Las preguntas que conforman el título de este texto han venido rondando en mi cabeza después de la gran movilización del 21 de noviembre en el marco del desarrollo del Paro Nacional.
Desde ese día no he podido encontrarme en las calles con esa Villavo aguerrida, combativa y con aguante. Después de ver los ríos de marchantes que se conformaron en los puntos de Ocoa y el SENA que llegando al Palacio de Justicia se hicieron uno, para conformar una masa iracunda de decenas de miles que clamaban con determinación férrea y una tenacidad admirable a un gobierno indolente por un futuro lejos de la miseria, la desigualdad y la precariedad.
Después de ese evento maravilloso y sin precedentes, me he topado con una masa ínfima de personas que, aún con esperanza, no logra convencer a los demás que hay que seguir adelante. Aparentemente la memoria colectiva es corta y la individual es inexistente. Al fin y al cabo, todos somos ciudadanos de una región con un potencial inimaginable que no aprovechan y que vive día a día con unos niveles de desigualdad que tampoco se pueden imaginar y cada día crecen y crecen. Es triste ver que no hay sentido de pertenencia en un momento tan importante para la historia nacional y, con los últimos años, también para la historia local.
Este paro nacional no es realizado solamente por una razón. Son muchas y muchas las razones y las voces que se suman para adherirse al paro y con la voz, pitos, tambores o cacerolas mostrar en las calles el inconformismo que ha caracterizado durante las últimas semanas al país. Entonces, si son muchas las voces ¿qué están esperando los llaneros para empezar a exigir garantías? ¿Hasta cuándo piensan soportar que menosprecien una región tan importante para el país? Porque increíble sería que, por ejemplo, después de más de seis meses con una vía cerrada, después de un proyecto tan ambicioso como lo fue la vía Bogotá-Villavicencio, con las afectaciones que generó el derrumbe en el aspecto socioeconómico, la gente quedase conforme con el anuncio del Presidente Iván Duque ayer, seis de diciembre, que la carretera ya estaría habilitada las veinticuatro horas del día. Eso no es para aplaudirlo, era una necesidad que llegó tarde. Más de un semestre y nos quedamos esperando que se decretara Estado de Emergencia, Presidente Duque. Estamos en quiebra. ¿O no hay que marchar tampoco por los años que llevamos sufriendo y rogando por soluciones efectivas al acueducto? ¿O por el estado de las vías, la situación de seguridad en todos los sectores de la ciudad, las problemáticas e incumplimiento de los contratos del alumbrado público de Villavicencio?
Villavo debería estar en las calles haciéndose escuchar. Sin embargo, aparentemente creyó que con hacerse oír un día la cosa cambiaría y, desgraciadamente, tan fácil no es. No se puede dejar caer el paro en una región con tantas afectaciones. No se puede seguir tomando algo tan importante a la ligera. No es cuestión de bailatones, besatones y demás actividades maratónicas que se les ocurra, es cuestión de hacer sentir a lo largo y ancho de la ciudad, que el inconformismo está en el aire, en las casas, en los colegios y universidades.
Es momento de demostrar que somos la generación de los inconformes, de los incansables, los que no se cansan, ni se callan. Esto depende única y exclusivamente de nosotros y se está dejando en el olvido y se está convirtiendo en un plan social para ir “a parchar” en lugar de entender por qué se lucha y que la lucha sigue, con o sin capucha. Que los sonidos de las tapas y las voces hagan vibrar los vidrios de las casas y juntos demostremos que nos cansamos y no vamos a seguir hasta que no haya voluntad de cambio y mejora de parte de los que nos tienen como nos tienen.
Así que espero, aspiro y ansío que cuando me pregunten en dónde está Villavo y Villavo dónde está, poder decirles que está en las calles, haciéndose escuchar.