“El cine es una apuesta por la vida, por eso se vuelve tan visceral”: Priscila Padilla

En el marco del estreno del documental Un Nuevo Amanecer el próximo miércoles 30 de abril en Villavicencio, hablamos con la directora Priscila Padilla. Cuenta cómo se abrió pasó en un gremio masculinizado y cómo afianzó su mirada como mujer, para contar historias sobre mujeres. 

Hablar con Priscila Padilla es adentrarse en una mirada que concibe el cine como una herramienta de memoria y transformación. Con más de treinta años de trayectoria en el cine documental colombiano, ha hecho de sus películas revoluciones políticas y sensibles que reconocen en las mujeres una capacidad especial para percibir y narrar sus historias. 

Su primer referente fue su madre. Se cuestionó la relación dura que tenía con ella y a partir de ahí se acercó al cine para entender su historia y la historia de las mujeres de su familia. Creció en Viotá, Cundinamarca, un territorio pionero en organización social y lucha por la tierra y los derechos del campesinado. 

Desde La eterna noche de las doce lunas hasta Un grito en el silencio, su trabajo ha retratado historias potentes, certeras y sensibles de niñas y mujeres que el cine, un gremio históricamente masculinizado, ha ignorado. En el marco del estreno de su más reciente película, Un nuevo amanecer, que acompaña los procesos de reconstrucción de vida de mujeres firmantes de paz, conversamos con Priscila sobre su trayectoria, sus experiencias y su mirada audiovisual. 

Foto: Cortesía

El Cuarto Mosquetero -ECM-: Empezaste con el cine a finales de los 80. ¿Cómo fueron esas primeras experiencias? ¿Por qué el cine y por qué el cine documental? 

Priscila Padilla -PP-: Yo comencé en una búsqueda personal de construir una relación con mi madre, que era muy complicada y casi no existía. Entonces tuve ahí unos maestros que me enseñaron a ver de otra forma y acercarse de otra forma a las mujeres y en la misma medida que iba hablando con otras mujeres comencé a entender la historia de mi mamá y por ende mi historia.

Eso lo que hizo fue producir una catarsis en mí y en lugar de seguir echándole las culpas de mis problemas, entendí como a nivel cultural, a nivel patriarcal. las mujeres somos producto de una serie de violencias endémicas, violencias históricas, que hace que las mujeres reaccionen de cierta manera, respondiendo a esas violencias.

Comencé a decir, «Yo quiero seguir con este tema de mujeres», porque siento que la historia está en deuda con nosotras y yo quería ayudar a ampliar las voces. No darle voces a las mujeres porque las mujeres siempre hemos tenido voz. Lo que no hemos tenido, es dónde la hacemos resonar. Entendía que las voces siempre habían estado en lo privado, en la casa, en la cocina. Sentía que deberíamos salir a lo público, a contarnos, a hablar de nuestros dolores, de nuestras felicidades, a reconocer violencias históricas en nuestros cuerpos y entonces me fui adentrando en estas búsquedas, que era mi búsqueda personal, que era la búsqueda de mi madre, pero que en últimas eran todas las búsquedas de todas las mujeres del país y del mundo, porque nos une nuestro género, que es femenino, y en eso hay unas identidades que deberíamos comenzar por deconstruir, deshabitar para habitarnos de nuevo de una forma distinta.

Así llegué a comenzar a pensar una serie que llama «Las mujeres cuentan», que fue una serie de seis capítulos sobre mujeres trabajadoras del algodón, del banano, de las flores, de la construcción. Después llegué con La eterna noche de las 12 lunas, la historia de una niña wayúu en la Guajira, después llegué con Un grito en el silencio, la historia de la ablación genital femenina y ahora traigo Un Nuevo Amanecer, que es también sobre mujeres y sus cuerpos en la guerra y en la paz también. Es una búsqueda diaria.

Foto: Cortesía

ECM: ¿Cómo fue ese acercamiento a las mujeres indígenas? 

PP: No, yo llego a las mujeres indígenas por el género femenino. No es una búsqueda mía, ni es que haga cine indigenista. Es el tiempo y la vida quienes van definiendo esas historias en mí. Como estaba en una búsqueda de las mujeres y estaba haciendo un documental sobre las mujeres trabajadoras del algodón en Córdoba, había una chica que era recolectora de algodón wayuú y ella me contó el ritual del encierro con las niñas wayuú en en la Guajira.

