Hay indolencia, no ignorancia en los ‘falsos positivos’

Febrero ha sido el mes en donde todos nos hemos encarado con una realidad normalizada. Una excusa más al montón de las muchas conocidas, en lo que se lleva de esclarecimiento de la verdad con la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Mario Montoya, general retirado y excomandante del Ejército Nacional, dio su testimonio acerca de las ejecuciones extrajudiciales por agentes del Estado, o los conocidos ‘falsos positivos’ de una forma irrisoria y burlesca, en contra del dolor de las víctimas quienes esperaban un testimonio que contribuyera al esclarecimiento de lo que sucedió con sus familiares, en la época entre el 2006 y el 2008.

Todas y todos alguna vez nos hemos familiarizado, o por lo menos reconocemos algo con estos sucesos. Actualmente con los casos de Dabeiba se ha vuelto a poner sobre la mesa la conversación sobre el caso 03, ‘falsos positivos’; pero hay algo más allá que se debe hablar, en algo tan escabroso y doloroso: ¡Las víctimas!

Tras el encuentro angustioso de la mesa de víctimas en la JEP con Montoya, el pensamiento suele ser disperso, agobiante, irreal. ¿Cómo es posible que después de esperar el relato de uno de los principales responsables de este hecho, resulte absolutamente nada? ¿Los familiares, dados de baja por rellenar cifras de la guerra, no cuentan? Es algo descabellado y humillante, pensar si quiera que tras el dolor de tantos años no haya respuestas claras, sino solo la verdad de estas personas que con un camino lleno de dificultades, le han recordado al país la cara dignificante de sus seres queridos.

Un hombre con rabia y dolor le gritó el 13 de febrero a Montoya ¡Hijueputa! Tras la frustración, tuvo el peor momento de todos estos años de lucha por la memoria. Los medios solo se centraron en él con dos renglones, diciendo que por protocolo tuvieron que sacarlo tras el insulto a Montoya; pero fue más el insulto hacia Raú Carvajal, con el silencio absoluto del excomandante, diciendo además que los soldados a su cargo eran ignorantes, que no sabían hacer las cosas básicas que aprenden desde la niñez. Su hijo, Raúl Antonio Carvajal, fue un cabo del Ejército asesinado en 2006 por negarse a participar en los crímenes a cargo de Álvaro Diego Tamayo y Mario Montoya, condenados actualmente por bajas extrajudiciales, según el relato de su padre, Raúl Carvajal.

El panorama sigue pintándose desde un show mediático que se cubre con un manto de información/desinformación, pero genera más dolor y trabas en el proceso del saber la verdad. Este otro silencio, el de los medios, encubren a los que tienen el poder y disfrazan los relatos creyendo que hacen lo necesario para que todos/as sepamos la realidad de los contextos que nos persiguen como país, pero en realidad son palabras silenciosas, que esconden cada vez más a las víctimas y sus familiares. Como dice Raúl: “No hay pedagogía. No hay un método que dignifique. Todos nos ponen barreras para saber y hacer conocer la verdad, que terminan matando a nuestros hijos, más de una vez.”

 

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

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