Mayda Roldán Velazquez, nació en el municipio de Restrepo, Meta, hace 35 años. Recuerda haber vivido parte de su infancia en Cumaral, que está a media hora de su lugar de origen. Desde esa etapa temprana y mientras crecía junto a su hermano, un año mayor que ella, se vio permeada por las normas sociales de género, pues notó que había cosas que él sí podía hacer, pero que ella no porque no estaba bien visto.
Sin embargo, asegura que tiene a los mejores padres del mundo, pues cada uno se encargó de hacer todo lo posible por el bienestar de su familia. También tiene tres hermanas, una está cursando su carrera universitaria en medicina, la otra en veterinaria y la más pequeña, de 11 años, aún está en la escuela.
Pasa sus días, -cuando no está trabajando incansablemente por las mujeres del Meta- al lado de su esposo, a quien describe como un hombre maravilloso que se ha deconstruido para adaptarse a las nuevas masculinidades, entendiendo a la mujer como una compañera de vida sobre la cual no puede ejercer un rol dominante. Fruto de este amor, nacieron sus hijos, Nicolás hace 11 años y Celeste, hace 11 meses. También disfruta sus tiempos libres haciendo deporte, ejercitándose en el gimnasio o al aire libre, o leyendo sobre alimentación holística.
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Esta mujer de 1.63 metros, estudió psicología en la Universidad Cooperativa de Colombia e hizo un posgrado en Derechos Humanos en la Escuela Superior de Administración Pública. Durante su vida laboral ha estado inmersa en todo lo que se relaciona con gestión social. Desde hace cuatro años trabaja como coordinadora en la sede del Meta de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (Limpal), ayudando y empoderando a féminas en distintas zonas del Meta para que puedan vivir una vida libre de violencias. Considera que este es su mejor trabajo porque le permite dialogar con comunidades -especialmente mujeres- y a su vez, comprender y empatizar con sus vivencias y experiencias. “Siento que cuando trabajamos con las mujeres, estamos trabajando por una sociedad y estamos trabajando por el mundo y por la igualdad”, afirmó.
Hacer acompañamiento a las mujeres en el Meta, y ver cómo surgen procesos consolidados, se ha convertido en un logro invaluable y piensa seguir replicándolo, porque así puede aportar a “romper círculos de violencia y tejer esos hilos rotos que la violencia machista les ha dejado a las mujeres”. Por eso, su mayor orgullo son las organizaciones a las que les ha estado haciendo acompañamiento desde Limpal, y las cuales se encargan de trabajar por la reivindicación de los derechos de las mujeres en sus territorios.
“Creo que cuando combinamos la academia con el trabajo comunitario y aprovechamos los conocimientos de las mujeres, surge un maravilloso resultado”, por eso tiene un afecto especial por Chocolate entre amigas en Mesetas, la Veeduría de Mujeres en Vistahermosa, la Colectiva de Mujeres Enredhadas por la Paz, la Memoria, y la Vida sin Violencia y la Red Departamental de Veedurías de Mujeres del Meta, procesos en los que ha atestiguado el trabajo comunitario y la sororidad encaminado a un bien común.
Gracias a Limpal, a las estadísticas de violencias basadas en género y a la falta de oportunidades laborales para las mujeres, ha desarrollado y fortalecido su postura como feminista. Ha percibido el movimiento, no como una doctrina sino como una percepción subjetiva, “porque cada una vive el feminismo a su manera”. De esa forma, ha procurado apoyar las decisiones de las mujeres, más allá de las que la sociedad impone dentro de los roles tradicionales.
“Las desigualdades que existen entre nosotras limitan nuestra participación en espacios políticos pero también nuestro desarrollo y proyectos de vida”.
De hecho, considera que estos roles limitan la presencia de las féminas en escenarios que socialmente están pensados para hombres: “Las desigualdades que existen entre nosotras limitan nuestra participación en espacios políticos pero también nuestro desarrollo y proyectos de vida”. Y existe un flagelo derivado de la desigualdad de género que es aún más preocupante: feminicidios.
