Moniyamena, un ejemplo de soberanía alimentaria en Villavicencio

En Colombia se generan 12 millones de toneladas de basuras al año, de las cuales solo el 17% se recicla. Hay un mundo de basura que le entra al mar, por ello hay islas de plástico en todo el mundo, sumado a las aguas negras y todo tipo de contaminantes que llegan a nuestras fuentes hídricas. Pero entre tantas prácticas capitalistas, existen iniciativas colectivas o aisladas que están transformando los territorios y los hábitos de consumo.

En el piedemonte llanero existen unas fincas agroturísticas que en su forma de trabajar la tierra y entenderse con la naturaleza evidencian que sí es posible producir alimentos sin acudir a los transgénicos, que proveerse de servicios públicos como el gas natural, puede obtenerse sin acudir a elementos fósiles y que se puede vivir sin dejar una gran huella contaminante a la naturaleza.

Finca Moniyamena

En la ciudad de Villavicencio, específicamente en la vereda Las Mercedes nos esperaba Jairo Ballesteros, un hombre de aproximadamente 50 años quien creó la Finca Moniyamena, nombre que significa “árbol de la abundancia” en lenguaje uitoto.

Entre sus sonrisas recuerda que hace 17 años cuando decidió dedicarse a las tareas del campo después de haberse pensionado de una empresa de telecomunicaciones, decidió cultivar arroz y otros productos como cítricos de la manera tradicional, pero las ganancias que obtenía en los últimos años eran muy mínimas por la caída en el precio del arroz y el esfuerzo enorme. Así que decidió dejar de cultivar arroz y abandonar las matas de cítricos que tenía, es decir, dejó de podarlas y echarle los fumigos necesarios, en ese proceso conoció a un docente especialista en éste tipo de cultivos y le pidió que fuera a ayudarlo a rescatar los árboles que había dejado abandonados hace un año; pero ahí se llevó la sorpresa de ver que muy pocas plantas habían muerto y las demás estaban fuertes y con mucha más vitalidad que antes “Y eso era lo que tocaba hacer, nada, dejar que la naturaleza se exprese y tenga su propio ritmo” me explica Jairo.

En Moniyamena vienen implementando proyectos de construcción armoniosos con la naturaleza, con diferentes técnicas. Por ejemplo, tienen techos verdes para generar frescura en los hogares, pero que también permite sembrar alimentos que no tengan tantas raíces y así solventar el no tener grandes espacios.

En el caso de don Jairo, lo hizo pensando en disminuir algunos grados centígrados que representa no tener tantos árboles cerca, pero además experimentar las bondades de esta forma de construcción para así motivar a sus estudiantes a que exploren otras formas de relacionarse con la naturaleza aun viviendo en la ciudad.

Cuando hablo de estudiantes, no significa que don Jairo trabaje en algún colegio o universidad, sino que ha hecho de su hogar un aula viva para enseñar a los grupos de jóvenes universitarios de carreras relacionadas con la agricultura, cómo pueden romper con las preconcepciones de los proyectos productivos.

El salón de eventos que este hombre alto, moreno y tranquilo, está lleno jardines comestibles, especialmente de limonaria, pues con el paso de los años aprendió que no era necesario tener hermosos jardines que demandaban grandes gastos, sino que también podría embellecer su territorio y alimentarse.

Don Jairo tiene un gran bosque de guadua, es una planta endémica de la región y con la que está construyendo diferentes instalaciones y elementos dentro de su finca, ya que considera que es el acero de la naturaleza. Pero también con bareque para las estructuras, con botellas de vidrio para la decoración, con madera y piedra para los caminos, las personas que visitan Moniyamena se van enamorando con cada paso de lo que van observando. Son prácticas que en muchas ocasiones se van perdiendo, incluso en las zonas rurales donde se les enseña que solo con ladrillos y cemento se vive dignamente o se puede aparentar más bonanza.

