Gilveranio Riaño, el gestor cultural que mezcla el arte circense con tradiciones llaneras

La locura del arte es su vida, y lo refleja en cada paso que da, en su vestimenta, su léxico y la forma de construir su cotidianidad. Así se muestra siempre Gilveranio Riaño Zamora, quien ha recorrido las vastas llanuras del Meta durante más de 20 años dedicándose a sumar cientos de obras a su repertorio personal y laboral. 

En la tercer capital más alta del mundo, Gilveranio abrió los ojos fuera del vientre de su madre por primera vez. Estuvo viviendo a más de 2.600 metros sobre el nivel del mar hasta que cumplió un año de edad, luego fue llevado hacia el municipio de Acacías, donde residió hasta que tuvo 10 años. El llano, tierra prodigiosa pero marcada por el conflicto armado, no pudo seguir siendo su hogar, pues cambios familiares, estudios y amenazas de reclutamiento armado infantil lo obligaron a salir de allí, yendo de un lado a otro entre varias regiones del país. En 1995 aprendió a lapidar y tallar piedras preciosas a través de un taller dictado por el Sena en convenio con Coexminas y Texminas en Muzo, Boyacá. Pero su sendero artístico inició mucho antes gracias a la ‘alcahueteria’ de su mamá, quien durante su infancia solía castigarlo comprándole pinturas y privándolo de salir a jugar hasta que no colmara hojas de papel con dibujos llenos del colorido contenido de los recipientes.  

Tres años después de aprender a moldear piedras preciosas, se formó en el Sena de nuevo, esta vez como joyero armador en Bogotá. Allí fue donde empezó su ‘onda’ con el circo. Uno de sus compañeros manipulaba mazas de malabares y Gilveranio, curioso por esos objetos que volaban por los aires y caían una y otra vez de manera coordinada, empezó a practicar. En muy poco tiempo aprendió a realizar malabares y su amigo, sorprendido por el talento innato, le regaló sus mazas. En ese momento, el bogotano experimentó una naciente pasión por el arte circense pero no creyó que años después sería un pilar fundamental en su vida. 

Mientras tanto, se dedicó de lleno a la joyería, asistió a ferias en Chía, Tenjo y Tabio y generó buena solvencia económica, pero no siempre el dinero es sinónimo de felicidad y tras una decepción amorosa, buscó nuevos horizontes en la que siempre había considerado su casa, la capital del Piedemonte Llanero, allí lo esperaba parte de su familia y albergaba recuerdos de infancia. Antes de eso, en Bogotá, siendo parte de un colectivo de arte, había dado sus primeros pasos dentro de la gestión cultural como simple espectador de artistas circenses provenientes de Argentina, Brasil y España que realizaban actos que a sus ojos, eran dignos de grandes tarimas. Ellos acompañaban las actividades de la organización que buscaba fomentar la pintura, danza, circo, entre otras modalidades en diferentes barrios y comunas. Frecuentando esos espacios, Gilveranio se animó a replicar estas estrategias en Villavicencio. 

El reconocimiento de un artista internacional

Pero a su llegada a la capital del Meta, primero se enfocó en elaborar accesorios con materiales naturales, labor que lo llevó a participar en importantes eventos como la Expoartesanías en Bogotá en 2001, representando al llano con su ‘Proyecto Ceiba’. En 2002, participó en la misma feria, esta vez construyó figuras zoomorfas y elementos precolombinos. Pero algo de lo que más recuerda de estos encuentros, es el Seminario Taller para Diseñadores y Artesanos organizado por Artesanías de Colombia S.A. en la Plaza de los Artesanos en el Distrito Capital. En esa ocasión estuvo el famoso diseñador industrial filipino, PJ Arañador como asesor. Esa vez se sentía ansioso y un tanto presionado, pues aunque no era una competencia, comparaba las obras a su alrededor, de hecho, se fijó en una lámpara hecha en totumo con agujeros alrededor que lucía elegante e imponente al lado de los accesorios en los que había puesto hasta el último gramo de creatividad. Entonces se dio palmaditas en la espalda, como consolándose, porque consideraba que su trabajo era ‘humilde’. 

