes me pidieron que los capturara junto a una mata, con sus amigos o simplemente posando para eternizar sus sonrisas en un retrato.
Diversas respuestas surgieron, ya que algunos llevaban mucho tiempo sin prestar atención a los cambios físicos que genera la vejez: «Oh pero he cambiado mucho», «Ya ni me reconozco» o un «qué linda foto» manifestaban con una sonrisa. Algunos solo la miraban, y sonreían cuando les decía lo guapos o guapas que estaban. Espero algún día llevarles las fotos en mejor calidad, y que la pongan en esa pared donde tienen retratos de las personas que han estado allí hasta su último aliento, algunos felices, otros no tanto, pero ya resignados de estar allí, al no tener familia o que estas no puedan estar atentos de todas sus necesidades.
Una de las funcionarios del lugar, nos acompañó en todo el recorrido desinfectando las áreas comunes, habitaciones y hasta cocina, mientras nos contaba que las condiciones de vida no se han visto afectadas por la llegada de la cuarentena, sin embargo, los adultos mayores extrañan las actividades propias que realizaban personas foráneas que les permitían hacer sus días más llevaderos en el hogar del adulto mayor Divino Niño.
«Hasta los jóvenes de la Uniminuto venían aquí, ahora ya no viene ni un alma» me dijo el primer adulto mayor con el que «rompí el hielo» al sacarle una foto. Aunque es importante tener en cuenta que sus cuidadores/as intentan hacerle diferentes rutinas para que sus días no sean tan tediosos y para que además fortalezcan su estado físico y mental.
Al final, cuando ya me estaba retirando a donde estaba parqueada la moto que estos días nos ha permitido cubrir de forma económica la cuarentena en Villavicencio, escuché nuevamente un sonido que al entrar me había llamado la atención, pero que en ese momento había pasado por alto. Un hombre allí debía tocar la armónica pensé. Empecé a prestarle atención de dónde provenía el sonido, finalmente lo encontré, el hombre estaba allí separado de los demás, tocando de manera concentrada su «instrumento», haciendo un sonido muy agradable. Me acerqué a él y vi con gran asombro que en sus manos tenía una hoja, no una armónica, una hoja de esos abundantes árboles en los que ellos se resguardan.
El abuelo se sintió animado y empezó a tocar mientras sabía que lo estaba grabando, al final le pregunté su nombre «Rodrigo, y toco la hoja desde que tenía 6 años, cuando intentaba llamar a mi caballo. Al darme cuenta que podía hacer estos sonidos, pues empecé a practicar y toco de todo». No había alcanzado a responder, cuando Edilson, mi compañero, quien ya había regresado de registrar otras áreas, le preguntó si podía tocar un bolero, lo que inmediatamente empezó a interpretar don Rodrigo, a quien seguramente espero hacerle una entrevista cuando vuelva al hogar Divino Niño de Jesús.