El maestro Gabriel García Márquez vestía un traje a cuadros y corbata, estaba elegante y desde que se subió al atrio para dar su discurso, su semblante caribe de hombre sencillo y poco amante de los rituales pomposos, se endureció e inició su discurso. El pequeño recinto estaba lleno de intelectuales, dignatarios y uno que otro desconocido que había logrado colarse rompiendo la seguridad real. Corría el 8 de diciembre de 1982, la escena transcurría en la invernal Estocolmo y todo estaba enmarcado en el discurso del premio Nobel de literatura.
Cuentan los archivos de las Indias, exactamente en la crónica “rumbo a las Molucas” que el noble, explorador y cronista, Antonio Pigafetta fue uno de los sobrevivientes de la expedición de Magallanes que partió de Sevilla el 10 de agosto de 1519, eran cinco buques que totalizaban cientos de tripulantes y que su única misión era abrir un paso entre los océanos Atlántico y Pacífico, que le permitiera a la corona española la hegemonía en el comercio mundial. Solo regresó el navío Victoria, y uno de los tripulantes era Pigafetta.
Eran las épocas de las grandes gestas en los mares del mundo, el globo empezaba a tomar forma, las casas reales europeas dominaban como nunca el comercio y trazaban fronteras, creando vastos imperios y esclavizando a cientos de miles de negros provenientes de África y nativos de América y el Pacífico Sur. Magallanes intentaba completar la empresa que le fue esquiva a Colón -darle la vuelta al mundo- y para ello se necesitaban hombres de todas las castas u orígenes y especialidades. Se trataba de la misión más importante en la historia de la humanidad hasta ese momento.
El italiano o mejor aún el veneciano (hasta ese momento no existía Italia como estado o nación) al enterarse de inmensa empresa, decidió aventurarse en España para lograr ser parte de la tripulación, Piigafetta era un hombre sediento de gloria. Esto quedó de manifiesto en un texto que escribió en 1519: “… determiné de cerciorarme por mis propios ojos de la verdad de todo lo que se contaba, a fin de poder hacer a los demás la relación de mi viaje, tanto para entretenerlos como para serles útil y crearme, a la vez, un nombre que llegase a la posteridad.” Quería a como diera lugar, forjarse un nombre en la historia del hombre. Buscaba la inmortalidad.
Fue así como se embarcó en el Nao Trinidad, capitaneado por el histórico Fernando de Magallanes. Se enroló como supernumerario y fue registrado bajo el nombre de Antonio de Lombardía. Aún se desconoce las razones que justifiquen el cambio de apellido. Pronto empezó a ejercer funciones de lenguaraz (traductor de textos) y cartógrafo, pero en su sangre también estaban vivos los deseos de escribir crónicas de aquella fantástica expedición, por lo que, en momentos de esparcimiento, empezó a escribir de todo lo que veía y sentía por los mares del mundo.
Sus textos no son mundialmente famosos, excepto por los historiadores, su narrativa altamente descriptiva y que resaltaba lo trágico y brutal de aquella expedición son su característica principal.
“miércoles 28 de noviembre, desembocamos por el Estrecho para entrar en el gran mar, al que dimos en seguida el nombre de Pacífico, y en el cual navegamos durante el espacio de tres meses y veinte días, sin probar ni un alimento fresco. El bizcocho que comíamos ya no era pan, sino un polvo mezclado de gusanos que habían devorado toda su sustancia, y que además tenía un hedor insoportable por hallarse impregnado de orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber estaba igualmente podrida y hedionda. Para no morirnos de hambre, nos vimos aun obligados a comer pedazos de cuero de vaca con que se había forrado la gran verga para evitar que la madera destruyera las cuerdas.”
Tristemente la historia recuerda con mayor renombre a Maximiliano Transilvano, como el cronista de aquel viaje, a pesar de que no hizo parte de la misión, logró entrevistar a los sobrevivientes y sus textos se esparcieron por Europa con gran velocidad, logrando que fuera el gran narrador de aquella empresa. Antonio Pigafetta quedó relegado a ser un miembro más de la tripulación. A pesar de esto, el tiempo da segundas oportunidades, da revanchas, así sean cuatro siglos después.
El gran maestro de la narrativa del boom latinoamericano, Gabriel García Márquez, en su famoso discurso La Soledad de América Latina, con el cual se dirigió a la Academia Sueca y a docenas de invitados a la ceremonia del premio Nobel de literatura de 1982, inició sus palabras mencionando a un desconocido, o mejor aún, a un poco conocido, Antonio Pigafetta.
Pereira, 22 de enero de 2021