En la vereda Charras, la Comunidad Noble y de Paz Marco Aurelio Buendía, conformada por excombatientes de las FARC-EP, sigue fortaleciendo el tejido social mientras espera el traslado prometido a Boquerón. Entre la incertidumbre y la esperanza, conviven en viviendas provisionales, manteniendo su compromiso con la firma del Acuerdo Final.
La cocina de Jimena* tiene las paredes de tabla pintadas con líneas verdes. Cuelgan tres cucharas, cada una de un color: rojo, azul y naranja. De aretes dorados, desmecha el pollo para el almuerzo mientras el sol de mediodía arrecia contra las casas de la Comunidad Noble y de Paz Marco Aurelio Buendía, ubicada en la vereda Charras de San José del Guaviare.
El polvo de las calles de tierra se levanta y Jimena acelerada voltea las papas, pela las verduras, cocina el arroz. Recuerda que tras la firma del Acuerdo de Paz en 2016, se construyó en este lugar el Antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación -ATCR- entre el gobierno y la comunidad. “Vinieron maestros y gente a trabajar. Se delegaba a cuatro excombatientes por módulo o casa para que trabajaran”.
Antes de esta construcción, recuerda Jimena, las y los firmantes de paz, vivían en unos “ranchitos de plástico”. Cuando llovía se inundaban y cuando hacía sol querían salir corriendo. Para llegar a este lugar desde la centralidad de San José del Guaviare hay que recorrer más de cuatro horas por una trocha que se pone lisa al llover. A este territorio, una sabana que une la selva del Amazonas con los Llanos Orientales, ubicada en el margen sur del río Guaviare, llegaron en el 2016, 156 personas pertenecientes a los entonces Frentes 44, 16, 1 y 39 de las FARC-EP que operaron históricamente en la región.
La comunidad de le vereda, junto a líderes y lideresas del pueblo indígena nukák del asentamiento La Esperanza y la Fundación Hasta Encontrarlos entregaron a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No repetición, en el 2021, el informe “Forasteros sin tierra”. En este texto se evidencia cómo este territorio fue víctima de desplazamiento forzado, desapariciones forzadas y atentados a la vida humana y al ambiente.
Los ATCR se crearon como figura transitoria que estuvieron vigentes hasta el 15 de agosto del 2019. Sin embargo, los espacios continúan concentrando parte de la población firmante de paz y en Charras decidieron nombrarse como Comunidad Noble y de Paz Marco Aurelio Buendía, en homenaje a uno de los comandantes asesinados en 2003.
Transformación social en Charras
Tras la construcción de las casas provisionales de madera y superboard -un material para fachadas a base de cemento-, la vereda se transformó. “Empezamos a formar nuestras familias, a tener hijos, la gente se fue acomodando y comprando sus cositas, una ollita, un platico, una cuchara”, cuenta Jimena. Ella pudo estudiar la primaria y el bachillerato y se graduó.
Mayerly Serrera más conocida como Jaquelina Lozada dice que sembraron árboles, especialmente acacios, que le dieron vida y sombra a la sabana donde estaban construyendo comunidad. Crearon dos viveros: uno pequeño y otro un poco más grande. En ellos pudieron cultivar todas las plantas que están en las calles, en los antejardines de las casas, a la entrada del ATCR, como el cacao, la leucaena y otros árboles maderables.
Con el paso del tiempo, la población firmante de paz y la comunidad de Charras construyeron la cancha de voleibol, de fútbol, el gimnasio, un aula digital, una sastrería y el Supermercado Buendía. Algunas de estas iniciativas las realizaron con el apoyo de cooperación internacional. Han desarrollado proyectos productivos como el turismo comunitario, la ganadería e incluso una emisora.
