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Portear a mi bebé, una herramienta para seguir explorando el mundo

Había pasado casi una semana desde que Mihail vino al mundo, tuve una cesárea de emergencia, por lo que no estaba para nada preparada para el dolor que representaba la recuperación. Así que tanto mi mamá como mi pareja me ayudaban a cargar al bebé para que yo no hiciera fuerza, mi principal tarea era dar teta -actividad nada menor teniendo presente que compromete mi energía y mi sueño-; pero, recordaba que era mejor empezar a portear desde que estaba recién nacido, para que no hubiese riesgo de que no le gustara. Efectivamente, mi bebé protestaba cuando lo ponía en el fular, así que opté por iniciar el proceso cuando estaba dormido y allí permanecía lo que durara su siesta, durmiendo plácidamente. Luego, cada vez que me veía enredándome en esa tela, sabía que ya venía la hora de pasear y sonreía mientras movía sus manitos con excitación.

Para Carlos González, autor del libro Un regalo para toda la vida fue precisamente a través del porteo que se lograba una alimentación a libre demanda, una práctica que se recomienda a las madres que pueden y/o deciden dar teta, que busca priorizar que el bebé coma cuando desee y sienta hambre y no con horarios estrictos como se recomienda actualmente. También, ahora, se le advierte a las cuidadoras/es  de no cargar tanto a los bebés para no malcriarlos.

El porteo se le llama a la práctica de tener a tu bebé cerca de tu cuerpo -o de quien lo cuida- y aunque parece una moda reciente, -como me dijo mi suegro cuando miraba el portabebé que compré hace poco-, en realidad es una  acción ancestral, de los tiempos en que todavía la humanidad era nómada. La necesidad de moverse de un lado a otro se facilitaba si el bebé se llevaba colgado, especialmente en el pecho para garantizar la alimentación de las y los infantes. 

Antes de que Mihail naciera, empecé a leer ese libro y a documentarme sobre otras necesidades inmediatas del bebé: comer y dormir principalmente. Porque al ser una mamá primeriza no quería entrar en crisis con cualquier llanto que no pudiese explicar, especialmente cuando estuviera sola en casa. Así funcionó, me gusta mínimamente tener el control haciendo buen uso del conocimiento, lo que en palabras de mi hermano fue “usted hasta para ser mamá es cuadriculada”. El caso es que desde ahí tenía claro que quería portear todo lo que pudiese a mi bebé, y pese a estar adolorida, mi niño bonito empezó a acostumbrarse a estar pegadito a mí a través del fular -una tela como de dos metros que se amarra de tal forma que el bebé queda pegadito a tu pecho-, pero por supuesto durante el primer mes las siestas diurnas eran ahí y/o en mis brazos, hasta que empecé a enseñarle a dormir en la cuna.

La primera semana de octubre se promueve la Semana Internacional de la crianza en brazos que busca recordarles a madres, padres y cuidadoras, que atender las necesidades inmediatas del bebé desde la cercanía, promueve un apego saludable y evita que crezcan con carencias afectivas y/o una creencia de no poder ser amado. Por ello la Organización Babywearing International ha trabajado para que el porteo de bebés sea una práctica mundialmente aceptada y esta fecha sea acogida por diferentes países.

Así inicié, en la búsqueda de fortalecer el vínculo con mi bebé y que se sintiera siempre seguro, como lo recomendó un estudio publicado en la revista Pediatrics en donde Hunziker y Barr además evidenciaban  estos beneficios principalmente en los primeros cuatro meses de vida, comprobando también que disminuye el llanto. En un primer momento, lo porteaba en las siestas de la mañana, hasta que apareció el concierto más grande -y estresante para mí, debo aceptar- en horas de las tardes, literalmente Mihail lloraba sin control. Esta etapa de los bebés la llaman la hora bruja, y es que ellos acumulan cansancio durante el día, aumentan sus niveles de cortisol y aunque tienen sueño, están sobre estimulados -dificultando el poder dormirse- y estas sensaciones nuevas para ellos y ellas, se traduce en la única forma que tienen de comunicarse: llorar. La Organización Mundial de la Salud también explica que el contacto piel con piel permite que los bebés regulen sus emociones, su ritmo cardiaco -se calmen- y su temperatura, e inclusive tiene buenos resultados para  quienes nacieron con bajo peso.  

Ahí siento que empezó a cambiar mi mirada del porteo, ya no era una cuestión de “quiero únicamente fortalecer el vínculo” con mi bebé, también se convirtió en una herramienta súper útil para mi, que estoy viviendo mi maternidad en medio de un proceso migratorio, y aunque mi mamá me acompañó un tiempo, tuvo que regresar a Colombia, por lo que el cuidado sin un gran círculo y con mi pareja trabajando largas jornadas, es súper retador. Por supuesto el lazo con mi bebé se iba fortaleciendo -y no solo gracias al porteo-, para algunas personas el llamado de ser padres o madres inicia mucho antes de la gestación, otras lo sienten en el momento exacto en que se enteran del embarazo o al nacer, para mi fue un proceso progresivo desde que entré en shock cuando vi la prueba de positivo, y luego todo fue sucediendo, primero con cada patadita, luego con cada sonrisa al despertar, su tranquilidad y sueño profundo cuando está pegadito a mi, entre otros hermosos momentos que voy atesorando, y que por supuesto también guardo en fotografías -no estoy tomando foticos en campo, pero sí retrato las memorias más lindas de mi vida- hasta el punto de tener colapsado mi celular. 

