Lo único que yo sé, es que voy a morirme

Por: Mario Alberto Bermúdez

Y ahora sin ningún miramiento me estoy volviendo viejo y sin rezagos de nada que me pueda contener lo incontenible, como un envase imposible de llenar. Sin titubeos y sin desplante alguno, incapaz de verme inmerso en ninguna ideología, solo la que apoya la soledad infundada, insaciable de mí, perecedera en la inmortalidad. Veo como detrás de mí voy dejando vestigios de lo que nunca he sido, una máscara tras otra y solo me queda arrancarme mis carnes y dejar a la luz lo oscuro de mí.

Hoy significativamente la mentira es absurda, la falsedad trasluce en los vidrios de las ventanas del alma de cada individuo, la gracia diaria es dibujar un patrón adecuado que cumpla las características de la masa, las palabras se quedan en una verdad que a todos nos parece la adecuada, desmeritando lo que en verdad refleja el espejo de la conciencia; éste vive dibujando patrones de conducta que estudia con extremo recelo la intimidad de las personas, sus idioteces más profundas, sus falsas vidas están al descubierto y solo queda la sonrisa que convoca la hipocresía; ésta crece a pasos agigantados, tiene niveles de extrema consideración capaces simplemente de poner al descubierto y sin ningún esfuerzo a aquellas gentes que en verdad mienten.

Pero, ¿Por qué sucedió todo esto? ¿Por qué nos vemos envueltos en un manto de indiferencia que destruye lo poco que queda de ser un humano? ¿Qué ha pasado? Su discurso de buenos con el prójimo solo se muestra al público porque el informe periodístico dio al blanco de tu sensibilidad, tu conciencia prefabricada, sacada de una copia defectuosa, una que contribuye acelerando el proceso de aniquilamiento de humanidad, una palabra ensuciada con dogmas infringidos por el desarrollo inapropiado de ser persona en el mundo.

Tener una relación con la libertad supone una mala interpretación tras otra, no se puede conjurar a una conciliación cuando su violencia quizás a lo mejor genética se manifiesta e interfiere y daña cualquier proceso, no se puede llamar al juicio a las bestias cuando de ellas emanan rabia, su propia frustración y su derrota vestida de prestigio. Los he visto disimuladamente y no son más que muñecos de trapo fantaseando su propia vida de ensueños: Una pareja ideal que me comprenda el amor que yo le profeso, un corte de cabello igual o mejor que la actriz de la novela que sufre, pero de seguro le llegara la suerte millonaria de que todos los pobres espectadores esperan; un musculo más en mis brazos que sostenga mi pequeño cerebro de marmota que donaré al gimnasio por un descuento en la tarifa, una sonrisa de ignorancia que sustituye las prioridades en una faena desquiciada de amor, que como llega de fácil no se soporta lo rápido como se va; una soledad que se reparte a animales que humanizados son la figura de las frustraciones que nos engrandece.

Todos quieren hacer parte de algo, todos quieren verse involucrados en el diseño de un perfil llamado perfecto, algunos como verán no aceptan sus males, su locura, sus fortalezas, su persona y viven disfrazándose; si son diferentes a ellos buscan, señalan, destruyen y la marginalidad o el desamparo los abraza; es fácil acabar con la vida, es difícil construirla. La libertad está sujeta a saciar los instintos primarios del animal. Interrogarnos, interiorizarnos es cosa de pobres infelices, la realidad es aplastante porque el animal en un ejemplo básico invento los medios de comunicación (tv, teléfono, “redes sociales”…) Y ahora ellos nos inventan a nosotros. La verdad no somos más que fichas en un juego absurdo, amigo, mi abuela me dice entre chiste y chanza: Lo único que yo sé es que voy a morirme.

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