Villas de Progreso, el rincón olvidado de la Comuna 8 de Villavicencio

Tras atravesar la ciudad, llegar a Catumare y girar hacia el camino que da a la Rochela para preguntar a varios transeúntes donde quedaba “Villas de Río”, finalmente logramos llegar a Villas del Progreso. Sí, nuestra editora había tenido una pequeña confusión con el nombre del asentamiento en el que se realizaría una olla comunitaria ese día, por lo que estuvimos dando vueltas por varios sectores de la Comuna 8 durante un buen rato, pues al consultar a las personas que andaban por el sector, nos daban indicaciones por rumbos contrarios de donde se ubicaba nuestro verdadero punto de llegada.

La única forma de llegar al destino correcto, fue a través de la ubicación de Google Maps que nos había enviado Lina, nuestra editora, vía Whatsapp después de haberla llamado en medio de la desesperación por no encontrar el dichoso asentamiento “Villas del Río”. Teniamos que arribar al lugar lo antes posible para hacer cubrimiento periodístico a la gestión comunitaria que se estaba llevando a cabo allí.

Edilson, el camarógrafo y yo, finalmente dimos con el lugar donde varias personas hacían la fila portando sus ollas para recibir una ración de frijoles, arroz y arepa antioqueña. Nos recibió uno de los líderes, quien nos guió hacia el interior del lugar, el cual era bastante acogedor, al otro lado de un portón enrejado se extendía un terreno verdoso y al extremo derecho, había una pequeña iglesia cristiana sin paredes que le rodearan, solo pequeños muros. Frente a esta, había una huerta casera con plantas de papaya y maracuyá y plátano, habían muchas más pero no logré reconocerlas.

El lugar donde se instaló el fogón junto a las ollas, fue bajo dos carpas, en una de estas se acomodaron las cocineras, quienes se encargaban también de servir la ración de almuerzo a los que esperaban pacientemente en la fila con todas las medidas de seguridad y manteniendo la debida distancia. En sus rostros se notaba el gesto de alivio una vez miraban sus recipientes llenos, al menos ese día no tendrían que preocuparse por comida.

Desde que empezó la cuarentena nacional, muchos sectores vulnerables de Villavicencio se han visto afectados por la imposibilidad de trabajar, debido a que quienes habitan en esos lugares, son personas de escasos recursos con trabajos informales que sobreviven del día a día. Villas del Progreso es uno de estos sitios, y aunque la Alcaldía Municipal ha hecho grandes esfuerzos por llegar a cada rincón de la ciudad con mercados, aún hay muchos sectores que no han recibido estas ayudas, como Villas del Progreso.

Este asentamiento se ubica entre lo más recóndito de la Comuna 8, sus calles están sin pavimentar y las viviendas son de tinte humilde, las familias están entre los estratos 1 y 2 y cuentan con todos los servicios públicos a excepción del gas domiciliario. Es decir, en estas épocas de pandemia, deben decidir entre comida o pipeta de gas.

Si bien es cierto, por orden del Gobierno Nacional, durante la cuarentena las empresas no pueden suspender los servicios de energía, agua y gas, este último no aplica para quienes no tienen la conexión, por lo que obligatoriamente, tienen que comprar el cilindro de gas para poder cocinar, eso si cuentan con alimentos para preparar.

Esto lo supe gracias a las conversaciones que tuve con los líderes de la zona, antes de entrevistarlos -quienes nos aclararon que el nombre del sector en realidad era Villas del Progreso-. La primera que pasó frente a la cámara -que había acomodado Edilson previamente-, fue Celia Riveros, la presidenta de la Junta de Acción Comunal, quien habló sobre las problemáticas del sector y pidió ayudas gubernamentales. Incluso relató que su Whatsapp permanecía colapsado debido a la cantidad de mensajes de su comunidad pidiendo mercados, pues el hambre ya empieza a azotar a los habitantes del asentamiento.

Luego habló Valentina, miembro de la Corporación Creando Caminos de Paz, la cual apoyó a la comunidad recolectando donaciones de dinero y comida por parte de empresas y personas solidarias, para hacer posible la olla comunitaria.

El edil de la Comuna 8, Ricardo Duque, también tomó lugar frente a la cámara, para relatar que la olla comunitaria, se realizó gracias a la unión y gestión de los líderes en articulación con Corcapaz, y a la solidaridad de quienes han hecho sus aportes. El líder comentó además que se ha llegado a otros lugares de la comuna con chocolatadas o sancochos. Estas actividades se han concentrado en sitios donde la institucionalidad no ha hecho presencia.

Finalmente, una de las cocineras mencionó que desde muy temprano, ella junto a otras mujeres de la comunidad, se habían dispuesto a preparar la frijolada. Por esa labor, no recibieron ninguna bonificación, les motivó el sentimiento de solidaridad, de llevar un poco de alegría y alivio a sus vecinos, al menos por ese día.

Tras terminar la ronda de entrevistas, la comunidad nos ofreció a Edilson y a mi, un plato de comida. Al principio nos negamos, no por ser groseros, sino porque sabíamos que habían otras personas que necesitaban esa comida mucho más que nosotros. Pero ellos insistieron, querían brindarnos un poco de lo que con esfuerzo habían logrado conseguir. Aún cuando la necesidad abunda y la comida escasea en medio de una pandemia, no repararon en brindar algo de sus preciados alimentos, ¿Cómo seguir negándonos?

La comida tenía ese típico sabor a leña, la calidez de la solidaridad se sintió en cada cucharada, alegrando nuestros paladares. Una vez dejamos el plato vacío -Edilson terminó primero que yo-, agradecimos a la comunidad y guardamos el equipo que traíamos para registrar esa iniciativa, una de tantas que desde El Cuarto Mosquetero, hemos tratado de visibilizar porque creemos que son estos proyectos los que fortalecen los tejidos comunitarios y constituyen bases de vida digna.

Con la satisfacción de una labor cumplida y el estómago lleno, Edilson y yo nos despedimos y tomamos camino de regreso a la oficina, el día aún continuaba y aún quedaba mucho trabajo por hacer.