Reciclar con llantas, proyecto de vida y camino para superar las heridas del conflicto en el Meta

Rosa Montoya de Ortiz es una mujer oriunda del municipio de Purificación en las montañas del Tolima. Es una trabajadora incansable que desde los 3 años fue víctima del conflicto armado en el país y por esto ha recorrido el territorio nacional en busca de un lugar que le permita surgir y vivir en paz. Ahora, a sus 68 años, Rosa es la lideresa de un gran proyecto que hace poco la llevó a ganar un premio como mejor negocio de reciclaje en Villavicencio. 

El conflicto armado tocó por primera vez la puerta de la familia Montoya Ortiz hace 65 años aproximadamente, cuando en las montañas del Tolima asediaban grupos armados que tenían en jaque a las comunidades. Esta vez, les había tocado a ellos. Inmediatamente y por salvaguardar la vida de los niños especialmente, la familia abandonó sus tierras y fue a parar al departamento del Casanare. Allí pasaron los años y Rosa inició el colegio, con tan mala suerte que sólo pudo cursar hasta tercer grado. Además de la violencia, Rosa a su corta edad, también tuvo que lidiar con el machismo de su padre, pues él pensaba que las mujeres no servían para estudiar, que los únicos que tenían derecho eran los hombres. 

El sueño de Rosa de ser profesional y además dedicarse a la música, pues era lo que le gustaba, cada día se hacía más lejano. Al cumplir los 13 años, ya estaba lista para “producir”, según lo pensaba su familia. Se la llevaron a una finca a realizar trabajo de campo, con machete y azadón. Así pasaron los años de su juventud que hubiera querido invertir en la música. Los años pasaron y la mujer terminó viviendo en Puerto López, un municipio cercano a la capital del Meta en donde se casó y tuvo a sus hijos. Allí, junto a su esposo logró trabajar de manera mancomunada y organizada y así establecerse cómodamente en la zona rural del municipio. Tenían una hacienda ganadera, además de un almacén en el que comercializaban ropa, calzado, electrodomésticos. También un restaurante y una casa propia. Pero este tiempo de bonanza no duró para siempre, pues la violencia no dio tregua. Esta vez, las víctimas eran su esposo y sus hijos.

En el llano, eran dos grupos armados quienes tenían el poder, las FARC y los Paramilitares. El primero, hace 18 años le secuestró a cinco de sus hijos, y los sacó de sus terrenos. “De los cinco hijos que me quitó la guerrilla, logramos que se volaran tres” aseguró Rosa. Las dos hijas fallecieron estando en poder de la guerrilla de las FARC, una de ellas fue sepultada en Mocuare, un sector denominado como El Olvido, cerca al Río Guaviare y Caño Jabón; y el cuerpo de la otra mujer, se tiene indicio de donde puede estar enterrado, gracias a la información que brindó un excombatiente que la conocía. 

Esperanza

Después de su segundo desplazamiento Rosa finalmente llegó a Villavicencio, con una mano adelante y otra atrás como ella misma lo describe. “Yo no sé cómo compré un asador y me puse a hacer arepas. Lo primero que vendía era arepas. Con eso pagaba arriendo y comíamos más o menos. Luego también empecé a vender empanadas”. En el desarrollo de su actividad comercial con la venta de las arepas, Rosa escuchó que en el barrio había una profesora que iba a enseñar a hacer materas y sillas con llantas viejas. Con algo de desconfianza y poca fé, tomó las clases sorteando los horarios de sus responsabilidades en la casa.  Ella y otras 25 mujeres más, habitantes del mismo barrio lograron culminar satisfactoriamente el curso. 

Con el apoyo de programas de cooperación internacional como ACNUR Y PNUD, estas mujeres lograron capacitarse en todo lo relacionado a procesos administrativos, creación de empresas entre otros temas, que requerían para empezar con su proyecto de emprendimiento con la creación de las materas y muebles. Con mucho esfuerzo y después de culminada la formación sólo seis mujeres, incluyendo a Rosa, iniciaron el camino de su empresa. Durante el desarrollo de la actividad comercial, se presentaron inconvenientes entre las mujeres que hacían parte de ella. Pero Rosa mantenía intacta sus ganas de salir adelante con el proyecto y demostrar que el haber sido víctima del conflicto en más de una ocasión, no le impedía crecer de manera individual y colectiva, a través de su empresa y su comunidad. 

Renacer

Fotografía: Lina Álvarez

Después de muchos ires y venires, finalmente la empresa quedó legalmente constituida y sólo en manos de Rosa, quien de manera aguerrida empezó a trabajar día y noche para que su proyecto creciera y así poder brindar oportunidad de empleo a más mujeres que como ella, no habían tenido muchas oportunidades en el pasado. Hasta la fecha ella es una experta en la elaboración de materas y muebles en llantas, las pinta con colores vivos que los asemeja a los colores de la vida y la esperanza. Todas sus creaciones son originales y llamativas. 

Ella misma consigue la materia prima para su trabajo. Los talleres mecánicos de la ciudad son sus aliados estratégicos, de allí la llaman y le regalan todas las llantas que ya no sirven para su función original, pero que, para Rosa, son un tesoro que, con la ayuda de sus colaboradores y colaboradoras, impulsa el crecimiento de la empresa. El transporte de estos elementos hacia su taller no es ningún inconveniente pues se vale de lo que sea necesario para llevarlas. “Normalmente me toca pagar un moto carguero para recolectar llantas, para moverme o un camión pequeño en caso de que sean muchas, a veces me cobran entre $30.000 y $35.000” afirmó.

Ejemplo

Este proyecto de emprendimiento no sólo ha servido de ejemplo de superación para las mujeres de su comunidad, sino que ella también brinda clases en diferentes veredas y corregimientos en Villavicencio, de la mano de la Corporación CORDEPAZ. Esto ha permitido que la idea de negocio crezca y su empresa se dé a conocer mucho más en todo el departamento.

El año pasado el Ministerio de Ambiente entregó un premio a este proyecto productivo sostenible, como mejor negocio de reciclaje en Villavicencio. Dicho premio impulsó de manera exponencial el reconocimiento a nivel nacional e internacional de la empresa. Gracias a esto, Rosa recibirá apoyo de otros países para la creación de una nueva idea de negocio, una trituradora de llantas, así lo aseguró. “Yo tengo que conseguirme el lote, la trituradora de llantas me la dona Taiwán, y la República Checa me dona el transporte que son los camiones recolectores de llantas, el bus para transportar personal y un carrito particular para mí”.

Rosa es un ejemplo de resiliencia, frente a todas las afectaciones de los que fue víctima, de los abusos que cometieron los actores armados en contra de ella y de su familia en cada uno de los territorios en los que vivió. Además de haber curado ella misma sus heridas, ahora ayuda a otras mujeres que sufren o han sufrido situaciones similares no solo del conflicto armado, también de violencia de género; para que puedan superar estos episodios oscuros en sus vidas y logren el perdón y la reconciliación con ellas mismas y la sociedad. 

“Yo no descanso porque yo sufrí mucho el desplazamiento y yo sé que es que una mujer sola con dos o tres niños y el marido por ahí que sea bien guache, que, si le quiere dar calzones, sino le da que remiende los que tiene. Eso se tiene que acabar, yo le digo a ellas, que ellas pueden. Si puedo yo, que tengo 68 años, ¿cómo no pueden ustedes que tienen 10, 15, 20 o 30 o 40 años menos? ¿Por qué no van a poder salir adelante dándoles una ayuda?” concluye Rosa, una mujer admirable. 

Investigación de: Lina Álvarez – Redacción de: Camila Huertas

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