Federico Ríos es considerado uno de los mejores fotógrafos del país, con su agudo sentido del humor y el gran deseo de compartir sus conocimientos a las nuevas generaciones, nos contó cómo fue que llegó hasta las selvas de Colombia, a las trochas más recónditas y en general, a las casas donde lo esperaban con un tintico hecho a leña sin azúcar –como a él le gusta- para corresponderle su bondad e interés genuino en sus realidades.
Por su gran sentido social Federico hizo del fotoperiodismo su motor para servir a la comunidad y aportar en la transformación de un país que, históricamente ha estado en medio de guerras y odios donde más sufren precisamente quienes habitan en la periferia y el campo. Fue Manizales la ciudad que vio crecer a este hombre alto, joven -o así se considera con “cuarenta añitos apenas”- en la cual hizo sus estudios primarios y secundarios, pero además en la que en medio del claustro universitario intentó estudiar primero diseño visual, luego comunicación social y periodismo, hasta que decidió que donde aprendería sería en las zonas selváticas del país, sin imaginar que cada cosa que retrataría haría parte de la construcción de memoria histórica que tanto necesita esclarecer el país.
Federico ama descubrir nuevos lugares caminando o montando en bicicleta, cuando era joven empezó a desarrollar su amor por la fotografía yendo a los nevados y llegando a las fincas de las y los desconocidos. Mientras hacíamos esta entrevista había durado seis horas pedaleando 162,65 kilómetros desde Itagüi a Barbosa en Antioquia. Pero en realidad, fue a partir de la experiencia de ver cómo los amigos de su padre se transportaban a través de las fotografías a Egipto, en donde el señor Jairo Ríos tuvo la oportunidad de estudiar mediante una beca, lo que permitió a este fotoperiodista comprender lo que se podría lograr con tan solo una foto.
Sin saber exactamente para dónde lo llevaría su caminar, aproximadamente a los 25 años Federico agarró sus cámaras -siempre trata de llevar como mínimo dos para prevenir fallas o accidentes-, baterías, cargadores, lentes, tarjetas de memoria, rollos fotográficos y todos los equipos propios para retratar la realidad que hay detrás de la espesa selva colombiana dentro de los campamentos de madera, plásticos y lonas desgastadas.
En su infancia Federico había observado a guerrilleros en diferentes ocasiones, por ejemplo, cuando iba camino a pescar con su padre o simplemente cuando decidía ir a acampar con amigos y familiares. Desde entonces, la duda persistía, quería saber quiénes estaban detrás de ese fusil. Fue así como Federico, seguro de querer descubrir y documentar esto, envió mensajes a las FARC por medio de correos electrónicos, mensajes encriptados y demás hazañas para comunicarles su deseo de llegar a su intimidad, tan cerca como nunca antes alguien externo a ellos había estado.
Lo acechaba un gran interrogante «¿Cómo lograr hacer tu trabajo periodístico, que te dejen sacar la cámara y fotografiarlos en su cotidianidad sabiendo que no eres una parte de ellos, no eres guerrillero, no eres ‘fariano’, no me identifico con la lucha armada, pero no estoy como un ojo inquisidor sino como observador?”. Ya lo había conseguido, las FARC-EP aceptaron que el fotoperiodista colombiano de cabello ondulado, negro y muy oscuro, con ojeras pronunciadas y de tez blanca, ingresara a documentar la realidad de estos colombianos y colombianas que habían decidido irse “a la mata” a vivir en campamentos y montañas con la convicción que desde sus ideales y mediante la vía armada, iban a transformar las desigualdades del país.
Esa curiosidad periodística y personal de conocer a quiénes componían las filas de las FARC-EP y cómo era su cotidianidad, llevó a Federico a comprobar o desmentir eso que los medios de comunicación manejados por los grandes conglomerados económicos le vendían a Colombia y al mundo: “una máquina para matar y secuestrar”. Por ello, con unas indicaciones poco exactas un día agarró camino con un objetivo específico. Su corazón cada vez latía más fuerte, sus manos sudaban y la incertidumbre de perder su vida era recurrente. No era para menos, iba directo donde las armas abundaban, el conflicto era constante y podría ser la siguiente víctima que dejara esta dinámica del conflicto. En un abrir y cerrar de ojos lo interceptó una mujer joven y de manera directa le preguntó: ¿Usted para dónde viene, para las FARC o el ELN? En ese momento Federico Ríos sabía que su vida dependía de esta respuesta. Logró salir victorioso de aquel momento tan decisivo en su futuro, que ahora hace parte de las muchas anécdotas que le van quedando a medida que documenta la pobreza, la miseria, la desigualdad, el dolor, y la otra realidad, no solo de Colombia sino de Latinoamérica, esa que tan olvidada está.