Transformando desechos

Su conciencia ambiental va más allá de evitar el uso de elementos relacionados con actividades extractivas como la minería, en su finca nada se desperdicia, ni las hojas que van cayendo de los árboles o la “maleza”, ni mucho menos los residuos orgánicos. “En nuestro procesador de abonos traemos todos los elementos que se van generando, como desechos de hoja, desechos de cosecha, frutas que se dañan, pasto picado, y con eso empezamos a hacer el abono” me va contando a medida que va mostrando cómo rotan por sectores los desechos que van ingresando, mientras en otro sector va cumpliendo el tiempo necesario para transformarse.

Pero la zona de fabricación de abono no es la única manera en la que transforman los residuos orgánicos. Vamos caminando con don Jairo mientras él se acomoda su sombrero, uno de tantos que tiene pues hacen parte de su esencia, algunas horas después me mostraría la colección, algunos comprados y otros regalados por sus allegados, quienes conocen de sus arraigos con la cultura campesina y llanera.

Antes de llegar al destino indicado, hicimos dos paradas, la primera en un árbol cerca a los lagos donde habita un tipo de ave que muchos conocen como «Bien Parado»-pero su nombre científico es Nyctibius grandis-, era muy exótica así que duré un buen rato tomándole fotos en su majestuosidad. Luego hicimos la parada en donde don Jairo cultiva peces, los mismos que utiliza para venderle a las personas que van a visitar la finca, o a quienes los encargan. Allí aparte del agua lluvia que cae, también llega a través de canales hechos a mano en la tierra, así hasta las precipitaciones se reutilizan. Al principio no entendía bien cómo era el tema de la cosecha de agua y cómo ese lago podría llenarse a punta de chaparrones, pero al lado, había otro lago vacío, estaba en mantenimiento me explicaba don Jairo y había una piedra que tapaba la entrada de la tubería que entre tanta tierra y pasto, era casi imperceptible, evidenciando que en Moniyamena todo está fríamente calculado.

Llegamos al lombricompostero, unos rectángulos de cemento en los que viven cientos de lombrices californianas, con la enorme tarea de descomponer todo los residuos orgánicos que se generan en la finca, pero también otros que llevan por ejemplo Mercados Campesinos para evitar llevar más toneladas de basura a los rellenos sanitarios. Estos animales transforman lo que para unos es “basura” en lixiviados que nutren los cultivos y en humus que se convierte en abono de estos. Además, cuando don Jairo saca este abono sólido, lo lleva al área de “las gallinas felices”, las cuales además de comer del maíz que se cultiva en la misma finca, terminan de nutrir su alimentación con los animalitos y organismos que hicieron parte del proceso ¡Eso sí, las lombrices se quedan en sus casas, esas no se las pueden comer las gallinas!

Agroecología y soberanía alimentaria

Jairo Ballesteros, hijo, padre y abuelo, quiso dedicarse a las tareas del campo después de haber vivido durante tantos años el ritmo frenético de la ciudad. Ahora cultiva sus propios alimentos, es muy poco lo que tiene que comprar a externos, pero de hacerlo prefiere que sea a Mercados Campesinos, organización que reúne a campesinos del Meta quienes venden cada semana sus productos en Villavicencio.

Antes de mostrarnos su huerta circular, nos advierte que está un poco encharcada, que debe trabajar más en el drenaje, pero que tiene una buena variedad de alimentos. Previo a llegar allí, nos muestra las pacas digestoras, un modelo de fabricación de tierra y abono para evitar desperdiciar la mayor cantidad de desechos, pero que además es tan rica en nutrientes que casi todo lo que se siembre se da allí, quien la inventó fue Guillermo Silva, un docente de avanzada edad quien ha inspirado a cientos de colombianos y hasta a personas de todo el mundo, que están aprendiendo otra forma de trabajar con la tierra.