Los primeros meses de vida del bebé los doctores lo llaman el cuarto trimestre, solo que en vez de estar en la barriga de la persona gestante, está viviendo su vida ultrauterina. Hasta hacer popó lo están aprendiendo, y por ello una preocupación de muchas familias son lo que llamamos cólicos del gestante, porque el llanto que precede a hacer del cuerpo, se asocia con dolor. Según la Sociedad Argentina de Pediatría la disquecia del lactante es un trastorno digestivo funcional autolimitado y transitorio producto de una incoordinación en el mecanismo de evacuación; básicamente entre más pujan, menos relajan su suelo pélvico para finalmente terminar la tarea. Y para esto, el porteo suele ser maravilloso, están en posición vertical tipo ranita, presionados junto al cuerpo de quien los carga, y así es más fácil adelantar este proceso biológico y por ende, disminuir los lloriqueos.

Pero el que mi bebé se calmara en el fular al salir a caminar, que no sufriera mucho de cólicos o que incluso se siguiera evitando el riesgo de plagiocefalia (cabeza plana) por estar mucho tiempo en una posición, no fue en realidad lo que más puedo recomendar del porteo, es la posibilidad de tener un poco de autonomía. Digo que un poco porque cuando te conviertes en madre tus rutinas cambian, casi cualquier cosa que yo haga puede afectar las siestas del bebé, o representan todo un reto al elegir espacios adecuados que no representen un riesgo potencial para un ser que todavía no tiene un sistema inmunológico fuerte.

El porteo me permite tener las manos libres para hacer algunas tareas diarias, para comer aunque el bebé termine con comida en la cabeza, y sobre todo, para no quedarme aislada del mundo y casi obligarme a tener una caminata diaria sin sufrir sacando ese coche en un bloque de apartamentos que no tiene ascensor. El coche por supuesto es un alivio para mi espalda, pero solo lo usamos si estamos acompañadas, sino, mi bebé y yo nos vamos bien pegaditos cual exploradoras a caminar todo lo que me permita mi energía, a veces suficiente para que se quede dormido por el movimiento, otras veces solo para cambiar de rutina.

Recientemente le dije adiós al fular -aunque todavía lo tengo a la mano-, y le dije hola a un portabebés prearmado ergonómico. Lo bueno de esa larga tela que se ajusta a tu cuerpo y al tamaño del bebé, es que en tiempos de invierno-primavera, potenció el calorcito que necesitábamos, pero en tiempos de verano, para él era como ¿qué te pasa mamá, no ves cómo sudo? Así que creo que los dos lo estábamos odiando, pero yo me rehusaba a querer probar otras opciones. Hasta que un día, mi amado hijo me hizo pasar el momento más estresante de mi vida cuando estaba en el centro comercial donde suelo comprar sus pañales. Tenía calor el pobre y empezó a llorar para que lo sacara y por supuesto no quería volver a estar ahí y yo no me imaginaba caminando toda esa distancia regreso a casa con él en mis brazos. También el problema es que cuando retiras al bebé, el fular a veces se desarma, además que el nudo al frente es incómodo si lo tienes en brazos. Así que, ahí estaba yo, tratando de desenredarme de esa tela que me tenía atrapados hasta los pies, mientras Mihail gritaba como loco y la gente me miraba, -ya de por sí me miraban porque en estos cuatro meses no he visto a nadie usando fular, solo cargadores prearmados, y realmente es más común ver a las y los cuidadores con coche-, al final pudimos llegar a casa y no tuve ganas de salir unos días.

No en todos los países el porteo está normalizado en gran parte de los hogares, quizá en América Latina o en África tenemos a favor que históricamente hemos visto a los pueblos indígenas y a las y los campesinos con los infantes colgados en el pecho o en su espalda con telas, cestas o material tejido por ellos y ellas. Muchos de estos fulares o maletas ergonómicas están llenos de colores vibrantes que identifican nuestras tradiciones pluriculturales. En Europa se suele priorizar “la elegancia”, así que hay diversas opciones incluso que certifican la calidad de la ergonomía, pero especialmente en colores grises, negros y cremas. Por cierto, aunque cada vez hay más padres que se animan a portear, sigue siendo una acción que se le asigna a las mujeres

Luego del episodio en el centro comercial, lo que me llevó a tomar la decisión de buscar otras opciones de porteo, era que con el peso de Mihail -ni la época de mochilera cargando tremenda maleta me preparó par esto- ya se empezaba a escurrir mucho del fular y no guardaba la forma de “M o ranita” que deben tener sus caderas y piernitas. Y como todo, después de que te lanzas a ello, te das cuenta que en realidad amas el cambio. Ahora mi hijo y yo seguimos recorriendo Bucarest, disfrutando del cambio de estaciones, pero también contando los días para ir a nuestra otra casa -Villavicencio- en un cargador gris que distribuye muy bien su peso, el cual podrá usar hasta sus cuatro años, siendo un alivio para mi espalda mientras que a él le permite seguir conociendo el mundo mientras escucha los latidos de mi corazón que le generan tanta paz.

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