También crearon en 2019 la Asociación de Mujeres de Paz -Asomusepaz- y con ella han ejecutado proyectos productivos con ovejas, por ejemplo. Mayerly afirma que esta organización “potencia el desarrollo económico de todas y visibiliza que las mujeres hacen lo mismo que los hombres en los trabajos del campo y por eso no se deben discriminar”.
Jimena dice que entre la población firmante de paz y la comunidad de Charras y otras veredas aledañas, comparten “el valor de colaborar al otro”. No pierden “el horizonte de ayudar a las demás personas”. Incluso tienen estipulado un día cívico en el que todos y todas realizan trabajos comunitarios.
“Limpiar calles, lavar represas, hacer aseo, el último día del mes”, explica Jimena. Lo que más le gusta a ella de vivir aquí es precisamente el compañerismo. “A pesar de que hemos vivido y hemos pasado por situaciones difíciles, pues siempre estamos todos ahí”, concluye. Mayerly coincide con Jimena. Cuenta que en la vereda hay un internado donde estudian y viven estudiantes debido a que sus familiares se encuentran en lugares muy apartados. “No tenía luz ni agua y eso cambió con nuestra llegada. Ahora los baños, salones y dormitorios están en buenas condiciones”.
El traslado que no llega
Varias iniciativas como la instalación del internet, han estado paralizadas debido a la posibilidad constante de traslado. Según la Agencia para la Reincorporación y la Normalización -ARN-, este ATCR tiene 10 hectáreas y 6.439 metros cuadrados. Se construyó dentro del área de la Zona de Reserva Forestal de la Ley 02 de 1959 y además el gobierno nacional obtuvo las tierras bajo arriendo. Esto limita las posibilidades de la comunidad firmante de paz de tener propiedad sobre la tierra y condiciona la inversión pública.
Según Giovanny Tellez, más conocido como Leonel, al principio se le dijo a la comunidad firmante de paz que iban a estar allí durante siete meses y luego se trasladarían al centro poblado Boquerón. “Luego fue que a los dos años y de dos años ya llevamos siete años, casi ocho, esperando”.
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Actualmente la promesa realizada por parte del Gobierno Nacional y la ARN, es que para junio del próximo año podrán trasladarse a Boquerón a casas prefabricadas que contarán con una vida útil de 10 años. Serán provisionales, de nuevo. Leonel dice que la idea es que más o menos en cinco años les puedan dar casa propia y digna. “Son trámites y barreras que siempre pone el gobierno para la construcción de paz”. Agrega que en el nuevo lugar podrán tener más oportunidades de empleo y educación.
Mientras Jimena sofríe la carne del almuerzo, se queja por el desgaste de sus casas provisionales y la espera de sus viviendas dignas en Boquerón. Cuenta que el gobierno todavía no le ha dado el capital semilla de 8 millones a varios de sus compañeros. Ella sí fue beneficiada y su proyecto productivo fue de ganadería. “Todavía lo tengo pero las ayudas han sido pocas y ha sido duro sostenerlo porque uno no tiene capital. Eso para que le dé a uno se demora”.
A pesar de esas dificultades, Jimena afirma que se está construyendo paz en el territorio. “Nosotros nos sentimos tranquilos viviendo acá. Se siente uno más seguro que en San José y en Villavicencio”. Ha sentido estigmatización en estos lugares. “La gente no sabe pero si habla y dice que somos unos matones”. Charras se ha transformado y su tejido social y comunitario se ha fortalecido mientras la población firmante sigue esperando su vivienda digna en otro territorio.
La hija de Jimena tiene seis años, un vestido rosado y blanco y monta en su bicicleta rosada por todas las calles de Charras. Es una de los casi 200 niños y niñas,que son hijas e hijos de la paz que se ven jugando en un domingo cualquiera en la cancha, el gimnasio, los antejardines de las casas de madera y superboard. Crecen en un territorio de paz y le dan esperanza a sus padres y madres que siguen esperando asentarse y echar raíces en condiciones dignas.
*Nombre cambiado a petición de la fuente.
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