En Colombia hay más de 82.000 personas dadas por desaparecidas, según el Observatorio de Paz y Conflicto y el CNMH, aunque la UBPD oscila a más de 100.000 según su rastreo de datos. En un contexto amplio hay miles de familias buscando sin cansancio a su ser querido, que un día sin previo aviso no pudo regresar a casa, no pudo cumplir sus sueños, no pudo darnos su humanidad. Sin desconocer el trabajo de padres, hijos, hombres buscadores, que han dejado ir su vida en la búsqueda misma, las mujeres han sido las lideresas en este proceso angustioso de buscar al ausente. En un contexto patriarcal, donde la mujer es la cuidadora, trabajadora, formadora y tiene mucha más carga en cuanto al hogar y lo social, ellas han luchado en contra de esto, de sus sentimientos, del Estado que desconoce la realidad de las víctimas, de la indiferencia, de los reproches, del dolor.
Pese a las fracturas que genera el tener a un familiar desaparecido, la fuerza de las mujeres buscadoras en el país es tan admirable que transgreden la ausencia misma, para no solo indagar o investigar desde el silencio a escondidas, sino construir en base a su dolor y a lo perdido, procesos ciudadanos en los que se construye memoria histórica, memoria colectiva.
En el contexto de la búsqueda, de darle un significado colectivo a la falta del ser amado, las mujeres han tejido en sí mismas y entre ellas, realidades que desconocemos. Ellas aprenden leyes, derechos humanos, traducen los sentimientos más inquietantes y amargos, en lucha y resistencia constante, en amor. Se convierten en mediadoras, actrices, artistas, relatadoras, talleristas; por ellas, serían miles de cosas, con tal de proteger la dignidad de sus familiares, sus memorias y sobre todo, aportar al encuentro de su ser querido.
Además de darse a la tarea diaria de recorrer fiscalías para una respuesta optima, de encarar a jefes paramilitares, excombatientes de las FARC o al ELN, feminicidas y demás; ellas recorren los territorios, a lomo de mula, caminando, con deficiencias graves de salud, pero que no son impedimento para cavar, caminar, correr, no perder la esperanza de que la madre tierra, en sus montes, selvas, ríos, les permita encontrar al invisible social porque pese a todos estos esfuerzos, enfrentan un monstruo particular, silencioso, casi “indoloro” como lo es la sociedad. La indiferencia y la negación, según miles de mujeres, es otra forma de desaparecer a ese ser que aman. Los insultos, las frases nefastas como “¡Quién sabe por qué lo/a desaparecieron!” “¡Fijo era guerrillero/a o paramilitar! “¡Quién sabe con quién andaba! y otros eufemismos, que no solo destruyen a las madres y mujeres buscadoras, si no la dignidad y la humanidad de la persona que desapareció.
Los retos son diversos, amplios y no respetan clase social o contexto. No respetan el dolor, ni el caminar extenso y difícil para poder encontrar a alguno de los 100.000 desaparecidos del país. Aun así, la resistencia infinita en medio de toda la indiferencia y el desosiego, es más fuerte que todo el sufrimiento en conjunto. No hay mejor enseñanza de amor, que lo que hace cada una de las buscadoras de este país por marcar un precedente que nos enseña a no olvidar, pues no está permitido cuando el conflicto abrazó sin piedad a todo el territorio colombiano.
Les dejo una frase poderosa que encontré en un cuaderno de memoria, de una madre que lleva más de una década buscando a su hijo. Ella es Nidia Mancera y busca a su hijo Deiber Castaño Mancera, desaparecido en Villavicencio – Meta, hace más de quince años. “Si tú no ardes de amor, el mundo morirá de frío”.
*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.