La mujer del animal

El cine me gusta.

Me gusta, porque me seducen las historias. Y hace parte de una historia la fotografía, el vestuario, el medio ambiente y los actores de la misma. Son elementos en los que acostumbro fijarme para decidirme a ver una película, sumando a lo anterior de forma muy  especial la indagación de cuál es el director o directora para finiquitar dicho proceso decisorio.

No soy culto en asuntos de arte y menos de cinematografía. Gusto de las artes sin tener erudición, por el simple hecho de que me hagan sentir.

Es así que sin permitirme entrar en un estado de tranquila reflexión, es decir, con toda la agitación intacta luego de haber visto la película “La mujer del Animal” del director colombiano Víctor Gaviria; me lancé a escribir mi impresión sobre la misma, sentado en el sitio donde he vivido algunos de los momentos más sublimes de la vida: una cama.

Y confieso que sin evaluar fotografía, dirección, casting y otros elementos, el impacto de la película es la historia vista y vivida durante las dos horas que dura. Es una película brutal, salvaje, totalmente cruda, sin concesiones dulces o románticas, no tiene ni un ápice de piedad con el espectador. Es la historia y espejo de nuestro país.

Es una historia sobre el miedo, sobre la maldad en su máxima expresión, sobre la complicidad criminal y sobre la lucha por la dignidad. En esta historia la dignidad tiene nombre, se llama Amparo. Es una historia política. Tal vez con sólo ver esta película, una persona podría ahorrarse los diez semestres de politología y muchos años de práctica profesional.

El sometimiento de un ser humano – en este caso una mujer – a las peores atrocidades sobre su vida, sobre su libertad, sobre su dignidad, sobre su cuerpo. Y la historia que se basa en hechos reales, le ocurre en Colombia a la mujer. Y le ocurre por ser mujer Prevanlentemente a la mujer pobre, lo que no quiere decir que a la mujer de posición económica acomodada no le ocurra.

La mujer que en esta democrática y casi desarrollada nación colombiana es víctima del macho, que a su vez es secundado por algunas mujeres como la madre del protagonista de la historia. El contexto además del machismo, es la miseria, el hambre y la ignorancia. Es causa y efecto, es la reproducción infinita del mal.

Mientras aquella vez esperaba la función de nueve y media de la noche, se salió de la sala un señor entrado en años a la mitad de la función que estaba en curso, con aire enfadado por el exceso del “hijueputa y malparida” en la película. No mencionó que su enfado surgiera de ser testigo del secuestro, violaciones e ignominias a las que son sometidas las mujeres en esta historia. Yo conozco sectores muy populares en donde ese exactamente es lenguaje cotidiano y permanente, al igual que muchas de las actitudes que se presentan en la película. Así somos. No pretendo señalar al señor de marras como machista o reproductor de tales conductas. Sólo presento los señalamientos que el mismo manifestó a quienes esperábamos la siguiente función.

Por eso al ver la película y vivir los secuestros, violaciones e infinidad de oprobios inflingidos a las mujeres, pero en especial a la protagonista, a la vista de todos los vecinos de un barrio de invasión que existe en todos los rincones de Colombia; me fue imposible no sentir un impacto brutal como nunca he sentido ante ninguna otra película. Pude observar al prenderse las luces del teatro, que los demás asistentes también fueron impactados con severidad.

Creo que es lógico que así ocurriera. Es una historia que como en mi caso sé que existe, le ocurrió con variantes a mujeres de mi familia aunque jamás lo había presenciado. Sólo conocía las historias de oídas. Por eso, esta película la vivimos los asistentes. Algunos como en mi caso, por primera vez en la vida. Pero me atrevo a afirmar que había personas que la habían vivido muchas veces. La mujer del animal me puso frente a los ojos las escenas que yo sé que sufrieron algunas de las mujeres que quiero y he querido. Y en el momento de escribir estas líneas, uno de los ingredientes del texto son las lágrimas y la indignación.

Víctor Gaviria nos puso el espejo al frente. Debemos confesar como hombres, que todos hemos sido un poco el Animal en algún momento.

Lo que ocurre en esta historia, lo permite el miedo. La indiferencia de quienes saben lo que ocurre y no actúan, la permite el miedo. La maldad profunda y demencial de los victimarios, la permite el miedo.

Extrapolando la victimización de las mujeres de la historia, que son mujeres colombianas y que son víctimas diarias hoy mismo; es la misma victimización que sufrimos como pueblo por parte de los victimarios que han gobernado. Hay muchas formas de secuestrar, violar, inflingir agravios físicos y mentales, condenar al hambre, apropiarse de la vida, de la dignidad y del cuerpo de las personas. Hay muchos Animales con vestido de paño y corbata, con uniforme y galones, incluso con sotana y libro sagrado. El miedo lo permite.

Y por eso, hay que alzar la voz, hay que alzar el puño, hay que mirar al miedo a la cara y superarlo.

Vi la conmoción en los rostros de hombres y mujeres a la salida del teatro, vi las lágrimas rodando por el rostro principalmente de varias mujeres.

Este espejo ante el cual nos colocaron, ojalá nos sirva para cambiar esa realidad brutal, para no permitir y ante todo no tolerar a ningún Animal, cuando aparezcan, enfrentarlos;  y asumir a esas compañeras que tenemos en este mundo, igual que nosotros: como seres humanos.

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