Pero resultó ser todo lo contrario. Arañador, quien ha trabajado para grandes marcas estadounidenses como Neiman Marcus, Macy’s, Target y Bloomingdales, vio en el arte de Gilveranio, un producto prometedor. Era liviano, hecho con curiosos materiales naturales y con capacidad de masificación y diversificación. Incluso le recomendó darle color a sus creaciones con pinturas libres de químicos para mantenerlas netamente artesanales. Estas palabras fueron un tesón alentador para continuar con su empresa -en la que el único jefe y empleado es él-, pero se alejó de estos espacios por recomendación de los organizadores de los eventos a los que asistía sin falta. “Si no va a masificar el producto, no lo queme”, le dijeron. Así que decidió ponerle pausa a este proyecto, pero espera poder estandarizar sus artesanías y convertirlas en una marca reconocida. 

La jocosa tragedia que salpicó al famoso pintor Nadín Ospina

En paralelo con la artesanía que solía vender en las calles de Villavicencio, empezó a realizar malabares, un show novedoso que para ese entonces poco se veía en tierras llaneras. En el día iba por las calles de la ciudad ofreciendo sus accesorios y en la noche recorría bares por el sector de la Grama haciendo actos con mazos, cadenas y fuego. Pero su ansias de hacer arte continuaban diversificándose, así que empezó a rodearse del mundo teatral y en 2003 presentó el performance ‘Eco’, en el X Salón de Artistas de la Zona Amazonía y Orinoquía. El acto buscaba transmitir un mensaje de sensibilización frente a la explotación petrolera que, aún en la actualidad, sigue consumiendo los suelos, contaminando las fuentes hídricas y desplazando comunidades indígenas en Puerto Gaitán. 

La puesta en escena consistió en sacar de la tierra un corazón, -que era en realidad una bolsa con pintura negra en su interior representando el veneno, es decir, petróleo, que daña la naturaleza- y lo apretó hasta estallarlo. Cuando el vinilo salió disparado del empaque plástico, algunas gotas se estampillaron en su cara, pero inocentemente, pensó que no salpicaría al público. Vaya error, entre las y los asistentes, se encontraba Nadín Ospina, el afamado pintor colombiano, que no salía de su asombro mirando su camiseta blanca traída desde Nueva York atestada de manchas oscuras y espesas. Uno de sus ojos también quedó con un parche negro y alrededor se escuchaban murmullos risueños comparándolo con un panda. Este artista que estaba en el evento como invitado especial, era considerado ‘el gran maestro’ pero Gilveranio difería, consideraba que Ospina arremetía de manera burlesca contra las tradiciones ancestrales, pues, dice él, alcanzó su reconocimiento moliendo vasijas de barro indígenas para elaborar figuras basadas en el arte precolombino con personajes de la cultura popular como Mickey Mouse y Bart Simpson. En fin, para esa ocasión, el daño en nombre del arte estaba hecho, pero en los planes del actor nunca estuvo manchar las prendas de nadie, y menos provocar aquel recuerdo bochornoso. 

Los Sikuani como inspiración para su descendencia 

Su profunda necesidad por mostrar los perjuicios del extractivismo petrolero generados a las comunidades indígenas, surgió tras haber convivido durante un mes en Puerto Gaitán junto a las y los Sikuani, aprendiendo de sus tradiciones y lenguaje, empapándose de sus vivencias y experiencias. Aún recuerda la amabilidad y hospitalidad de los aborígenes, de quienes se llevó gratas memorias. Fue tal el arraigo que nombró a sus hijos -de los que tiene la custodia legal desde hace 10 años- con palabras provenientes de esta etnia. El mayor, de 20 años, se llama Yalay, que representa al ‘elegido’ o ‘primogénito’, y la menor, de 15, es Xania, que se refiere a la inquietud por la sabiduría. También tiene a Salomé -nombre que no está relacionado con lo ancestral-, de 11 años, pero vive con su mamá. 

