Cada vez que se sabe que un sacerdote de la Iglesia Católica ha violado a un niño o a muchos, un dolor muy fuerte sacude el cuerpo y el alma. Inmediatamente surge la pregunta, ¿Cómo una persona que predica a Jesús, el amigo de los niños, puede ser tan malvada y hacerle tanto daño a quienes son más indefensos? Para quienes son creyentes o tienen cierta filiación con el catolicismo, la vergüenza no se hace esperar, e incluso el deseo de abandonar tal comunidad de fe se convierte en una posibilidad.
En las redes sociales y en las conversaciones cotidianas, muchos demuestran con odio su indignación ante los atroces actos. Su desprecio es entendido, sin embargo, ese odio no ayuda a preguntarse cuáles son las causas de esos abusos. Quienes son carcomidos por este sentimiento, relacionan el hecho de ser sacerdote o religioso católico con el ser abusador de menores. Algo así, como si en las casas de formación hubiese una clase que se llamara abuso de menores I, o abusos de menores II.
Ser sacerdote o religioso católico no implica ser un pedófilo. Aun así, el número de casos de abusos que se presenta en miembros del clero es alarmante. Entonces, es fundamental tratar de responder a la siguiente pregunta: ¿por qué los conventos o los seminarios son tan atractivos para quienes practican la pederastia?
Supongo que muchos abusadores se resguardan en el catolicismo porque la Iglesia es comunitaria. Para que haya comunión, se necesita de la confianza, sin la confianza no hay comunidad, por tanto, un abusador sabe que al hacer parte de una comunidad, depositarán confianza en él, y es justo ahí en donde puede pasar por encima de ella. Por consiguiente, se hace más que necesario que haya mucho rigor en la selección de los candidatos para la vida religiosa. Se necesita evaluar con tenacidad cuáles son los motivos por los que los candidatos se quieren hacer religiosos. También se requiere que los examinadores sean personas sagaces para que no se dejen engañar con el pretexto de la fe o de Dios, pues a veces es más necesaria la recta intención que la misma fe.
Por otra parte, la Iglesia tiene que cambiar el esquema clericalista, en el cual se trata al cura como un de dios, lo cual hace que las personas vean en él, no un ser humano, sino una especie de deidad que tiene razón, no se equivoca, en otras palabras, que es infalible. Tal situación hace que el cura se refugie en la Iglesia, porque allí puede aprovechar de ese revestimiento que le dan para poder maltratar al indefenso. Se hace urgente que las iglesias pasen a ser lugares en donde todos y todas enseñen, se formen, se ayuden, se corrijan, se amen, y no sea un lugar en donde se está para nutrir el ego del cura.
Otra acción que puede conducir a que se reduzca estas conductas, consiste en permitir que las mujeres sean sacerdotisas, si esto se llega a dar, se acabará el monopolio de los machos en las estructuras eclesiásticas. En donde sí hay una relación muy estrecha entre los abusos y la iglesia, es en su filiación con el patriarcado, el cual somete para sí todo lo que considera inferior a él.
Por último, la Iglesia tiene que ser capaz de hablar de estos temas. Además de ello, no puede seguir encubriendo a quienes cometen estos actos con el pretexto de no generar escándalo. La ocultación sólo agrava el problema, pues convierte a la Iglesia en cómplice y crea una estructura que posibilita que los delitos queden impunes y que el agresor siga teniendo todo a su favor. Paralelamente, necesita ser una Iglesia más abierta al diálogo y a la diferencia, no puede seguir anquilosada en algunas de sus posturas, las cuales no son aptas para una sociedad plural que busca reconocer en la diferencia, no podredumbre, sino riqueza y amistad.