Entre 1996 y 2008 se presentaron el 75% del total de víctimas del conflicto armado colombiano, lo que asegura que la agudización llegó a tal punto que en una década el número de afectados superó con creces todos los máximos históricos de la guerra que el país viene enfrentando desde los años 60s. Las huellas de la guerra se acentuaron cuando los enfrentamientos empezaron a darse en las comunidades, en las veredas, los corregimientos y las poblaciones; los enfrentamientos entre las partes dejaron de ser un asunto de las montañas, sabanas y regiones apartadas, la guerra llegó con toda su fuerza y los disparos constantes se dieron en las esquinas, en las canchas, en las calles y en los lugares habituales de residencia de millones.
La mayoría de estas poblaciones compartieron aspectos en común: pobreza, abandono estatal, corrupción e injusticia social. El impacto del conflicto no solo se estaba dando entre los afectados directos, también se gestó un trauma social que fue pasando de generación en generación. Las masacres paramilitares, el secuestro practicado por las FARC EP, las tomas guerrilleras y el bombardeo de comunidades, marcaron años de tragedia que desbordó las capacidades estatales. El desplazamiento interno y los miles de migrantes que huyeron de Colombia son dos de las muchas consecuencias de una década de horror.
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Informe final de la Comisión de la Verdad: la Colombia Herida
En medio de la confrontación surgieron procesos de resistencia popular para la defensa del territorio y los Derechos Humanos. El Informe Final de la Comisión de la Verdad da cuenta de cientos de historias de aquellos defensores o sus familiares que sobrevivieron para narrar sus historias a lo largo del conflicto, especialmente en la década que al inicio de este escrito se menciona. Fueron más de 50 encuentros por la verdad realizados con campesinos, indígenas, afrodescendientes, exiliados, poblaciones de frontera, población estudiantil, víctimas del secuestro, de tomas guerrilleras, de violencia sexual, entre muchos más actores.
Ese diálogo creado de manera vinculante con las víctimas no resuelve los problemas o los desaparece, pero ayuda a restablecer lazos de confianza. Nace una pregunta fundamental, ¿es el sufrimiento de los otros también el nuestro? El informe de la Comisión de la Verdad sostiene que las heridas individuales trascienden el cuerpo y perfora el alma colectiva. Los rastros de la guerra desaparecerán de la memoria colectiva en muchos años, las historias de padres asesinados, de despojo de tierras pasan de generación en generación. El legado de la Comisión de la Verdad también debe ser visto como un esfuerzo de comunicación intergeneracional, un vaso comunicante para dialogar con las nuevas generaciones con relación a los errores del pasado y la construcción de herramientas sociales y políticas que garanticen la no repetición.
La Comisión de la Verdad conoció de casos en los que la partida de nacimiento de miles de niños, hoy adolescentes o adultos, fue cambiada en su momento para evitar los estragos del estigma que acarreaba los territorios en disputa. El origen de una persona es una de las preguntas fundamentales que se hacen durante la vida, para muchos colombianos y colombianas, la respuesta puede variar de acuerdo de quién esté haciendo las preguntas. Eso también forma parte del desarraigo.
Múltiples casos recogidos por la Comisión narran hechos sufridos por los mismos relatores, o por sus antepasados más cercanos que, en todo caso, muestran algo en común: violencias consecutivas y resultados para las nuevas generaciones. Ese impacto de la guerra no solo es por los hechos de violencia en concreto, también lo son por la impunidad, la indiferencia de la sociedad y el silencio. Al mismo tiempo, no se puede desconocer que, a pesar del abandono a las víctimas, estas se organizaron y se mostraron ante el país durante muchos años en movilizaciones en las que buscaron reclamar sus derechos. Así mismo, desde diversos espacios organizativos promovieron y buscaron visibilizarse. Esa lucha también hace parte de las experiencias recogidas por la Comisión de la Verdad.
La salud mental es un tema poco explorado por las narrativas de medios de comunicación, por líderes políticos y por la institucionalidad. Años de horrores a la población civil dejan secuelas, algunas de por vida. Muchos relatos contienen sentimientos de culpa, como el haber sobrevivido y el ser querido no, como el haber abandonado la tierra y no haber resistido más tiempo y como el vivir lejos, en lugares en donde no hay identificación con la cultura, con el clima y los elementos que conforman un territorio; la inexistencia de arraigo. Esto se suma a los múltiples traumas generados por la violencia, las ausencias y la sensación de dolor que no cesa.
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Informe final de la Comisión de la Verdad: la Colombia Herida II
Víctimas de tortura recuerdan la angustia de creer que los matarían, la sensación de ojos vendados y el dolor físico parece que la mente se los recrea en el presente. Las y los exsecuestrados tienen presente las humillaciones, la precariedad de esos momentos y las dificultades que tuvieron que sortear en las selvas, montañas, encadenados o confinados en agujeros. Muchas víctimas siguen experimentando episodios de estrés, soledad, miedo y ansiedad a pesar que el tiempo ayuda a manejar el dolor, pero en ocasiones lo agrava o lo cronifica como sostiene el informe de la Comisión de la Verdad.
“El tiempo cura las heridas, pero no borra las cicatrices”, es una de las conclusiones dentro del Informe Final de los relatos del campesinado a la Comisión de la Verdad.
*Esta campaña se realiza con el apoyo del Instituto Colombia-Alemán para la paz -CAPAZ.