Su arte continuó entre la joyería, la artesanía, los malabares y el teatro, pero luego se sumó el cine. En 2005 dirigió el cortometraje ‘Mitos de Tienda’, que se realizó en el marco del programa nacional Imaginando Nuestra Imagen de la Dirección de Cinematografía del Ministerio de Cultura. El audiovisual fue rodado en Villavicencio y creado desde los mitos urbanos y la sociedad popular. Gracias a este filme, se disipó la rebeldía que tenía hacia las herramientas tecnológicas, creyendo que desplazaban lo tradicional de las artesanías. Pero se dio cuenta de que con esta, surgen otros tipos de expresiones artísticas.

Y precisamente a través de esta diversidad de expresiones artísticas empezó a involucrarse con iniciativas sociales. En 2006 apoyó la creación de la Mesa Humanitaria del Meta y generó obras artísticas frente a problemáticas sociales. La más representativa es ‘Ser Índigo Natural’, que muestra al agua como bien público. La idea estuvo inspirada gracias a una experiencia cotidiana con su hijo. Una vez le compró una caja de témperas, y tiempo después le dijo que no podía pintar más porque se le habían acabado las pinturas, pues solo le quedaban azul, negro y blanco y con eso no podía hacer nada. “Ahh, ¿No?”, le preguntó Gilveriano y para demostrarle que con solo esos colores podía hacer obras magníficas, decidió realizar una exposición con nada más que esos tres tonos, la cual presentó en el Centro Cultural Giovindas y en el Salón de Mapas de la Universidad del Meta. 

Su labor en torno a los Derechos Humanos continuó, ayudando en el 2008, en la creación del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), capítulo Meta y en 2012 trabajó con la Red Departamental de Mujeres del Meta e hizo seguimiento a la formulación e implementación de la Política Pública para las Mujeres con Equidad de Género del Meta; y ese mismo año fue coordinador de la Mesa de Ambiente y Cultura de Paz de la Mesa Humanitaria Departamental. 

El arte es la expresión más humana de todas, en ellas se han reflejado vivencias de siglos de civilizaciones y al día de hoy, permite construir sociedades. Por eso, como gestor cultural, Gilveranio está convencido de la importancia de promover, incentivar espacios de creación y participación, cree fervientemente que el arte es una forma de generar una reparación social. Así es que se ha interesado en desarrollar un trabajo artístico y cultural articulando su inserción en una estrategia social y territorial. Por ejemplo, en 2011 creó la iniciativa Lunarte, mediante la cual organizaba jornadas mensuales artísticas y culturales en el Parque Infantil, donde las y los asistentes compartían y se recreaban con diferentes shows musicales y actividades.

¡Pija Clown!, el grito que dio vida al payaso llanero

En paralelo a estas gestiones, consolidó su pasión por el arte circense con ‘¡Pija Clown!’, una expresión inesperada que surgió de un estado de poco autocontrol. En 2015, estando en un evento e invadido por los efectos propios del vino, empezó a hacer críticas a los paupérrimos pagos que se hacen a las y los artistas, cuestión irrisoria en comparación con lo que suele invertirse en la logística para el montaje de los escenarios, es decir, mientras un artista gana como máximo, cinco millones de pesos; en la organización para un evento, se invierten, por poco, 15 millones de pesos. “Brindemos, ¡Brindemos pero aprovechemos! ¡Pija Clown!”, gritó cuando terminó su discurso, la última frase fue para referirse al típico payaso bufón, a ese personaje aguerrido de la ruralidad que no se calla las verdades. En ese momento recordó la canción del “Campesino embejucao”, pero empezó a imitar el dialecto llanero, o al menos lo intentó con lo poco que conocía. 

De esa experiencia surgió en 2016 ‘Pija Clown Circo Teatro Llanero’, que se estableció como un proyecto a partir de un constante laboratorio de investigación y desarrollo de arte y cultura entre lo tradicional y moderno, contribuyendo a la recuperación del patrimonio material e inmaterial de la nación y de la humanidad, resaltando la identidad regional, el sentido de pertenencia por la cultura llanera y cantos de vaquería, con adaptación al contexto y el lenguaje del espectáculo del teatro circo.

