“Era de noche y se escuchaban perros aullando. Aullaban y ladraban mucho. No sé ni qué hora era; sé que era de noche, pero los perros a esa hora no ladraban. Tampoco sé si fue ese día o antes, pero se escuchaba mucha gente, muchos pasos. Creímos que era el Ejército, porque siempre que patrullaban se oían muchos pasos. Mi mamá sirvió comida –entonces sí era de noche– y el perro seguía ladrando” Así empieza la narración de uno de los hechos violentos que ha tenido que vivir Olga María en su vida. Primero, a los cinco años de edad, vio a su tío muerto y un año después desaparecieron a su padre.
Que los primeros recuerdos de un ser humano sean dos episodios altamente impactantes y que, a pesar de los años, las heridas se mantengan por la falta de verdad, justicia y reparación solo prolonga el dolor y aleja las posibilidades de no repetición. Para Olga María en sus primeros años de vida, las noches fueron una especie de tormento, los ruidos en el monte, afuera de la casa y los rumores que un grupo armado estaba rondado la zona la puso a ella y a su familia en un estado de zozobra.
Durante algunas noches escucharon más ruidos que de costumbre, la familia pasaba la noche en vela, primero pensaban que era un tigrillo, luego que era el Ejército hasta que, sucedió lo inevitable; la muerte cayó sobre ellos. Hubo unos disparos en medio de la oscuridad de la noche, hasta que finalmente la familia reunida en una habitación logró conciliar el sueño. Al día siguiente la noticia de la muerte del tío de Olga María llegó hasta la modesta casa en la zona rural de Santander.
El hombre se llamaba Marino y era el hermano del padre de Olga María. Cuando la noticia estuvo confirmada toda la familia salió espantada, agarraron lo poco que pudieron con sus manos, encargaron las tierras, los animales y algo de cultivos a los vecinos y se fueron corriendo de la zona. Hasta el fogón en donde la mamá de Olga María estaba haciendo unas arepas para el desayuno quedó prendido. Fue el primer desplazamiento para ellos, el primer recuerdo de violencia para la niña de cinco años.
Antes de la salida de la región otro recuerdo quedó en la memoria de la niña; cuando la historia llegó a la casa, todos se fueron por entre el monte, llegaron a un claro del río y había un montón de cadáveres. Estaba haciendo mucho sol, el olor a sangre hirviendo atosigó la nariz de Olga María, caminaron por entre cuerpos, fue una caminata que esquivaba la muerte, hasta que finalmente Marino, su tío, estaba ahí tirado con un hueco en su cabeza. La esposa del tío de la niña estaba también al lado de él, estaba embarazada.
Desde ese momento la niña se aferró a su madre, en el camino de regreso desde el río hasta la casa, mientras agarraban lo poco que pudieron, cuando huyeron por entre las veredas, las fincas y los matorrales, cuando estaban en el pueblo y cuando llegaron a una región desconocida. Siempre la niña se aferró a su mamá, como tratando de huir de aquellos recuerdos espantosos. Años después, es decir, ahora, cuando narra aquel primer hecho victimizante, deja a los presentes, mientras rinde su testimonio, helados cuando confiesa que el olor a muerto no se le borra, que, a pesar de los años, de nuevos y mejores recuerdos no ha podido espantar ese olor. Olga María dice que ella huele a muerto.
Tras el desplazamiento forzado la familia de Olga María llegó a Barrancabermeja, Santander, a la casa del abuelo paterno. En ese año, 1989, hubo en Colombia 35.651 desplazamientos masivos. Luego, a los meses, la niña cumplió seis años y la violencia volvió con cara de desaparición forzada, un nuevo recuerdo, un nuevo drama, un nuevo dolor y una herida que se niega a cerrarse se forjó en esa pequeña cabeza en la que no debería haber espacio para esas preocupaciones. Pues para Olga María la crueldad de la guerra se estaba anidando en ella poco a poco.
Aquel día su padre salió, necesitaba volver por algunas cosas, los marranos y hasta por el perro Coconito. La niña, Olga María, le dijo a Aurelio, su padre, que por favor trajera de regreso a su mascota, que lo extrañaba. Los padres de la niña discutieron toda la noche, la esposa le insistió que no volviera por allá, que diera las cosas por perdidas y que luego iban por ellas, pero que era importante dejar que las cosas se calmaran. El 15 de enero Aurelio se fue a recuperar algo, desde ese día han pasado 31 años y no se ha vuelto a saber nada del campesino y padre de Olga María.
Aurelio pertenecía la Unión Patriótica, por lo que se presume que su desaparición y quizás su muerte, sea obra de los grupos paramilitares que llegaron al Magdalena Medio a sangre y fuego disputándose el territorio con las FARC y el ELN. Entre 1984 y 1998 hubo 1.303 hechos violentos contra miembros de la UP, de ese total 126 eran de Santander.