Esta es la cuarta vez que vuelvo a empezar este texto, porque siento que todo lo que he intentado escribir no puede transmitir lo que tengo atravesado en el pecho y la cabeza. María del Pilar Hurtado Montaño es el nombre que da vueltas una y otra vez por mi cabeza. Sentenciada a muerte en los primeros días de este mes de junio y hoy, esa sentencia fue dictada. Frente a su hijo. Dejándolo a él impotente, ahogado en desgarradores gritos de dolor, desesperación e ira y a sus otros tres hijos sin una madre, sin una guía, sin un faro de luz en su hogar.
Vi, por accidente y sin saber qué era, el vídeo del hijo de María del Pilar y luego entendí de qué se trataba. Lloré. Lloré como si fuese un familiar mío el que hubiese muerto. Lloré porque me duele mi país. Porque al ver eso no puedo evitar pensar lo que siempre pienso cuando leo noticias de un asesinato, en los hijos, sobrinos, nietos de la víctima. En si este es el país que queremos dejar a los niños que están y los que vienen. En si volveremos a la época de la normalización por parte de muchos sectores sociales y políticos de la movilización forzada de personas, familias o comunidades. ¿Esta es la clase de cosas que queremos volver a vivir?
La situación es crítica. Colombia está derrumbada, desbaratada, asfixiada por el desasosiego y, sin embargo, enceguecida por la ingenuidad. La población, en una gran proporción, no quiere ver que el problema no es el socialismo, el capitalismo, el castrochavismo o alguna otra ideología política. El problema es que estamos en un barco fuera de control y nuestro capitán, el que, independientemente de si queríamos o no, está al mando, parece no ver. Está ensimismado, esperando órdenes que no llega y haciendo vida social en un tour por Europa cual rockstar y no quiere ver para el país. Porque incluso estando en Colombia prefiere prestar más atención a Venezuela como si Colombia no estuviese pidiendo a gritos ayuda.
Nadie pide un Live Aid Colombia, nadie pide que vengan celebridades a sentir lástima por los niños en hambruna. Pedimos un golpe en la mesa, un cambio de juego, una respuesta contundente. Que, si el presente no tiene remedio, se piensa en el futuro, en no permitir que los niños sigan creciendo sin madre o sin padre porque fueron arrebatados por el amargo beso del plomo. Hay que pensar en nuestros infantes, hay que trabajar por ellos. No quiero pensar en Nicolás, por ejemplo, crecer sin su padre que fue amenazado en varias ocasiones por grupos armados en el Quindío.
Futuros futbolistas, artistas, investigadores que se les opaca su luz, su brillo, su futuro no porque acaben con ellos, sino porque el crecer en situaciones complicadas y sin el apoyo de más familia o del Estado, usualmente los lleva por caminos para nada apremiantes. Drogas, delincuencia, problemáticas, muerte.
No sé si este texto lo volví muy personal muy visceral o sentimental, pero no es justo que las consecuencias de acciones repudiables como estas las tengan que vivir los niños. ¿Por qué está tan retorcida la mentalidad de esta gente? ¿Cuál es el repudio tan grande que les genera la legítima defensa de causas sociales? ¿Qué satisfacción les genera asesinar a una trabajadora y madre en frente de su hijo? Ya no sabemos qué sigue. ¿Un lustrador que quiere defender el espacio en el que lleva trabajando 30 años? ¿Un trabajador que pide no trabajar en condiciones precarias? ¿Un indígena como él que pide que se respete su territorio porque están acabando con sus tradiciones?
Porque si algo hay que entender es que por las malas decisiones tomadas por ustedes lo más adultos y por nosotros los jóvenes es que hoy se están llevando vidas inocentes y con ellas destrozando familias, desgarrando sueños, robando sonrisas. Porque nadie está exento de responsabilidades ni libre de culpas. Porque no es momento para sentarnos a decir que este es un país de mierda y renegar. Es momento de alzar la voz y hacer sentir que nos están matando, a todos, porque hoy nadie está a salvo. Porque hoy, es objetivo militar quien piense que la justicia existe y se debe exigir.
Se lo debemos a María del Pilar Hurtado, a Concepción Corredor, Edilberto Niño y los otros más de doscientos líderes sociales asesinados en el país. Por su memoria, por nuestro presente y por el futuro de nuestros niños es que hoy, más que nunca, debemos empezar a exigir un mejor país.