Este hombre apasionado desde muy corta edad por la fotografía y el poder que ella tiene para transmitir y contar historias, estaba dentro de los campamentos de las FARC con el dedo siempre en el obturador, listo para retratar aquella realidad ajena, desconocida y muy humana que ocultaban los integrantes de este grupo armado. Allí, en lo más íntimo de los diversos campamentos que recorrió a lo largo y ancho del país, pudo conocer los bazares, brigadas de salud, bailes y partidos de fútbol de la ‘selección FARC’, vio cómo dormían agazapados unos con otros en plásticos negros en medio de la selva, vio el amor, el compañerismo y muchos otros sentimientos.
Para Federico, la máxima enseñanza «fotografiando a los guerrilleros de las FARC es el drama y salvajismo de la deshumanización de la guerra, pasamos a pensar que el otro detrás del fusil pierde su humanidad, eso funciona muy bien como una herramienta de propaganda política para perpetuar la guerra y no para combatirla”, nos contó.
Cabe destacar que, además de los fotoreportajes tan dicientes de uno de los grupos armados más antiguos del país, que han sido cruciales en la historia de Colombia, cada una de sus fotos son fuente de orgullo para Federico. Él no solo ha retratado a victimarios, sino a víctimas, campesinos, indígenas y desplazados, por lo que, no le gustan los apellidos con los que en muchas ocasiones quieren encasillarlo. Señala que no se considera como un fotógrafo “de conflicto”, sino como un profesional que ve a cada foto como una creación de luz, elementos, momentos, relaciones y un gran puente de dialogo. Su talento y sensibilidad de narrar a través de la imagen al país, le permitió publicar su trabajo en National Geographic, El País de España, pero también llegar a uno de los periódicos más leídos en el mundo, The New York Times, una fuente constante de orgullo, pero a la vez un motivo de gran responsabilidad cada vez que obtura alguna de sus cámaras, que por cierto, son bastantes, ya que considera que es “vieja escuela” en sortear percances cuando uno de sus equipos decide fallar y “dejarlo tirado” en medio de la nada, así que prefiere que le sobren herramientas de trabajo.
Precisamente más de 15 años trabajando de manera disciplinada, permitió que Federico haya sido merecedor de premios como ‘Hansel- Mieth Preiss’ en Alemania (2019), el galardón ‘Eddie Adams Taller XXVII’ en Nueva York (2014), también ganó el concurso mundial de fotografía ‘Days Japan’ en el 2017 y el premio Serie de Noticias ‘POY Latam’ para ese mismo año. “Los premios ayudan a que las historias se visibilicen, es importante, es una plataforma para difundir con más fuerza. Esa visibilización y esa fuerza que lleva la historia es importante para la historia misma, no para el fotógrafo, para sus protagonistas o para las personas de quienes la historia habla. Eso ayuda a que el mundo entienda, lea y vea. Los premios significan responsabilidad y un gran compromiso de seguir contando con ética, honestidad, altura y profesionalismo”, comentó el fotoperiodista del cual sería difícil precisar actualmente su ubicación, hoy está en Colombia, mañana en Venezuela y pasado en otro lugar de América Latina, aunque quizá, solo baste con decir que el sitio donde siempre suele estar, es detrás de su cámara.
Pero ni todos los premios, ni el que sea un referente para las nuevas generaciones de fotógrafos/as, ha generado que Federico pierda su norte, su genuina esencia. No cambiaría el negocio donde le vendan sus platos favoritos -frijoles campesinos, sancocho en leña, pescado frito con patacones o mamona en hoja de bijao- por un restaurante de gran renombre en los que “se come con siete tenedores”. Así mismo, ama viajar en su moto, inclusive la pandemia fue la que le permitió amanecer en Bogotá, anochecer en Medellín, pasar su cuarentena en Manizales, dar unos cuantos clicks en Cali, otros más en Cúcuta y así en diversos lugares. Pero como no siempre se puede acceder al territorio en su moto BMW R1200GS cargada con tres maletas metálicas para aligerar el peso que de otra manera debería soportar en su espalda durante las largas jornadas –en ella puede recorrer más de 1000 kilómetros en un día-, también viaja “en avión, avioneta, carro, bus, bote, lancha, canoa, mototaxi, a pie, en mula, hasta en bicicleta he hecho recorridos de trabajo, en lo que sea”. Aunque confiesa que siente tedio cuando pierde mucho tiempo en los otros medios de transporte donde él no tiene el control, pero trata de ver el lado positivo en esos momentos, siempre hay gente con quien conversar.
