Por medio de la danza, el teatro, las expresiones artísticas y el cuidado de la naturaleza, Sandra fortalece la memoria y el folklore de su municipio. Con su fundación, busca rescatar las raíces culturales del territorio y transmitir este legado a las nuevas generaciones.
Sandra Novoa teje los hilos de la memoria y la identidad del municipio de La Macarena al sur del Meta. Nacida y criada en este pueblo, siempre ha querido preservar las raíces culturales y la historia de su comunidad. Su trayectoria es una mezcla entre arte y un trabajo para mantener viva la esencia folklórica de su tierra.
Actualmente lidera la Fundación Memoria, Arte y Folklor. Esta organización constituida formalmente en el 2020 nació de la necesidad de Sandra de rescatar y proyectar la historia de La Macarena, un lugar con una riqueza a menudo olvidada.
A través de la danza, el teatro y otras expresiones artísticas, busca contar la historia de quienes habitaron este territorio anteriormente llamado “El Refugio”, por primera vez: desde comunidades indígenas hasta colonos de Caquetá, Santander, Boyacá y el Llano. Los eventos que organiza son una forma de honrar sus raíces y transmitir este legado a las nuevas generaciones. “Resaltamos qué hicieron, cómo vivieron, su época, por medio de la danza y el teatro”.
Los padres de familia son quienes, con pequeños aportes, hacen posible que las clases sigan adelante. Pero para ella, lo más importante es “el amor hacia ellos mismos y hacia la naturaleza”. Dice que desde que se levanta “a todo el mundo hablo de la Fundación a todo el que me el que vea, cuento, hago, comento qué voy a hacer, qué quiero hacer”.
La fundación también abarca a población adulta y campesina generando un intercambio intergeneracional y una integración familiar. “Estas personas que tienen esta facilidad artística, que no se han dado cuenta ellos y que muchas veces por las ocupaciones diarias no tienen ni siquiera tiempo”. No solo promueve el arte y la cultura, sino que también aborda temas ambientales. Ha liderado campañas de siembra de árboles y de reciclaje.
Además, la fundación se enfoca en el bienestar integral de los niños y niñas, brindándoles un espacio donde pueden expresarse, reflexionar sobre sus emociones y recibir apoyo en su desarrollo personal. En cada clase, se enfatiza el amor por la naturaleza y los valores como el respeto y la autoestima. Sandra enfatiza en el hecho de que se brinda un espacio donde se fortalecen las herramientas propias y la integración familiar “para que dejen de lado muchas costumbres que no les van a servir a los jóvenes”.
Sandra creció rodeada de una familia artística y con vocación de servicio social: su abuela y su abuelo eran colonos fundadores del pueblo; ella era profesora, fundó barrios y escuelas y le enseñaba a los niños y niñas que lo necesitaran. Su padre es músico campesino empírico, y tanto su hijo de 11 años, un excelente bailarín de joropo, como su hija, que tiene una gran voz para el canto, comparten su inclinación artística.
Sandra se vinculó a la formación artística de su hijo y su hija desde la niñez. “Yo me ofrecía a los profesores que les dictaban el taller de danza con el ánimo de que se integraran y les surgiera el tema cultural aparte del estudio”, relata.
A lo largo de su carrera, ha dejado su huella en el municipio: ha sido concejal, ha trabajado en la alcaldía y en el hospital. Pero fue en la Casa de la Cultura donde encontró su verdadera vocación. Desde 2014, trabaja con niños, niñas y adultos mayores, enseñándoles la riqueza del folklore nacional, especialmente a través de la danza.
A pesar de las dificultades económicas, no ha dejado que su pasión por el arte se apague. Vive rodeada de máquinas de coser, confeccionando los trajes que necesita para las presentaciones culturales. Es su forma de sostener los proyectos, sin dejar de lado su negocio de confección, que también le permite seguir adelante.
Visualiza que la fundación cuente en el futuro con un centro cultural donde el campesinado, niños, niñas y jóvenes, tengan un espacio para expresarse ya que actualmente se reúnen todas las personas en la Junta de Acción Comunal del barrio Antonio Nariño. Sandra aspira a que este lugar sirva para que la música, la danza y el deporte converjan. Una casa para el encuentro donde la comunidad “venga un domingo, deje sus actividades diarias y exponga ante la tarima todo lo que ellos quieren hacer en tema de coplas, versos, música instrumental”.
Desde la fundación se han logrado sacar adelante pequeños proyectos con la Secretaría de Cultura departamental, y el Ministerio de Culturas. Sus presentaciones ya han comenzado a resonar a nivel regional. A través del teatro y la danza, transmite el mensaje de que el pasado debe ser recordado y que el arte es una herramienta poderosa para la transformación social. «Que nos miren, que nos den la mano», repite con firmeza. Hoy, su labor es un valioso aporte para La Macarena.
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