No nos enamoramos de lo que el otro es, sino de lo que imaginamos que es

Marcel Proust decía que no nos enamoramos de lo que el otro es, sino de lo que imaginamos que el otro es. Lo dicho por el escritor francés recobra vida material en tiempos de pandemia y de tapabocas.

Supongo que todos hemos experimentado un enamoramiento instantáneo, puede ser en un café, en la universidad, en nuestros lugares de trabajo y en los espacios en los que nos encontramos con diversas personas; sin embargo, la pandemia le agregó algo al rostro de la persona, esto es, la fuerza de la mirada, de los ojos y de la imaginación. A falta de conocer el rostro del otro, nos lo hemos imaginado y lo más seguro es que hayamos fantaseado con una sonrisa, con un gesto o con los hoyuelos de las mejillas.

He conversado con algunas personas que me han narrado el impacto que les produce el ver al otro sin el tapabocas, en especial, cuando se ha fantaseado un poco con ese rostro. En algunas ocasiones ha habido tal desencanto que, algunos sienten el deseo de decirle a la persona que se ponga su tapabocas de nuevo, para así conservar el rostro que para quién lo imagina es verdadero.

Lo anterior, tiene algunos efectos esperanzadores frente a la pandemia, uno de ellos puede ser que ya nos hemos acostumbrado a vivir con ella. Cuando las alarmas por el virus se encendieron y el uso del tapabocas se hizo obligatorio, contemplar al otro con la mascarilla era como verle mutilado, carente de algo, sin mencionar el miedo y el pánico que implicaba ver al otro así. En definitiva, como lo plantea el estoicismo, lo que hace daño no es la cosa en sí misma, sino el juicio de valor que hacemos sobre ella. Somos inconfundiblemente seres adaptativos, tanto así, que nos hemos enamorado fugazmente de un rostro que invita a la imaginación.

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, mas no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

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