Culpa a la cultura machista y patriarcal, una construcción social que ha concebido las relaciones entre hombres y mujeres dándole un rol dominante y posesivo al género masculino sobre el femenino. De hecho, el investigador Alfredo Tecla Jiménez, asegura en su libro Antropología de la violencia, que ésta última no es innata sino aprendida, y que por ende, es consecuencia de ciertos tipos de relaciones, es decir, el hombre es educado, adiestrado y acostumbrado en y para la violencia, la cual influye en la conciencia de dominio y servilismo que tiene que ver con el poder.
Pero no solo el machismo es el culpable. Mayda considera que las instituciones del Estado también tienen responsabilidad por la violencia basada en género que no cesa en el país. Aunque reconoce que la Ley 1257 del 2008, que abarca normas de sensibilización, prevención y sanción de formas de violencia y discriminación contra las mujeres es un gran avance; hace una crítica a la forma en la que las entidades se acostumbraron a actuar sobre el daño en vez de la prevención. Un caso que cabe recordar es el de Leidy Tatiana García, una joven que el año pasado había denunciado ante la Fiscalía a su cónyuge por haberla agredido con un martillo, pero a la que no se le aplicó una ruta de atención adecuada para prevenir la tragedia anunciada. Duró un mes desaparecida, hasta que su expareja confesó haberla asesinado y enterrado cerca del río Guatiquía.
Leidy fue una de las pocas mujeres que se atrevió a denunciar a su agresor, pero como se esperaba ante la inoperancia de las instituciones, su muerte predicha no se evitó, y es por esta falta de respuesta que las féminas, según Mayda, no se animan a denunciar, lo que ha generado una necesidad de acompañamiento por parte de las veedurías a las víctimas que necesitan ser escuchadas y protegidas. “Sin embargo, no existen hogares de refugio, ni medidas de atención, porque el Gobierno Nacional ha establecido unas normas que no se adaptan a la realidad de los territorios, lo que hace que las alcaldías y las gobernaciones actúen de manera ineficaz ante las denuncias de violencias basadas en género”, afirmó.
Es por eso que la solución que encuentra más pertinente para acabar con este flagelo es la educación. “¿Qué hay que hacer para acabar con la violencia de género? Educar en derechos, en igualdad, en la no discriminación. Educación, educación y educación, no hay otra palabra, y esta educación debe permear todas las esferas: personal, laboral, familiar y escolar”, afirmó Mayda.
Esta mujer que se inclina por los colores rojo y negro, sueña con seguir ejerciendo su mayor pasión, el trabajo comunitario al lado de las mujeres, y aunque anhela seguir haciéndolo de la mano de Limpal, lleva en su corazón a cada una de las organizaciones que ha estado acompañando, por eso le cuesta definirse cuando le preguntan a qué organización pertenece.
También desea ayudar a construir una sociedad en la que su pequeña Celeste, pueda vivir y decidir sin cuestionamientos ni señalamientos enmarcados en roles de género. Esto se ha convertido en motivo para proponerse regresar a la academia y fortalecer sus conocimientos, con el fin de enseñar, no solo a su hija, sino a las mujeres en general, sobre sus derechos y como reivindicarlos. Por eso se declara amante de la música de Carlos Vives, porque sus letras y melodías le recuerdan la belleza de Colombia y le llenan de esperanza de que en el país, las cosas pueden ser mejor.
Concluye enviando un mensaje a quienes están siendo víctimas de violencia basada en género, recordando que lo esencial es empezar por la cero tolerancia, porque ésta es inadmisible y para que no se siga replicando, se debe denunciar. Es así que, sueña con que todas las colectivas de mujeres trabajen unidas reconociendo la diversidad y el potencial que hay en todas y cada una. Dice que para lograrlo, es necesario aludir a una consigna que representa su lucha y la de sus compañeras: “Resistir, persistir, insistir y nunca desistir”.