Sin embargo, retratar sin tapujos lo que se vive en Colombia, le generó ser estigmatizado, señalado y amenazado. “Tuve que exiliarme del país por un tiempo, no es nada agradable y no se lo deseo a nadie, pero tengo que levantar la voz y decir que en este país asesinan y amenazan periodistas a diario, no solo a mí sino a muchos que desde las regiones hacen labores heroicas, que trabajan con las uñas y que se levantan en contra de los poderosos y de los intereses económicos que quieren callarles la voz, porque son voces que informan con las comunidades”, enfatiza.
Aunque Federico ha vivido por temporadas la zozobra de tener que estar lejos de su hogar, siempre saca fuerzas para continuar, porque al fin y al cabo sabe que la vida de un fotógrafo, de un periodista que realmente trabaja construyendo memorias de un país fragmentado por el conflicto y la desigualdad, es estar en constante riesgo y es algo que no se debe tomar a la ligera, pero si el fotoperiodismo es el motor que mueve su vida hay que seguir, seguir pero sin olvidar que hay que preveer todos los riesgos, crear protocolos de seguridad, cargar con los elementos necesarios -él siempre mantiene condones para proteger sus equipos, paños, crema número cuatro para las peladuras, un torniquete para minas antipersonales, un kit de emergencias para sangrados profundos de disparos, entre otros- y sobre todo no descuidar la salud mental, pues como lo dijo en entrevista a Alpha Universe, «nadie puede ver a los ojos las dimensiones del desastre que es nuestra cotidianidad y salir invicto, limpio, impoluto».
En la actualidad Federico captura a través de su lente la migración, la pobreza y cómo se está afrontando la pandemia por la crisis humanitaria –fotografías que son publicadas en ‘CovidLatam’-. Esta es la labor que ama y le apasiona, retratar la periferia del país y el continente, de igual manera reconoce esa calidez humana de las y los colombianos, de aquellos campesinos que están prestos a brindar una agua de panela, un tinto, -como esos que toma todas las mañanas antes de empezar su jornada diaria que, incluso, lo hacen pensar que necesita rehabilitación por ser extremadamente tintero-, un plato de comida o la esquina de su casa para hospedar a foráneos, admira esa fortaleza y energía con la que día a día se levantan a seguir resistiendo. Además, hizo de su instagram -Historias Sencillas- la plataforma perfecta para compartir su proyecto de Transputamierda, aplicación que recomienda usar a las nuevas generaciones, porque pese a que hay mucho contenido basura, también conecta con muchas oportunidades, personas y brinda la posibilidad de aprender de las diversas miradas de quienes están retratando al país desde sus posibilidades.
“Espero que las fotos que hago, los informes periodísticos que hago con imágenes, sirvan para que la gente entienda la situación actual de Colombia, para que la gente se haga una imagen en las ciudades de lo que está sucediendo y que con esto podamos tener unas voces diversas pero informadas que se direccionen hacia un país en paz. No sé cuándo, pero tengo la triste pesadez de pensar que eso en el 2021 no va a pasar”, nos contó Federico mientras concluía que el periodismo en su mayor pasión.
No podíamos cerrar nuestra conversación con Federico, sin aprovechar su inmenso amor por la Amazonía, el Chocó, pero especialmente los llanos orientales, para preguntarle si veríamos alguna de sus obras en El Cuarto Mosquetero, con el humor que lo caracteriza resaltó, «me muero de ganas de hacer un proyecto con El Cuarto Mosquetero, pero no me han invitado. No sean malos conmigo, eso sí, después no se quejen, si ya saben como me pongo ¿Pa qué me invitan?».
Por: Lina Álvarez y Luisa Contreras #ElCuartoMosquetero.
Fotos: Federico Ríos.