“Que otro luche mi lucha”, fue uno de esos efímeros pensamientos que de vez en cuando se nos cruzan por la cabeza, cuando queremos dar respuesta a una situación que no comprendemos. Dicha frase, llegó a mi cabeza en un contexto que cruzaba de una forma singular, sentimientos de desesperanza, ira, y algo de excitación revolucionaria. El pasado 25 de junio, a las afueras de la sede San Antonio de la Universidad de los Llanos, me encontraba al lado de algunos compañeros estudiantes de la misma universidad, junto a los cuales llevamos a cabo un plantón, en apoyo a los compañeros que estaban realizando una huelga de hambre en la sede Barcelona, exigiendo a los directivos de la universidad, la gratuidad completa en las matrículas para el semestre 2020-2.
El mencionado plantón, se difundió desde días antes por todas las redes sociales, y se invitó no solo a personal estudiantil, sino a toda la ciudadanía, a un ejercicio de resistencia social que en realidad no debería atañer a los estudiantes por sí solos, sino a toda la comunidad metense, la cual se beneficia de la educación pública que ofrece la Unillanos. La actividad estaba programada para las diez de la mañana, y yo llegué sobre las diez y cuarto. Al momento de arribar al sitio, contando por encima, no habían más de 15 personas, hecho que me causó mucha curiosidad, y que me hizo dudar, de si en realidad me encontraba en el lugar indicado. Poco tiempo después empecé a reconocer a estudiantes y profesores, y las arengas empezaron a escucharse, con esto, quedé completamente seguro de que estaba en el lugar correcto.
Sin embargo, ni en el momento de iniciación de la actividad, ni en su momento más álgido, el plantón conto con más de 30 personas. Algunos compañeros justificaban el fracaso del aforo, con la lluvia que estuvo presente durante algunos momentos de la actividad, pero esa justificación no me terminaba de convencer. Mi incredulidad en el argumento, estaba basada en el hecho de que, al momento de la realización del plantón, solo se habían podido matricular para el siguiente semestre, 40% de los estudiantes de una universidad que cuenta con un aproximado de 5.900. Teniendo en cuenta que la huelga de hambre de los 4 compañeros en la sede Barcelona, y que nuestra protesta se estaba realizando a favor de ese 60% de estudiantes que no habían podido matricularse, la única pregunta que asaltaba mi pensamiento era… ¿Dónde carajos estaba ese 60% de estudiantes restantes?
“Que otro luche mi lucha”, fue la respuesta que di a aquel acontecimiento desesperanzador. Es una frase que refleja la realidad de una sociedad cobarde, conformista y egoísta, que espera con ansias una revolución social observando sentados desde el sillón de su casa. Una sociedad que se queja y que critica, pero que no pone manos a la obra al momento de llevar a cabo las acciones. Una sociedad que vive en un egoísmo indignante, el cual fue demostrado aquel día sin IVA; porque estoy seguro que si aquel 21 de noviembre del año 2019, hubiéramos salido a las calles a protestar, con la misma vehemencia con la que salimos a comprar, hubiéramos logrado acontecimientos sociales sin precedentes, similares a los logrados en Ecuador o Chile, por las mismas fechas.
Está claro que aquel plantón no era uno de los acontecimientos más importantes o revolucionarios que pudiéramos observar en la reciente historia de Villavicencio. Pero dicha situación, tan corta en impacto, sirve de gran ejemplificación de la nula cohesión social existente en nuestra ciudad. Esta nula cohesión demostrada en que, de 30 personas presentes en el plantón, dos o tres personas representaban asociaciones obreras, una persona representaba la asociación de profesores y una sola persona (que era yo) representaba el apoyo de los estudiantes de la universidad privada a la lucha pública. Varias preguntas caben: ¿No es importante para el estudiantado villavicense la lucha por la gratuidad en un tiempo en el cual los recursos de los menos favorecidos se han visto disminuidos? Ante la evidente muestra de desinterés por parte de la ciudadanía en dicha actividad, ¿No es importante para la comunidad villavicense apoyar la lucha de la única universidad pública de la región?, ¿No caben sentimientos de indignación ante unos directivos que tienen a la Unillanos como una de las universidades públicas más costosas del país? Muchas de estas preguntas se cruzaron en mis pensamientos mientras llevábamos a cabo la actividad.
Para terminar, y siguiendo con el relato; finalizando la jornada del plantón, decidimos bloquear la calle buscando claramente la visibilización de la protesta. Este hecho dejó clara la apatía y falta de solidarización que tiene la ciudadanía ante la lucha social. Además del agua que caía en ese instante, llovieron insultos, y reproches por parte de las personas que tenían que detener sus motocicletas y automóviles en frente de donde nosotros estábamos parados. Todos tenían una excusa para que los dejáramos seguir, pero nunca a ninguno se le ocurrió preguntar ¿Que están haciendo ahí? Nunca nadie quiso escuchar al compañero de la central obrera que estaba hablando por el megáfono. Ninguno quiso indagar por las razones que llevaban a una treintena de personas a estar paradas en medio de la calle, debajo de la lluvia, haciendo un trancón. Y esa actitud por parte de la ciudadanía es la que en realidad causa más desazón. Debemos entender que, si queremos un cambio, ese cambio debe ser impulsado por nuestras propias manos, aportando cada quien su granito de arena a un objetivo en común, que es lograr una cohesión social capaz de derrumbar aquella elite narcotraficante que nos gobierna.
*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, mas no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.