La naturalización y burla del abuso sexual en Colombia

Este año, el país (Colombia) se levantó escandalizado por las palabras de un Concejal del departamento de Risaralda, quien en plena sesión mientras defendía el plan de desarrollo del Alcalde de Pereira, utilizando palabras de “su argot popular” como luego se justificó, se referenció a que ‘Las mujeres son como las leyes, para violarlas’, pero gracias a todo el recinto allí presente y a una concejala quien de inmediato lo reprochó, el suceso tuvo eco a nivel nacional.

Sin embargo, no es sólo un error aislado que se le escapó a un político conservador mientras trabajaba; es que en su mayoría quienes nos gobiernan son hombres, misóginos y hasta homofóbicos, que ante la opinión pública apoyan el crear las leyes y normatividades en pro de los derechos de las mujeres, pero luego las tumban, o no las hacen cumplir y de paso resultan siendo los mayores defensores “de la familia tradicional”.

Precisamente, es bajo esas concepciones de la tradición, la moral y “la ley de Dios” que se excusaban en el Congreso para rechazar el matrimonio igualitario, alargar el tema de la adopción de parejas LGTBI y de una manera más disimulada, siguen pensando que el lugar de las mujeres es en “la casa”.

Podríamos incluso comparar algunos comportamientos con la época de la ilustración en el que ya se analizaba la importancia de los derechos humanos, derechos laborales y en general crear condiciones de dignidad, especialmente para los hombres blancos; pero sus representantes demostraron que lo que planteaban no incluía a las mujeres, ya que para ellos “El estado ideal es una república en la cual cada varón es jefe de familia y ciudadano” (VARCACEL).

Postura que aprobaban iluminados como Rousseau, quienes incluso acudían a la ciencia para asegurar que las mujeres y los hombres tienen los mismos órganos, necesidades y facultades, pero que mientras  “uno debe ser activo y fuerte, el otro pasivo y débil” y la mujer había nacido para agradar al hombre. Actualmente, aunque hemos avanzado muchísimo en legislación y en identificar la problemática, cada día seguimos despertándonos con noticias de violaciones, agresiones y feminicidios.

Es más, en las ciudades capitales (en las que gastan mucho dinero en campañas contra de la violencia hacia la mujer),  las personas especialmente de la ciudad consideran que “las feministas son exageradas” ya que constantemente denuncian casos de abusos perpetrados por hombres, y no aceptan que así como en otras épocas: la obediencia, el respeto (que era más miedo que otra cosa), y el sacrificio eran virtudes obligatorias de todas las mujeres, y que en la sociedad actual aún continúan esperando ese mismo comportamiento y si las féminas se niegan a someterse, los “varones” utilizan la fuerza para lograrlo (sólo que cada vez somos más quienes nos rehusamos a seguir haciendo parte de la lógica patriarcal).

No sólo es una condición de las zonas rurales (aunque se presenta más en éstas partes de Colombia) que las mujeres se “auto realizan” como mujeres al casarse, tener hijos y servir en su hogar, tal vez ahora es más común que consigan también empleos, desde que no se sientan desobligadas de sus responsabilidades de la casa, sino que en las ciudades es como un grito silencioso que todos deciden ignorar.

Es por esto, que en América Latina se está debatiendo la remuneración de las labores del hogar, que por ahora no son tenidas en cuenta como un trabajo sino como una obligación que acarrea el ser mujer. Esa fue una exigencia de muchos años (que continúa) y fue un tema prioritario en la segunda ola del feminismo.

Precisamente, la postura política de Dalla Costa (importante referente feminista) sobre que la mujer debería exigir un salario por el trabajo doméstico, ha despertado un mayor interés de la importancia de ello entre las mujeres del movimiento feminista e incluso las que no se consideran como tal, pero que han tomado conciencia que dichas tareas deberían ser obligaciones compartidas por igual.

Cabe resaltar, que en las clases altas también se sufre violencia intrafamiliar derivada de comportamientos que se espera cumplan las mujeres. Mary Wollstonecraft en los inicios del feminismo le permitió a las personas de aquella época reflexionar sobre el hecho que las mujeres no sólo existían para la reproducción, “para ser doncellas vigilantes y laboriosas”, sino por el contrario luchó porque nos consideraran como seres humanos antes que sexuales, que sigue siendo un tema a debatir; por ejemplo en nuestra área de trabajo, la comunicación, en el que la cosificación de la mujer ha logrado que consideren nuestra imagen como producto, lo que ofertan las discotecas, lo que genera deseos de compra, entre otras, es un peso que nos toca cargar cada segundo de nuestras vidas.

