La epidemia se desató de un momento a otro, las personas enfermaban rápidamente y caían postradas en sus camas, en donde aguardaban a la muerte. En las calles se esparció el rumor que un nuevo castigo enviado por Dios a la tierra iba a acabar con toda Constantinopla, pero aún quedaba algo de tiempo para arrepentirse y evitar el juicio del altísimo. Fue así como se realizaron misas en donde los pecadores acudieron por miles para confesar sus culpas y pedían redención. Las aglomeraciones en los templos no evitaron la muerte de manera milagrosa, sino que el virus se esparció rápidamente entre la población. El remedio había resultado peor que la enfermedad.
En muchos hogares morían los padres, especialmente los más ancianos o los que padecían de alguna enfermedad previa, lo que agravaba los padecimientos hasta la muerte. Los niños se les veían por las calles, caminaban llorando, mirando para todas partes, como buscando algo o a alguien. Eran los huérfanos de la epidemia que se empezaron a multiplicar por miles. En otros casos, los hijos eran jóvenes que se abrían paso en los primeros años de la adultez, uno de ellos se llamaba Nicolás y al morir sus padres profundamente católicos, le heredaron una fortuna considerable.
Nicolás por aquellos días, viviendo su pesadumbre que lo mantenía desolado e hirviendo en lágrimas, sintió que debía hacer algo con todo su dinero, con las joyas y propiedades que había heredado de sus padres. Esto, más la unión de los valores de la fe católica, lo hicieron reflexionar sobre su papel en la tierra y pronto una revelación llegó a su vida; servirle a los más necesitados.
Según San Metodio, arzobispo de Constantinopla, Nicolás decidió repartir todos sus bienes entre los más pobres de la ciudad de Patara, en la región de Licia, actual Turquía. Ya siendo sacerdote emigró a la ciudad de Mira, en la misma Anatolia, allí fue consagrado obispo por varios sacerdotes, quienes no se ponían de acuerdo en cómo o a quién designar como nuevo obispo, ya que el anterior había fallecido. El método de elección fue uno muy curioso, el primero que ingresara al templo. Ese fue Nicolás, el recién llegado a la ciudad, con los bolsillos vacíos y con el alma dispuesta a servir.
Su alma fervorosa por la fe lo llevó a cometer actos vandálicos, que en su momento y ahora la iglesia ha celebrado, pero que constituyen perdidas irreparables para la humanidad y de la historia helenística, como ordenar destruir templos paganos y el mismo templo de Artemisa en Mira (diferente al templo de Artemisa en Éfeso). Ese ejemplo fue seguido por cientos de católicos, quienes destruyeron buena parte del legado cultural griego y romano antes de la gran conversión.
Tampoco es claro porqué de recorrer las calles con un burro, este resulto montando en un trineo de renos
También participó en el Concilio de Nicea, famoso y ampliamente reconocido por considerarse el primer concilio ecuménico de la historia, en donde se debatieron temas controversiales de la doctrina, pautas morales y asuntos políticos. Allí, Nicolás se opuso francamente a Arrio (posible sacerdote de origen libio) quien se negaba a aceptar la divinidad de Jesucristo, para Nicolás y otros religiosos el asunto no merecía ni siquiera un debate abierto, ya que Jesús de Nazareth era hijo de Dios o tenía relación con Dios Padre. De tal manera, Nicolás defendió el dogma de la divinidad de Cristo y este fue aceptado desde aquel concilio. En ese sentido, se puede considerar que Jesucristo es divino desde el 325 AC y que posiblemente, antes de esa fecha, se le consideraba un hombre mortal, un profeta, pero no un hijo de Dios.
La iglesia católica le reconoce innumerables milagros, entre ellos el de resucitar a tres niños que habían muerto al caer de un árbol. Entre sus actos piadosos se destaca uno en el que arrojó tres monedas de oro por la chimenea de un hogar que estaba sumido en la miseria y a cuyas tres hijas se les forzó a prostituirse, allí las tres monedas de oro cayeron en el interior de tres medias que las mujeres habían dejado secando. Gracias a este último acontecimiento, nació la tradición de colgar medias en una chimenea o algún lugar de la casa para recibir los regalos de Papá Noel.
Repartía regalos a los niños más pobres de la región de Anatolia (hoy Turquía), lo hacía llenando un saco enorme con juguetes, comida y objetos que le servirían a los niños. Ocasionalmente se servía de un burro que le ayuda a cargar los sacos repletos de regalos. Se iba recorriendo las calles y visitaba los hogares vistiendo un traje rojo y luciendo su abundante barba blanca. Nicolás murió en Mira (hoy Turquía) entre los años 345 y 352. Sus restos descansan en una iglesia católica de la ciudad de Bari, Italia. Allí fueron llevados luego de la invasión musulmana de Turquía, por está razón se le conoce como San Nicolás de Bari.
Con el tiempo la historia se fue convirtiendo en leyenda y su nombre ha cambiado parcialmente, los alemanes lo empezaron a llamar Santa Claus por el origen de su nombre en alemán, San Nikolaus. Pero la leyenda que fue contada de generación en generación caló en los Estados Unidos, cuyos habitantes crearon la figura del Papá Noel o Santa Claus como se le conoce actualmente y fue sumado como una figura comercial dentro de la celebración navideña.
La fiesta comercial apunta que el lugar de residencia de Papá Noel es en el Polo Norte de la región escandinava de Finlandia, ¿Cómo pasó de vivir en los valles de Licia, Turquía al Polo Norte? No se sabe. Tampoco es claro porqué de recorrer las calles con un burro, este resultó montando en un trineo de renos. Los mismos intereses comerciales de la navidad, apuntan que Papá Noel tiene esposa, la señora Claus y se supone que el original era célibe por su condición de sacerdote. Todo es folclor navideño ordenado por los grandes intereses comerciales de empresas del hemisferio occidental.
Foto. Esglesia Barcelona