Así llegué a la Guajira al ritual de La eterna noche de las 12 lunas una vez le llega su primer periodo menstrual a las niñas. Estaba terminando este trabajo cuando leí un periódico que en Colombia se practica la ablación genital femenina. A mí me parecía terrible que existiera en mi país. Luego comencé a hacer la historia de Un Nuevo Amanecer en el 2015, que pensaba que la paz llegaba. Yo decía, «¿Qué será de las mujeres que hoy van a dejar las armas?», porque sentía que en todo este proceso de construcción de paz en el país escuchaba las voces masculinas tanto de la oficialidad, del Estado, como de las mismas FARC. Me preguntaba: ¿Dónde están las chicas? Yo no las veo. ¿Por que no hay una chica que hable de ella y de lo que va a hacer de su vida? ¿Cómo es eso de dejar las armas, reconstruir, pensar en una vida distinta? En últimas somos las más violentadas, desde nuestros cuerpos y tenemos derecho de hablar, de relatar.

Foto: Cortesía

ECM: El cine también es muy masculinizado y tú eres una mujer que desde finales de los 80s hace cine sobre temas de mujeres. ¿Cuáles han sido esas barreras en el  mundo del cine y el audiovisual acá en Colombia y cómo has luchado contra ellas?

PP: Cuando yo inicié todos eran hombres. Cámara, fotografía, sonido, edición, montaje, música, dirección. Una tiene que comenzar a abrirse paso y mirar de otra forma. Yo decía, ‘¿Cómo me abro paso en este mundo?’ A veces sentía que no me creían. Yo soy pequeña, soy flaquita, así era más complicado. 

Comencé a ser mi amiga de los hombres. Éramos todos de una misma edad. Yo comencé con la mirada y desde dónde mirar, en la fotografía, el encuadre. En un trabajo que hice sobre lo que se llamaban Los huéspedes de la guerra, entre los 90s y 2000, llegaban al hospital militar todos los chicos que en ese momento iban a prestar servicio militar, pero no habían jurado bandera, o sea, ni siquiera eran soldados. Mutilados, sin brazos, sin piernas y un día fui a visitar un tío y en el helipuerto del hospital militar estaban todos estos chicos jugando un partido de fútbol y pensé que era una obra de teatro pero al darme cuenta que era la realidad pura y dura, comencé a hablar con esos chicos que tenían una cara de niños y quise hacer este trabajo pero desde lo femenino. 

Ahí comenzó toda una búsqueda estética. En un momento vi una imagen tan hermosa de una mamá acariciando al chico, como salvándolo, diciéndole, «No te me mueras.» Era una mano que acariciaba lo poco del cuerpo que le había dejado la guerra a ese chico y lo hacía con tanto amor en la frente, la cara, la boca, el torso y yo le decía al camarógrafo «Por favor te quedas sobre esa mano, sobre ese rostro de esa mujer que está intentando decirle al hijo que está inconsciente, «te amo, te adoro.» Y ahí entendí cómo mirar y para eso se necesita ser mujer. 

El cine es una apuesta por la vida, es una apuesta por cómo me acerco y cómo contar, por eso se vuelve tan visceral. Yo justo llego a las historias donde un hombre no las ve. Pasó con el ritual de La eterna noche de las 12 lunas. Me acuerdo que alguien, un cineasta muy importante en documental acababa de hacer un trabajo con los Wayúu y yo hablé con él porque yo quería saber cómo era eso del encierro. Y me dice: ‘Ay no, del encierro no hay nada que decir. Eso es que meten a una niña en un rancho que le hacen y ya’. Justo cuando esa puerta se cierra para él, ahí comienza la historia que yo quiero contar. Porque para mí como mujer sí quisiera saber qué pasa con esa niña adentro. 

ECM: ¿El cine también es una lucha?

PP: Claro, es una lucha. El cine es político, social, lucha por reivindicaciones sociales, es arte. Es toda una amalgama de saberes que están allí y que hay que utilizarlos. Es un encuentro por la vida, ¿ves? Porque la vida es es el amor, la vida es tener tierra, tener casa, tener unas condiciones mínimas dignas. El cine tiene que ser testigo de su tiempo. Entonces una intenta ir dejando una como una memoria histórica de un momento y una sociedad. 

Para asistir a la proyección del documental inscríbase aquí. 

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