Allí don Jairo tenía algunas papayas y otros productos en las pacas que ha ido trasladando en toda la finca. Al llegar a la huerta circular nos encontramos con una gran variedad de plantas endémicas, porque lo que le ha permitido a este hombre de personalidad tranquila, pero gran curiosidad, es el aprender a cultivar productos que no todos conocen y/o consumen: papa aérea, múltiples tipos de espinaca y lechuga, tomate cherry y cherry perla, frijoles, jengibre, lulo salvaje, cúrcuma, entre otros.

Tenía una gran cantidad de habichuela, de plantas frutales, de yuca, bore, maíz, entre otros productos, todos tratados con fungicidas naturales, nutridos con abonos y compostajes hechos por sus propias manos y tratados con amor. Él aprendió que su finca podía ser productiva y menos dependiente a los productos químicos por su propia curiosidad, pero sueña con que las y los campesinos puedan acceder cada día más a estos conocimientos para así evitar utilizar semillas y productos transgénicos que a lo largo van deteriorando nuestra salud.

Su propia planta de tratamiento

Aunque sólo son siete hectáreas, recorrer todo el lugar mientras don Jairo comparte sus enseñanzas es demorado. Por ello tomamos un descanso antes de continuar, y nos encontramos con que la madre del anfitrión nos había preparado arepas de maíz, con jugo de naranja, luego sí nos fuimos al otro extremo de la finca, donde había una gran cantidad de árboles frutales, como mango, fruta que luego llenaría nuestras maletas para brindarnos durante varios días el recuerdo de nuestra visita a Moniyamena.

Este hombre comprendiendo la importancia de no entregarle aguas contaminadas a la naturaleza, pues así no la recibió, creó un proceso natural de aguas residuales, es así como en un primer espacio tiene unos tanques “la etapa anaeróbica que es la primera, consta de tres tanques, el primero se recibe el material, como si fuera un desnatador, pasa al segundo tanque que es más grande y hace una retención del material para iniciar la actividad microbiana, y finalmente entra al último tanque, que es un filtro, así entra el agua por debajo, y empieza a filtrarse hacia arriba, así el agua que sale ha sido tratada de manera biológica” explica Jairo.

Seguidamente caminamos otro poco, Edilson quien se encontraba grabando el recorrido por la finca empieza a quedarse atrás ya que no quiso cerrar el trípode y dejar de grabar, así que avanzaba más lento, yo por mi parte estaba escuchando las historias de don Jairo, conversación que luego escucharía a través de los videos grabados, ya que llevábamos encendidos los micrófonos inalámbricos, pero en la charla solo estaba conociendo que ese camino demarcado por el que andábamos, era el que usaba nuestro protagonista montando bicicleta en las mañanas, compartiendo con la naturaleza.

En el segundo punto don Jairo creó un humedal artificial, así a través de un tubo llegan esas primeras aguas tratadas, a esta geomembrana con filtro de piedras, tierra, arena en forma de “s” con plantas que extraen los sólido y así llega a la laguna de oxidación, la última etapa para terminar de diluir los pocos elementos que alcanzan a llegar o los vestigios de contaminación y así es liberada a la naturaleza, a los cultivos, a seguir fluyendo en Moniyamena. Finalmente nos iríamos a conocer el bosque que hay en la finca, un sitio de preservación donde hay marcas de la presencia de una gran variedad de animales, como del oso hormiguero que al afilarse sus uñas en los árboles va recordando de su existencia esquiva.

Moniyamena es un lugar que todos y todas deberían conocer, no solo porque es una experiencia hermosa, sino también por lo que pueden aprender “pueden venir y aprender alguna de las experiencias que nosotros tenemos, que a base de error hemos logrado tener una oportunidad para mostrar esas tecnologías como techos verdes, agroforestería sucesional, paneles solares, preservación, biodigestores, agroecología, entre otras; quedan invitados cordialmente a conocer la finca Moniyamena” finaliza don Jairo.

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