Himelda ayudó a presentar a mujeres ante la JEP, escribió un libro, participa en teatro, teje, y considera que el poder transformador está en la palabra.
La guerra fracturó la vida de las mujeres, sin embargo, en Colombia se han venido potenciando procesos de verdad, resistencia, resiliencia, reparación y reconocimiento a través de espacios de participación en los que convergen hombres y mujeres que buscan garantías, reparación y no repetición. Fue así como conocí a doña Himelda Ariza, madre buscadora y mujer aguerrida, que, tras los vejámenes del conflicto, buscó refugio en el tejido, el teatro, el recuerdo de su hijo y el calor del grupo de mujeres que vivieron este proceso y siguen en pie de lucha buscando justicia.
El día estaba soleado, llamé a doña Himelda y acordamos encontrarnos en el parque central de la ciudad de Villavicencio. Cuando llegué, me saludó con un cálido abrazo, una sonrisa y luego de cruzar palabras, me mostró muy orgullosa la blusa de tono azul que vestía, diciéndome que las mariposas -haciendo alusión al diseño de su ropa- son sus favoritas, porque allí renace el recuerdo de su hijo Andrés, un joven de 15 años desaparecido por el frente 16 de las conocidas guerrillas de las FARC, en el año 2002.
Mientras nos sentábamos en un banco al aire libre -coincidencialmente frente al Centro de Memoria Histórica- doña Himelda empezó a contarme infidencias de su vida; ella era una mujer campesina que no sabía leer ni escribir y tenía dos hectáreas de tierra en el departamento del Vichada gracias a los 10 años de trabajo como cocinera. Cuenta doña Himelda que, un día cualquiera, luego de trasladar a sus hijos a la ciudad para que recibieran estudio de calidad, el comandante del Frente 16 de las FARC la amenazó y, señalándole el reloj que tenía puesto en una de sus manos, le dio 24 horas para salir de la región, obligándola -sin pensar en nada más que su seguridad- a sacar “sus trapos en lonas a las 3:30 a.m.”, aprovechando que uno de los camioneros que se quedaba en su casa, le ofreció acercarla a Villavicencio.
Himelda llegó a Villavicencio en 1998, tuvo días en los cuales no tenía qué comer, porque lo poco del mercado que había podido llevar con ella, ya se había acabado. Con voz tenue me cuenta cómo tuvo que soportar humillaciones y desprecio, pero todo valdría la pena si lograba sacar sus hijos adelante, y especialmente ayudaba a su hijo a convertirse en la promesa del fútbol colombiano.
Andrés tenía 15 años cuando fue desaparecido el 10 de noviembre del 2002. Esta adulta mayor recuerda, que el joven antes de salir de casa, se despidió, y mientras cerraba la puerta, Himelda lejos estaba de imaginar que sería el último recuerdo que tendría de él.
– ¡Chao mamá!
– ¡Ay! Chao hijo, que le vaya bien
– ¡Ayyy, madre, chao! – alegó Andrés, para que ella se despidiera bien.
-Sí, papi, chao -fueron las últimas palabras de doña Himelda hacia su hijo aquel día-.
Más de 20 años después, esa despedida que corresponde a una madre ocupada con los quehaceres de su hogar, sigue pesando sobre Himelda quien hubiera deseado tener un recuerdo más emotivo. “Yo quisiera volver el tiempo atrás, al menos vivir ese momento, decirle: hijo, te amo (…) eso me duele en el alma”.
Andrés fue desaparecido un mes antes de su cumpleaños, una fecha en la cual doña Himelda lo recuerda con devoción, olvidándose de la festividad que se celebra: el cierre de un año y la bienvenida de otro.
En ese momento, tras ver que su hijo no aparecía y nadie sabía de su paradero, caminó Villavicencio de extremo a extremo sin tener resultados en su búsqueda. Un año después fue secuestrada por el mismo frente que se habría llevado a su pequeño de 15 años.
Según datos estadísticos arrojados por la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad – CEV, alrededor de 210 mil personas fueron víctimas de desaparición forzada en Colombia, y de acuerdo con el Registro Único de Víctimas – RUV, el Meta es una de las regiones con más casos, con una cifra de 13.000 personas afectadas por este flagelo.
El 13 de febrero de 2003, doña Himelda fue secuestra por el Frente 16 de las FARC y padeció todas aquellas atrocidades que vive una mujer dentro de un sistema patriarcal en el que los hombres se creen dueños de los cuerpos y vidas de las mujeres. Posteriormente, fue liberada el 07 de diciembre del 2007, cuatro años después de su aprehensión, en el corregimiento de Güerima en el departamento del Vichada.
En Colombia, según el Tomo “Mi cuerpo es la verdad: Experiencias de mujeres y de personas LGBTQ+ en el conflicto armado” y el RUV, al menos 32.446 personas han sido víctimas de actos en contra de la libertad y la integridad sexual, correspondiendo a mujeres y niñas el 92,5%.
