Han pasado más de 30 años, pero la búsqueda de María Alicia continua 

María Alicia León, es oriunda de Villavicencio y en julio de este año, su primo, Luis Alberto Orjuela Ramos, cumplió 30 años de desaparecido. La última vez que su familia supo de él fue cuando se encontraba en casa de su tía y su madre. Él recibió una llamada en la que le ofrecieron una oferta de trabajo y una promoción para comprar máquinas de juegos con el fin de ser instaladas en su vivienda. 

Animado por esa oportunidad laboral, emprendió un viaje junto a su amigo hacia Bogotá y nunca regresó. La desaparición de Luis Alberto, llevó a Alicia, su madre, su tía y su hermana a convertirse en buscadoras porque “ha desaparecido alguien que es de la casa, que se ama, alguien que compartió gran parte de su vida con nosotros”.

Cada día para Alicia y su familia ha sido un cúmulo de incógnitas: ¿Dónde puede estar? ¿Qué le pasó? ¿Por qué se demora? ¿Por qué no regresó? Y con el tiempo, la incertidumbre se ha apoderado de su cotidianidad. 

Sus preguntas siguen sin responderse y la búsqueda se hace aún más compleja cuando las entidades estatales encargadas de realizar las investigaciones para conocer la verdad acerca de estos casos, tienden a estigmatizar a los familiares que denuncian, deduciendo hipótesis al azar en las que aseguran que la persona desapareció “porque andaba en malos pasos”. De esa manera, considera Alicia, los entes encargados de la búsqueda de estas víctimas, terminan siendo inoperante para quienes están a la constante espera de saber el paradero de sus allegados. 

Y no es solo lo inoperante de su labor, sino el peligro que representa en ocasiones. Alicia ha conocido que, por ejemplo, la Fiscalía, que es la primera entidad a la que acuden las víctimas, ha llegado a generar alerta entre ellas, pues existen antecedentes de familiares que han recibido amenazas luego poner en conocimiento la desaparición de sus allegados/as ante ese órgano judicial.

Es por eso que Alicia y otras mujeres que han pasado por experiencias similares, han visto la necesidad de convertirse en “buscadoras”, esas que van puerta a puerta, recorriendo caminos, haciendo mapeos, llegando a pistas falsas y teniendo que retroceder, anhelando hallar verdad y reparación. Aun así, para ellas, cualquier información es sumamente valiosa, y saben que en muchos casos, hay quienes tienen datos pero se niegan a entregarlos por miedo a las posibles represalias. 

Aún así, estas mujeres, las que viven con el dolor eterno de la pérdida, se han reinventado y en su búsqueda constante, hallaron una forma de reflejar y mostrar su martirio a través de las artes escénicas. Es así que desde hace más de ocho años el colectivo El Tente, ha recorrido todos los rincones del Meta con una obra de teatro. Así cuentan sus testimonios, llevan las fotos de sus familiares y tratan de explicar su aflicción a causa de la desaparición forzada.

Se llaman “el Tente”, en referencia a un ave del llano que está en vía de extinción y que protege a los niños y niñas en el campo. De esa manera, esperan proteger la memoria de sus seres queridos y mantener su recuerdo en el tiempo.

Ser parte de ese grupo de teatro las hace sentirse útiles, solidarias y fraternales. Han aprendido a expresar su dolor con corporalidad, porque “el cuerpo también transmite cosas”. Así se han permitido sanar y a su vez, dignificar a sus familiares, esos que harán parte de la construcción de una nueva historia en la que esperan se logre una buena convivencia con un derecho a vivir en paz que no solo esté plasmado en el papel.  

En este camino, el colectivo ha sido parte del Movimiento Nacional de Víctimas de Estado – MOVICE y de otros procesos, pero han tenido que continuar su recorrido de forma independiente, ya que consideran que las y los afectados acuden a entidades en busca de apoyo psicosocial, protección, acompañamiento y asesoría, pero sobretodo, para no sentirse solas, no reciben la ayuda requerida, pues desafortunadamente, no todas toman plena conciencia de sus funciones en defensa de los derechos humanos. Quienes llegan a estas organizaciones, lo hacen para hallar la verdad “no para que nos colonicen, ni que se adueñen de nuestra historia”,  aseguró Alicia, porque sus relatos no representan sólo cifras ni números indicativos para proyectos económicos,  sino un daño que debe repararse.

Dadas estas inconformidades, y por decisión de la secretaría técnica, aunada a la votación de algunas organizaciones, Alicia afirmó haber sido expulsada junto a sus compañeras del MOVICE. Sin embargo, a nivel nacional, han continuado participando con esa organización en eventos de incidencia política y defensa de los procesos de resistencia en contra de la desaparición forzada y de los crímenes de Estado. 

Porque “una cosa son las organizaciones y otra cosa las personas que manejan esas organizaciones (…) las víctimas han sufrido ya un daño, no pueden revcitimizarlas y seguir dañándolas, tienen el derecho a recibir sus muertos y enterrarlos cuando ya la esperanza de encontrarlos vivos se ha esfumado”, afirmó Alicia con esa extraña mezcla de resignación y anhelo, porque aunque ya van 30 años sin saber de su primo, se ha mantenido en pie buscándolo, con la fuerza intacta y aferrándose a su recuerdo para aguantar el dolor.

El daño de la desaparición forzada es permanente, es infinito, no termina ni siquiera enterrando el cuerpo y haciendo el duelo. Por eso Alicia y sus compañeras se han propuesto seguir en la lucha para que la desaparición forzada no siga ocurriendo, que el Estado tome responsabilidad en estos casos, y deje de ser coautor de estos crímenes. 

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