El feminismo ha logrado evidenciar la importancia de una revolución en la que todos los rincones de nuestra existencia deban ser sacudidos, empezando por nuestro cuerpo,  sexualidad,  el modo de relacionarnos con nosotras mismas, los demás y hasta con lo doméstico. Es cierto que se ha implantado una cultura en el que el ser mujer significa tener por ejemplo hijos, que pasarán a ser lo más importante para el hogar, especialmente para la madre, de una forma tan naturalizada que muchas mujeres viven automáticamente sin cuestionarse o pensar por qué tomarán la decisión de tenerlos y las responsabilidades que ello implica.

Algunas incluso no logran crear los lazos o impulsos biológicos de protección con sus hijos, de los que supuestamente todas las mujeres forjamos al momento de ser madres; pero la moralidad, en determinamos momentos no alcanza a ser tan fuerte como para detener a algunas mujeres de abandonar a los infantes o exponerlos a abuso, violación o muerte; es por esto que Palomar Verea en su libro «Maternidad, historia y cultura», concluye que la maternidad no es un hecho natural, sino una construcción cultural, definida y organizada por normas de necesidades sociales, en épocas definidas. Por lo tanto la pregunta sería ¿todas las mujeres deben ser madres?

Al referirme a épocas y espacios definidos hay que entender que mientras en determinados lugares, como Colombia, en el que a pesar de hablarse de métodos anticonceptivos, lo que predomina es la libertad de las personas de manera consciente o no, de tener hijos; en algunos lugares es lo opuesto y precisamente es cuando surge esa batalla contra los códigos culturales que determinan cómo una mujer debe ser, cómo debe de comportarse.

Por ejemplo, en algunos países, los hombres y el Estado incluso toman atribuciones como decidir sin consultarle a las mujeres sobre su decisión de ser madres; existen ejemplos como el que expone Maquieira con relación al  caso “brasileño donde se ha registrado que hasta un 45% de mujeres de bajos recursos que tras un parto con operación de cesárea eran esterilizadas al margen de su consentimiento” (Por cierto en Perú sucedió algo similiar, Fujimori fue condenado por ello, pero ya lo dejaron en libertad), y en otros continentes donde mutilan a la mujer para que no sienta placer.

Entonces, la discusión que planteo es que el traer o no traer vida a éste planeta debe ser un proceso racional, que se decida no por imposiciones culturales, sino por una real certeza de vivir la maternidad, parentalidad o paternidad. Más no porque eso se espera de toda mujer.

Para ir finalizando considero importante tener en cuenta lo que plantea Ana de Miguel Álvarez, sobre la difícil labor histórica que ha tenido el feminismo, que desafía el orden social más ancestral y universal, ligado al control que han ejercido los hombres hacia nosotras las mujeres y no sólo en los círculos laborales y sociales, sino en nuestra propia vida privada: la violencia machista. Por algo es que Amnistía Internacional afirma que los peores delitos contra las mujeres son cometidos dentro del hogar y por personas cercanas.

Autores como Giddens han demostrado cómo el miedo conduce a las mujeres a ejercer un riguroso control sobre acciones y movimientos en el espacio público. Vivimos con miedo aunque intentamos enfrentarlo, algunas no dejamos que nos controle, pero lo cierto, es que hay “machitos” que en las calles creen que tienen el derecho de acosarnos con sus piropos, o incluso los hay más atrevidos… por algo los casos de violaciones son una realidad que inunda las noticias.

Recordemos además, que la violación según Álvarez hace parte de un sistema de control que afecta al comportamiento cotidiano de todas las mujeres y por ende es indignante que uno de nuestros honorables líderes políticos, tenga entre “su argot popular”, que se le “escapa” en plena sesión, seguro por lo mucho que lo utiliza,  comparaciones entre leyes, mujeres y violación y por esto mismo, se debe seguir trabajando para acabar las inequidades de género que nos asedian, sin cometer el “error de creer que debemos iniciar de cero un camino que es ya difícil de recorrer partiendo desde donde hemos llegado juntas.” (Gargallo).

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

Más Populares

¡Conócenos!

Somos una Agencia, y el medio para impulsar la transformación a través de la comunicación.

Deja una respuesta