Hace algunos años invité a don Eusebio Prada y a su esposa, Teresa Matiz, a un conversatorio con estudiantes del programa de Ciencias Sociales de la Universidad de Cundinamarca (Fusagasugá). Interesados en conocer la historia de los conflictos agrarios en Colombia, consideramos que era oportuno poder dialogar con dos testigos y, a la vez, protagonistas de resonadas luchas que, décadas atrás, se registraron en dos escenarios de colonización campesina de gran importancia: Sumapaz y Ariari.
En lo personal, el encuentro -por primera vez- con don Eusebio, me atraía por una razón especial: siendo pequeño, una mañana de noviembre de 1986, oí en la radio local de Villavicencio un extra informativo que refería el atentado de que aquel acababa de ser víctima, siendo diputado por la Unión Patriótica. Eran los tiempos en que se estaba ejecutando lo que vendría a constituirse como uno de los genocidios políticos más grandes del hemisferio occidental, cometidos en la segunda mitad del siglo XX, y por el cual el Estado colombiano fue condenado por organismos nacionales e internacionales de justicia, al ser comprobada su participación –en distintos niveles- en la ejecución de cientos de dirigentes y militantes de aquel movimiento político.
Desde entonces el nombre de don Eusebio quedó registrado en mi memoria, como sucedió con el del senador Pedro Nel Jiménez Obando, asesinado dos meses antes en la puerta de la escuela en donde yo estudiaba. Del atentado don Eusebio logró salir con vida, aunque mal herido por los once impactos de bala que recibió su cuerpo. Los dramáticos hechos de esa mañana de noviembre, fueron relatados por quien entonces fungía como vicepresidente de la Asamblea Departamental del Meta: “Al otro día me levanté temprano, busqué la ordenanza y me alisté para irme, teníamos trabajo de comisiones, pues estábamos en sesiones ordinarias. Pasé por el corredor de la casa, salí al andén de la calle y me paré a esperar el bus urbano. Pedro, el marido de mi hija que vivía con nosotros en casa, salió detrás de mí. Él vio a los bandidos y me gritó: ‘Don Eusebio’, no me dijo nada más. Esa voz fue preventiva para mí. Empezaron a darme bala sin cesar. Yo alcancé a moverme y no pudieron darme tiros de gracia que ellos saben hacer. Mientras tanto salieron mi hija Eunice y mi compañera y esposa, todas llenas de coraje y valor, gritándoles y echándoles piedra a los sicarios. Recuerdo que me caí en tres ocasiones. En medio del tiroteo le dije a mi hija: ‘Cuidado’. Luego empecé a ver todo oscuro y morado, caí y dizque dije: ‘Me mataron, hijos de puta’”.
Nacido en Icononzo el 15 de febrero de 1924, don Eusebio divisó desde temprana edad las penurias de los campesinos que, por carecer de tierras para labrar, debían emplearse en fincas ajenas o “abrir montaña” en baldíos para hacerse a un pedazo de terreno. En aquel tiempo (entre los años veinte y cuarenta de la centuria anterior), la tensión entre los grandes hacendatarios y los colonos y jornaleros fue permanente y aguda, y figuras de renombre como Erasmo Valencia y Juan de la Cruz Varela, descollaban como abanderados de la inconformidad campesina en Sumapaz. De esa escuela política hizo parte Eusebio: en ella se formó al fragor de la lucha y allí se convirtió en dirigente comunista, a la vez que en protagonista de hechos que dejaron una huella indeleble, como su participación en el breve gobierno popular que se conformó en Icononzo a raíz de la muerte de Jorge Eliecer Gaitán (1948), o en la reacción a la arremetida del Estado en los años cincuenta contra las organizaciones agrarias de Sumapaz. Al cabo de un tiempo, y como resultado de una cadena imparable de abusos de autoridad y de señalamientos, el movimiento agrario se enrutó, en un viaje sin regreso, hacia la radicalización política que se expresaría, años más tarde, en la creación de las guerrillas comunistas.
A comienzos de los años sesenta, don Eusebio y su familia tomaron parte en los procesos de colonización en el alto y bajo Ariari, en el departamento del Meta. En esa región adelantó un intenso trabajo de organización con las comunidades campesinas, para mejorar las condiciones de vida y promover el desarrollo económico. En Villavicencio, ciudad en donde también se desenvolvía como dirigente comunista, emprendió numerosas iniciativas como la consecución de terrenos para vivienda popular, que dieron origen a barrios como Los Comuneros, El Dos Mil, Las Américas, entre otros. De especial recordación fue el acompañamiento que hizo al padre y líder popular Camilo Torres Restrepo en la correría que éste realizó a Villavicencio y Acacias en agosto de 1965. Por cierto, formó parte el comando del Frente Unido que se constituyó en la capital del Meta, junto a Gabriel Escribano, Carlos Julio Monroy, y Miguel Ortiz, entre otros. Es de resaltar que el liderazgo de don Eusebio sirvió de motivo para que su nombre fuese postulado a los consejos municipales de varios municipios y a la asamblea departamental, corporación a la que fue elegido de manera interrumpida entre 1970 y 1986 (ese último año –el del atentado- obtuvo cerca de 24 mil votos). La participación en las elecciones para corporaciones públicas la justificaba el dirigente indicando que al obtenerse “una curul en la burocracia (esta debía ponerse) al servicio del pueblo”.
Si bien el ciclo de vida de don Eusebio se cerró el pasado 30 de abril y su ausencia física representa un golpe emocional a su familia y a quienes lo acompañaron en la militancia, su legado continuará presente animando episodios de resistencia de quienes se niegan con tozudez a aceptar como natural y eterno un orden social injusto que debe ser transformado con urgencia. La historia de su vida ejemplifica las vicisitudes de quienes, por haber asumido la defensa de los intereses de los subalternos (campesinos, pobladores urbanos populares, trabajadores), y por haberse rebelado contra las estructuras de poder en el campo y la ciudad, padecieron dolorosos y prolongados sufrimientos. Para fortuna de quienes se interesan por conocer y estudiar la rebeldía de los sectores populares en Colombia, don Eusebio publicó unas memorias (La vida que vivimos. Historia campesina, Ediciones Aurora, 2008), en las que se recrean episodios como los que en esta nota se han mencionado. Por su aferramiento a la vida y por haber hecho el quite a la bala asesina, a don Eusebio podría aplicarse aquel fragmento del poema de María Elena Walsh: “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando. Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal, porque me mató tan mal, y seguí cantando”.