“Me acuerdo de verle la cara a mi papá, él no podía ni hablar y estaba absolutamente desesperado. A él siempre lo vi como la persona fuerte, el líder de la casa, la máxima autoridad de mi vida, y verlo dudoso, inseguro, flaqueando, sin saber qué hacer, eso lo golpea a uno. Después ver a mi mamá destruida porque me tenía que dejar y ver que se la iban llevando, verle la cara a ella de angustia, eso a mí me revuelve todo. Sinceramente, fue el momento más doloroso. De resto, la memoria que tengo es de shock, uno queda como en blanco: no entiendes, no sabes para dónde vas, te da miedo dar un paso”. Este testimonio de Juan David cuando el ELN realizó el secuestro masivo en la iglesia de La María, en el sur de Cali, es el último recuerdo de sus padres vivos, desde ese momento su vida estuvo marcada por la orfandad.
Juan David relata a los investigadores de la Comisión de la Verdad que recuerda el rostro de su padre, esa mirada de desespero ajena a la de un hombre fuerte, líder en su hogar y comunidad y una autoridad, así que verlo con esa expresión ponían una carga adicional en Juan David. Instantes después fue el rostro de su madre que se quedó clavado en su memoria, ella estaba angustiada, abajo del camión estaba su hijo y ella de alguna manera le decía con la mirada que nunca volverían a verse. Esos dos rostros son el recuerdo que le quedó a ese niño y hoy un adulto que vive con cargas y duelos no resueltos.
Después del secuestro, las personas que fueron dejadas y/o liberadas en esa zona, entre ellos Juan David, se tuvieron que enfrentar a los intensos combates entre la guerrilla y el Ejército. Durante horas las ráfagas, las balas que pasaban silbando por las cabezas, las detonaciones y el griterío de la gente que iba para un lado y para el otro, fue la historia siguiente que quedó grabada tras ver a sus padres por última vez.
Tras los combates Juan David fue llevado al batallón Pichincha, en donde varias horas después fue entregado a unos tíos. En muchos casos los niños, niñas y adolescentes sufrieron el secuestro de manera indirecta, sus padres desaparecieron tras ser secuestrados y no los volvieron a ver, otros fueron retenidos y en poco tiempo liberados y están los que sufrieron este flagelo de manera indirecta.
Según las cifras de la Comisión de la Verdad, en el 1999, el mismo año del secuestro masivo de La María, hubo en Colombia 4.438 casos de secuestro, una media de 14 eventos al día y de este total 476 niños, niñas y adolescentes fueron las víctimas inmediatas. Las FARC y el ELN los mayores perpetradores. Adicionalmente, entre 1990 y 2018, hubo 50.770 casos, en los que hubo menores involucrados y en donde en su totalidad afectó de manera indirecta a menores, como hijos, hermanos, nietos o sobrinos. De ese total en esa escala de tiempo, más de 6.000 de estos tuvieron como víctimas directas a menores de edad, lo que equivale a una media de 200 casos al año.
En este apartado la Comisión de la Verdad reflexiona en cuanto a la definición y tipificación del delito, en el cual se menciona al DIH, la legislación colombiana y a las sentencias de la Corte Constitucional. En todas estas se habla de un delito en su gran mayoría con fines extorsivos, pero no se refleja nada con relación a la gravedad de secuestrar menores o de marcar una distinción práctica que agrave el flagelo y la correspondiente sanción.
Las mismas FARC tenía el secuestro como una acción autorizada y reglamentada en su normatividad como figuraba la “ley 002 del 2000” para recaudar un impuesto del 10% a personas con patrimonios superiores a un millón de dólares. Adicionalmente, desde 1993, esa guerrilla contemplaba el secuestro también como una forma de castigo físico para empresarios que se negaban a pagar las extorsiones. En todo caso, el secuestro no solo afectó a los más adinerados del país, en miles de caso hubo involucradas personas humildes, ya que el secuestro también fue con fines políticos.