Por: Manolo, el hijo bastardo
Era jueves.
La brisa galopaba los tejados
del barrio Las Colinas de Villavicencio.
Las casas se movían
como si la ciudad entera
estuviera bajo los efectos del LSD.
Los niños volvían a sus hogares,
dando saltos de campana.
La luna era una gran lámpara
de luz callejera.
Iluminaba a los amigos,
guiaba a los que fumaban cigarrillo…
Y es que la niebla de Villavo
es un mar oscuro
que te hunde en un miedo tangible.
Daba asco esperar así la muerte.
En un caserío gigante
que se contraía cada vez más
hacia su propio núcleo.
¡A punto de explotar!
Como si no hubiera salida de allí.
Como si sus habitantes no tuvieran salida de allí.
¡Qué desespero Villavo a veces!
Tirano de cemento
que te estrangula
con su llano eterno.
Todos los poetas que he conocido
quisieran estrangularlo.
Para ver si se ahogan sus ciudadanos
en su verde manto.
Ahora hablo de sus árboles,
ceiba y almendros
que cubren el pavimento.
De sus hojas secas
que nos soplan en verano.
De sus troncos
que atraviesan los rezos
de los llaneros.
De sus raíces que se enconan
en el Guatiquía
hasta inyectarse en las venas
de las personas.
Así recorre la brisa a Villavicencio,
sus distintos barrios,
pícaros y paganos,
chocan entre sí
buscando un símbolo patrio.
Villavo, Villavo,
amo de cuanto sueño se ha apagado.
Bajan los buses por tus calles
como muertos resucitados.
En las cordilleras está el límite de tus ataúdes
Y se extiende entre el amanecer
el delirio de los más santos.
Cuando llegan las ocho en punto
todo el mundo
queda inerte,
como en un viaje aletargado.
Ya la brisa no corre
y la madrugada es un incierto.
En Villavicencio no existe el futuro.
Todo es furor, todo es presente
La gente es propensa a morir
en medio del trabajo o luego de un desamor.
Como si Dios usará a la ciudad para un experimento.
Para matar cuanto cristiano escupa al cielo.
Algunas son muertes crueles y otras más heroicas,
en el periódico salen al otro día,
anunciando que el vecino de al lado fue quien murió.
Y todos se alegran y con mil pesitos
compran el dolor del vecino
envuelto en páginas coaguladas.
Cuando comencé a escribir esto
era jueves.
Tal vez hoy
ya es viernes.
Villavo, raza de centauros,
Tcon sus patas todo van a acabando.
Las lanzas no les alcanzan
ya ni para rascarse la espalda.
Villavo te has consumado
en un vicio del que no saldrás.
Aquí esta otro de tus hijos
Caótico como tus ríos
escribiendo tus olvidos
contra una mohosa pared.
Con mi pluma
podría blasfemar tu sabana,
tu laguna y tus palmas,
mientras algún villavicense
muere de placer o sobredosis.
Podría ahorcarte en una sinapsis
pero no le haré eso a las garzas.
Negras, rojas y blancas…
Es lo único bello que le queda
a nuestras pobres almas.