Los protagonistas del show son Chicuako, un caporal hombre que tiene a su cargo el ganado de labranza en una hacienda y Chipola, un veguero que es pescador, sembrador y poco acaudalado, dos personalidades de grandeza y humildad entre viajes y caminos. Es a través de estos personajes que ‘Pija Clown’, busca contribuir al rescate de los cantos de vaquería, es decir, los de ordeño, cabrestero, vela y domesticación, formados por silbidos, gritos, llamados y japeos, voces de los arrieros, todos interpretados a capela en las faenas de trabajo con el ganado. La iniciativa ha participado, con su obra ‘Los viajes de Galón’, en eventos como la Varieté Corocora, el Papayaso, el Festival Internacional de las Artes Miga 2019, el Festival Llanero de Villavicencio 2020, entre otros festivales de teatro. 

Pedronel Suárez, ‘el viejo Galón’, ese hombre que dedicó su vida a enriquecer la cultura llanera y falleció el año pasado, fue quien bautizó a Chicuako e incluso acompañó uno de los performances tras bambalinas interpretando los representativos cantos de vaquería. El público pensó que aquellos cantos improvisados eran pistas grabadas, pero todos y todas abrieron los ojos asombrados cuando Suárez salía tras el telón. De hecho, él fue quien alimentó la esencia llanera de los personajes de ‘Pija Clown’. Gilveranio lloró por tres días su muerte. Pedronel cerró los ojos por última vez el 18 de agosto del 2020 y el arrepentimiento por no haber compartido suficiente tiempo con él aún le corroe. Todavía sigue extrañando aquel aura jovial que acompañaba las obras que con campesinos llaneros, hacen crítica social.

‘Pija Clown’ no solo le ha dado la oportunidad de aprender con grandes personalidades del llano como ‘el viejo Galón’, sino con artistas de talla nacional como el famoso actor, dramaturgo, director, investigador teatral y docente, Andrés del Bosque, quien expresó lo pertinente de su personaje porque el término inglés ‘clown’ significa paisano, campesino, montañero, rústico, y literalmente se traduce en español como: payaso. También pudo compartir con colegas de otras regiones del país. Del 2016 al 2019 estuvo en Manizales, Barranquilla, Bogotá y Cúcuta, respectivamente participando en los Laboratorios Nacionales de Circo mediante las becas de formación otorgadas por el Ministerio de Cultura. En esos espacios adquirió mayores conocimientos para las puestas en escena del colectivo, puliendo cada vez más su actuación. Tal ha sido su compromiso que aprendió a rasgar las cuerdas del cuatro para entonar melodías en honor al llano. 

Más de 20 años inmerso en el trabajo artístico, le han dejado ver los agudos vacíos que existen desde la institucionalidad para garantizar el bienestar de las y los artistas. Reconoce que ahora el arte es más tenido en cuenta en las administraciones municipales y departamentales, pero aún ve un camino estrecho y laborioso, por eso, en 2018 participó en la construcción de la política Pública de Cultura, Artes y Patrimonio para el departamento del Meta, la cual ya fue aprobada y espera que sea debidamente implementada. 

Pero ‘quieto’ no es un adjetivo que defina a Gilveranio, como se ha evidenciado a lo largo de este escrito. Al año siguiente, en 2019, fue parte de la creación del Plan Departamental de Cultura, Artes y Patrimonio, manteniendo la esperanza en que, de esta manera, es posible generar un mayor impacto en pro de quienes como él, abrazaron el arte para construir su proyecto de vida. 

El aporte que ha realizado al desarrollo del arte y la cultura en el Meta es incuestionable y esa sed de construir y edificar desde la creatividad y el sentido social es insaciable, por eso, actualmente es delegado de la región Orinoquía-Amazonía en la Mesa Nacional de Circo y tiene proyectado seguir promoviendo el desarrollo del trabajo artístico y cultural, así como también la conservación y promoción expresiones artísticas y culturales del llano a través de propuestas alternativas a nivel social.

Y es que, a sus 44 años, no recuerda haber hecho otra cosa que no sea arte y cuando ha optado algo diferente la desolación ha calado en cada fibra de su ser. Las críticas por lo multifacético de su trayectoria laboral siguen colmando sus días, así como también los cuestionamientos por participar en los diferentes espacios que se proponen en las áreas artística y cultural desde lo público y lo privado, pero el conflicto más que consigo mismo, es con quienes no comprenden lo diverso de su labor, porque en realidad, Gilveranio la tiene clara: “La locura del arte es mi vida”. 

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