Huir a las periferias de Villavicencio, la única opción de una joven indígena de Mitú

Una tarde que esperaba fuera de deporte y diversión con sus compañeros y compañeras del colegio, se convirtió en un encuentro inesperado con las Farc. Desde entonces tuvo que huir para no terminar siendo parte de sus filas. 

Liz Vanessa Arango es habitante de la vereda Parcelas del Progreso, llegó a Villavicencio hace siete años desplazada forzosamente de Mitú, Vaupés, lugar donde nació.  A sus 17 años, en época escolar, esperaba encontrarse con un lugar amplio y despejado en el cual hacer diferentes deportes junto a sus compañeros y compañeras del colegio, pero en vez de eso, se topó cara a cara con un grupo armado, el cual reunió a las y los estudiantes allí presentes, quienes estaban sin ninguna supervisión por parte de algún adulto o docente. “Pero ellos dijeron que ellos no nos iban a obligar a nada de lo que nosotros queríamos hacer, que solamente ellos querían participar de la actividad que se estaba haciendo en esa comunidad Bocas de Yi”. Y efectivamente, así fue, al lugar llegaron más milicianos para hacerse partícipes de la competencia deportiva. 

“En la noche hubo una tomata de chicha en una maloca”, recuerda. Era para clausurar el evento deportivo. Un comandante se iba a ir en lancha y uno de los estudiantes, ya con los efectos del alcohol encima, decía querer unirse a las filas de la guerrilla, la cual advirtió que, quien se fuera, lo haría bajo su propia responsabilidad. Ella junto a los demás estudiantes intentaron detenerlo, sabían que el joven no tenía la cordura en ese momento para tomar tal decisión. “Ellos meten mucha psicología, como que mire, que allá es chévere, que allá vamos por un ideal”, pero Vanessa sabía que definitivamente ese no era el camino que quería seguir. 

Hacia las 2:00 de la madrugada, la guerrilla partió del lugar, erróneamente pensaron que hasta ahí llegaría su interacción involuntaria con el grupo armado. Pero al regresar al colegio, Vanessa se sintió perseguida: “Empezaron a mandarme anónimos, que sabían quién era mi familia, que yo tenía que dar información”. Y no era cualquier dato, debía indagar acerca de los planes y movimientos del Ejército y la Policía. 

No tuvo la valentía de contarle a sus padres, pues el día del evento deportivo se había ido diciendo mentiras, así que optó por buscar ayuda de la psicorientadora del colegio, recomendándole guardar silencio. Pero no fue así, la profesional dio parte al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), que a su vez avisó al Ejército y este alertó a la Policía. 

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Poco después el ICBF la citó a un cuestionario. Tenía miedo de contestar, no quería que su familia se enterara pero su mamá terminó por darse cuenta, y, contrario a lo que pensó, no reaccionó enojada, sino preocupada por el bienestar de Vanessa. Al final se pactó establecer una vigilancia las 24 horas del día para ella y su familia. Le resultaba incómodo, sabía que a diferentes horas del día la perseguían policías vestidos de civil y tiempo después sus hermanos empezaron a culparla por tener que vivir intranquilos. 

Pero de nada sirvió el esquema de seguridad, a Vanessa la siguieron amenazando, cada vez peor. Llegaron a buscarla al colegio y le dejaron claro cómo morían los sapos, que le dejarían la boca llena de moscas. Fue tanta la presión que decidió volver a denunciar lo sucedido ante el ICBF y este decidió enviarla a Bogotá, donde, siendo menor de edad, estuvo bajo el cuidado de un hogar sustituto durante un año, tiempo en el cual vivió completamente desconectada de su familia para procurar que estuviera a salvo. Aunque estuvo agradecida con quienes la cuidaron en la capital del país, siente que fue un tiempo de retroceso para los planes que tenía en su vida y en el cual tuvo que dejar atrás a su familia y amigos.

Al cumplir la mayoría de edad tuvo que volver a Mitú, pues la protección del ICBF ya no aplicaba en ella y en caso de recibir nuevas amenazas debía acudir a la Defensoría del Pueblo. Aun con los fantasmas del pasado, trató de rehacer su vida y continuar con sus estudios. Sin embargo, la guerrilla aún la recordaba y cada tanto le hacía amenazas en su trabajo como mesera, donde los milicianos fácilmente se camuflaban entre civiles. Le fue imposible terminar su bachillerato en ese lugar y en 2015 decidió trasladarse a Villavicencio, necesitaba salir de allí, más que nada por su hijo Alex, que para entonces tenía cuatro años y deseaba que pudiera estar seguro.

En la vereda Parcelas del Progreso de Villavicencio, las familias carecen de condiciones dignas de habitabilidad. Foto: Camilo Rey #ElCuartoMosquetero

La violencia basada en género fue otro factor que influyó en su decisión de desplazarse: “En Mitú se vive mucho la violencia, no solamente de guerrilla, sino también la violencia contra la mujer”. Ella vivió en carne propia el maltrato físico del papá de su hijo, quien cada vez que llegaba a la casa bajo efectos del alcohol la golpeaba. Según el Sistema Penal Oral Acusatorio de la Fiscalía General de la Nación, entre el 2019 y el 2021, en Mitú se presentaron 76 casos de violencia sexual y 147 de violencia intrafamiliar. Además, en este departamento, durante enero y febrero de 2021 comparado con el año anterior, la violencia sexual contra las mujeres incrementó en 25%y la violencia intrafamiliar incrementó en 37,5%.

Pero al papá de su hijo lo dejó después de llegar a Villavicencio con él para asistir a un bautizo y de paso, conocer la ciudad. No sintió la necesidad de regresar a Mitú y vio la oportunidad de proteger a su hijo quedándose a vivir en la región llanera. Fue así que consiguió un nuevo compañero con el que tuvo dos hijos y quien gran parte de su vida había vivido en la capital del Meta. Juntos se asentaron en Parcelas del Progreso, una vereda ubicada a orillas del río Guatiquía. 

Liz junto a su familia. Foto: Camilo Rey #ElCuartoMosquetero

En esta vereda, aunque su vida pasó a ser más tranquila, se enfrentó a dos inundaciones producto de las fuertes lluvias que desparramaron el afluente sobre varias de las viviendas del sector. Ahora su zozobra no es por la guerrilla o por su exesposo maltratador sino por la naturaleza imponente del río que nuevamente podría arrasar con muchas de sus pertenencias o causar estragos físicos y mentales a su familia. 

Pese a la incertidumbre de vivir a la ronda del río Guatiquía, se siente segura en su hogar actual. Su hijo está estudiando y hace parte del proceso de Reporteritos y reporteritas populares de El Cuarto Mosquetero, donde está aprendiendo a expresarse integralmente en diferentes escenarios, logros que la hacen sentir orgullosa y con la esperanza de que Alex tendrá un futuro prometedor. Anhela que la vereda sea legalizada y que se profundice la unión comunitaria para que sus hijos puedan disfrutar de una mejor calidad de vida, para que esto sea posible, espera que la institucionalidad no deje en el olvido a Parcelas del Progreso. 

Investigación: Camilo Rey y Dayanna Lara

Fotos: Camilo Rey

Redacción: Shirley Forero Garcés

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