Son ejemplo de permanencia y resistencia histórica en las comunidades, en las protestas sociales y las emergencias sanitarias. Estas fueron protagonistas silenciosas durante la pandemia del Covid- 19, el Paro Nacional del 2021 y la lucha más allá de las coyunturas por la búsqueda de una soberanía alimentaria.
Por: Alejandra Mayorga y Lina Cubillos
La preparación de alimentos también se ha asociado a roles de género, donde se les asigna, mayoritariamente a las mujeres esa labor muchas veces no reconocida, ni remunerada. Ante esto, en el marco del “Estallido Social”, se evidenció la importancia de ser esa “primera línea, de la primera línea”, ya que, desde la alimentación y el cuidado, podrían resistir a las largas jornadas de manifestación, muchas veces enmarcadas por la desproporcionalidad de la fuerza pública y las condiciones de dormir varias noches en la intemperie.
Las ollas comunitarias, en su mayoría, están conformadas y lideradas por mujeres de barrio, entre ellas madres, vecinas, amigas, lideresas, defensoras. En esta suma de voluntades, hay quienes traen la olla, los alimentos, y el aporte desde sus saberes. En el proceso de la preparación se generan conversaciones, convergen pensamientos y, sobre todo, queda claro su posición frente a las movilizaciones. Estas han sido “una forma de acompañar procesos de movilización social, obrera y campesina, pero también la forma de garantizar la necesidad básica y el derecho al alimento en momentos de crisis económicas”, recuerda La Torna – Perifoneo Cultural, un espacio digital de contenido cultural popular de Colombia y Latinoamérica..
La pandemia produjo una gran crisis económica que llevó a más de 21 millones de personas a una situación de pobreza monetaria en el 2020 y cerca de ocho millones se encuentran en pobreza extrema, de acuerdo con cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística -DANE. Esto repercutió posteriormente al agudizamiento de las tensiones sociales frente al gobierno de Iván Duque que desencadenaron el Paro Nacional del año 2021. En ciudades como Bogotá, durante este tiempo, las ollas comunitarias se instalaron en puntos como las calles, andenes y parques para posibilitar un plato de comida a quienes se movilizaban.
Por su parte, en el lugar denominado como “Puerto Resistencia” en Cali, de manera organizada se generaron varios puntos de ollas dependiendo de si era desayuno, almuerzo o comida. Esta ciudad fue el espacio emblemático que marcó una consolidación colectiva por medio del fogón, el arte y el mensaje político de comunitarismo y tejido colectivo, que visibilizó las exigencias de las necesidades de diferentes sectores sociales del país y evidenció la violencia desproporcionada del Estado contra quienes marchaban.
Villavicencio también contó con varias ollas en el marco de estas protestas. Tras días de movilizaciones por la ciudad, sin un punto consolidado, las y los marchantes se convocaron para la realización de una juntanza que tuvo como objetivo elaborar y garantizar alimentos como muestra de solidaridad con las y los conductores que se encontraban por varios días en paro en el barrio Llano Lindo, en medio de la vía que da salida para Bogotá.
El encuentro entre diversas expresiones sociales inició caminando las calles, visibilizando las problemáticas regionales y en contra del proyecto de reforma tributaria del entonces presidente Iván Duque, esto, abrió la posibilidad de conformar el punto de “resistencia” en el barrio Llano Lindo, una vez se levantó el paro de transportadores.
Una parte de la ciudadanía aportaba alimentos para la olla permanente que se estableció inicialmente en la calle, y posteriormente en el Colegio Juan B Caballero de ese mismo barrio, lo cual permitió “sostener” el “punto de resistencia”. Según Estefanía, una joven que estuvo en Llano Lindo, “Sindicatos como la Asociación de Educadores del Meta -ADEM, la Unión Sindical Obrera -USO, el movimiento estudiantil, de mujeres y feministas, así como el campesinado y ciudadanía interesada en el paro, en medio que íbamos cocinando los alimentos, se debatía y se llevaban a cabo lo que llamábamos Asambleas Populares para mantener la agenda de los pliegos de peticiones que elaboramos con el fin de ser escuchadas”.
Otro de los puntos en el 2021 donde se tejieron afectos y convicciones alrededor de la olla, fue el establecido por más de 1 500 campesinos y campesinas y firmantes de paz en el colegio Luis López de Mesa- INEM de Villavicencio, en el cual, por casi dos meses, elevaron sus necesidades ante los gobiernos departamentales y nacionales, sobre la necesidad del cumplimiento de la implementación del Acuerdo Final de Paz y en rechazo a las violencias que se estaban intensificando en el marco de operativos de erradicación forzada y de la Operación Artemisa en el sur del Meta, Guaviare y Caquetá.
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El presidente Gustavo Petro, en el programa de las “Ollas Comunitarias” mediante la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres –UNGRD–, ha venido implementando en algunas comunidades las dinámicas colaborativas a través de la elaboración de alimentos, dinamizados por el Estado. El presupuesto destinado por el “Gobierno del Cambio”, fue de 155.535 millones de pesos para 1114 ollas en todo el territorio nacional. Sin embargo, hasta el momento, los avances no parecen ser significativos, ejemplo de ello lo evidenció el periódico El Heraldo de Barranquilla, al recordar que “el Gobierno Nacional completó 249 Ollas Comunitarias de 600 proyectadas” y en otras ciudades, tampoco se tiene claridad real de esa inversión.
Ante la incertidumbre de la ejecución de la inversión, se suma el reciente anuncio de la Procuraduría General de la Nación –PGN–, sobre abrir una indagación previa por presuntas irregularidades en un contrato para la ejecución del programa de “ollas comunitarias” en el municipio de Albania, La Guajira.
Pese a que el Estado históricamente no ha implementado acciones reales para garantizar la seguridad alimentaria de la población colombiana. Según un informe de la ONU en su Programa Mundial de Alimentos -PMA del 2024, el país refleja una “reducción del 5% en la inseguridad alimentaria, con 13 millones de personas que no tienen acceso a suficiente comida, frente a los 15 millones del año anterior”. Sin embargo, las zonas rurales continúan siendo las más afectadas ya que estos territorios presentan “mayor inseguridad -31%- que las urbanas -24% debido a la precariedad de los ingresos y al mayor impacto de los fenómenos meteorológicos extremos”.
Ante la carencia anterior para atender las necesidades de las comunidades, estas siguen tejiendo soberanía alimentaria y reivindicando la olla como acción de resistencia e incidencia política. Muestra de esto son las mujeres que se autodenominan de “fogón” en el municipio de Mesetas, Meta, quienes desde su liderazgo rural alrededor del fogón de leña, han logrado movilizar y generar cambios en sus territorios. Yineth Rodríguez, lideresa de esta iniciativa, expresa que: “Las cenizas recogidas se convierten en abono para nuestra agricultura y así continuamos germinando la soberanía y seguridad alimentaria de nuestras comunidades y nosotras cosechamos nuestros sueños, siendo siempre orgullosamente mujeres de fogón”.
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Las mujeres de “fogón”, el movimiento social y las comunidades en diferentes partes del país continúan organizándose en medio de las ollas comunitarias o también llamadas ollas comunes como respuesta ante la crisis alimentaria como medida transitoria, que más allá de lo simbólico, es una acción tangible de comunitarismo, solidaridad y resistencia.