Dos años después de ser liberada, se animó a vencer el miedo, a salir de su casa y denunciar. Inició buscando información relacionada con “Los NNs”, luego acudió a la Defensoría del Pueblo, a la Unidad de Víctimas, y así inició una ruta desperanzadora que suelen marcar la vida de las personas buscadoras: de institución e institución, contando una y otra vez su hecho victimizante, sin encontrar respuesta, y preguntándose una y otra vez, ¿dónde está? ¿por qué se lo llevaron? ¿qué sucedió?
Fue justo, ese “corre corre de un lado a otro” que las personas buscadoras denuncian en “la danza de las instituciones”, una escena de la obra de teatro llamada “La vida de las ausencias”.
Seguíamos sentadas en el mismo banco, las personas pasaban con el afán de sus ocupaciones porque el día continuaba, pero para nosotras parecía que el tiempo no corría, estaba estático. Solo éramos doña Himelda, yo y la grabadora que estaba siendo testigo de las impactantes declaraciones.
Al hablarme de su vida como actriz, su semblante cambió, casi pareció alegre. El teatro transformó su vida y contribuyó a su sanación.
Las madres buscadoras del Meta y Guaviare y Corocoras del Llano formaron un grupo de teatro que ha trascendido de lo local. «Nosotras somos teatreras empíricas, contamos nuestra historia a través de los papeles que nos asignamos, de acuerdo a las vivencias de cada una», explica esta aguerrida mujer.
Las madres buscadoras del Meta y Guaviare y Corocoras del Llano, formamos un grupo de teatro -inició contándome-. Nosotras somos teatreras empíricas, contamos nuestra historia a través de los papeles que nos asignamos, de acuerdo a las vivencias de cada una -finalizó doña Himelda-.
Y sí, el 09 de abril de 2022 fue presentada la obra “La Vida de las Ausencias” en conmemoración del Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto, en el Teatro Colón en la ciudad de Bogotá. Después de habersen presentado en diversos planteles educativos y áreas culturales de Villavicencio, como aporte a la educación, la memoria histórica y el reconocimiento.
Hablamos de cómo el proceso del teatro transformó su vida en arte, representación y resistencia frente a olvido, el dolor y el abandono; de lo que para ella fue pasar de percibir al mundo con ira, resentimiento y odio, a verlo de manera resiliente al encontrarse en medio del dolor a mujeres que, como ella, habían sido víctimas de los horrores de la guerra.
Para Himelda y muchas personas buscadoras, el arte y en este caso el teatro transformó sus vidas para tener herramientas para tramitar el dolor, la ira, el resentimiento, el odio, pero, sobre todo, la ausencia. Acompañarse en este tránsito en el que muchas personas comparten las huellas del conflicto armado y buscan de manera desesperada cómo continuar sus vidas.
Himelda recuerda que, cuando ya vivía en Villavicencio, se topó con Álvaro Guzmán de la Jurisdicción Especial para la Paz -JEP, un mecanismo de justicia transicional, creado en el marco del Acuerdo de Paz entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP-, y en medio de una charla, él le preguntó si quería unirse a un grupo de estudio del cual hacían parte excombatientes que estaban en proceso de reincorporación, ella aceptó y fue así como en San Francisco de Asís en el barrio Comuneros, encontró la oportunidad de brindar perdón, pero también adquirir aprendizajes a través de la lectura y la escritura. Ella inició su proceso formativo, dejó de ser una mujer analfabeta, llegó a quinto y culminó básica primaria.
Himelda escribió el libro “Para que la memoria no sea un cementerio en la cabeza”, acompaña los procesos de mujeres víctimas, hace teatro, teje y siempre está dispuesta a ayudar desde su experiencia a quienes aún no se sienten con la fuerza de narrar y contar al mundo lo que dejó el círculo vicioso de las violencias, porque cree firmemente que, «sin la voz de nosotras las mujeres, la verdad jamás estaría completa».
En abril de 2023, fue reconocida como parte de “las mujeres que transforman desde los diferentes escenarios en los que participan, por ello, desde El Cuarto Mosquetero y la Veeduría Mujeres Libres de Violencias hace tres años nos hemos propuesto a exaltar el trabajo de aquellas mujeres que hemos visto trabajar por erradicar las violencias basadas en género en el departamento del Meta y el país” expresó Lina Álvarez en el artículo “Mujeres que transforman territorios, homenaje a seis mujeres del Meta”.
Puedes leer el artículo completo en: https://elcuartomosquetero.com/mujeres-que-transforman-territorios-homenaje-a-seis-mujeres-del-meta/
Se llegó la hora de despedirnos, me abrazó con más fuerza que la primera vez, me dijo: mijita, Dios la bendiga, muchas gracias por escucharme y se despidió.
Yo me retiré, tomé el taxi y mientras me dirigía hacia la oficina, un sentimiento de orgullo, nostalgia y admiración me invadía: había estado con una de las mujeres más fuertes de la región.
Por: Lina María Hurtado