Mi andar es sigiloso, mis ojos ven en la penumbra. Me llaman cuidador de los bosques y de las selvas. Hace más de tres años en el departamento del Guaviare, organizaciones sociales de base comunitaria se juntaron para protegerme y establecieron un corredor donde podemos convivir en armonía y así mismo defender el territorio y la biodiversidad.
Desde hace siglos, indígenas de todo latinoamérica me han venerado como un dios, un puente entre lo terrenal y lo sagrado. En Centroamérica la cultura maya me decía Balam, las y los mapuches del sur me llamaban Nawel, en los Andes recibía el nombre de Uturunku en lenguaje quechua y Namú me gritaban las comunidades de lo que hoy en día es Panamá y Costa Rica.
Soy el felino más grande de América y el tercero en el mundo. Fuerza y sabiduría. Jesús Ramón Crespo Valencia, indígena piratapuyo, perteneciente al resguardo Panoré de San José del Guaviare, dice que soy una figura muy ancestral. “Para unos, un ser mitológico que está desde el origen y la creación, para otros, juega un papel en el proceso de transformación del indígena”.
Jesús Ramón recuerda el vínculo que tengo con el payé o líder espiritual de las comunidades. Soy el guardián de la casa de los animales: “para que un payé pase la última prueba tiene que ir allí a tomar la chica, pero al llegar está un jaguar en la entrada. Por eso cumple una función espiritual”.
En Colombia, según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible solamente quedamos aproximadamente 16 000 ya que los campesinos y campesinas nos han visto con miedo y nos han cazado. En Latinoamérica me muevo con majestuosidad y elegancia. Sin embargo, el Fondo Mundial para la Naturaleza -WWF-, la mayor organización internacional independiente dedicada a la conservación de la naturaleza, afirma que mi área de distribución en este país se ha reducido en un 39% aproximadamente y he perdido el 40% de mi territorio en México. He desaparecido de casi el 50% de mi territorio original y me encuentro extinto en El Salvador y Uruguay. El 20% de esta pérdida se dio en tan solo 12 años, entre 2002 y 2015.
Mi corredor en el Guaviare
En los ecosistemas, mi papel es vital. Como el depredador que está más arriba en la cadena alimenticia, mantengo el equilibrio entre las especies, regulando las poblaciones de aquellos que también habitan mi territorio. Sin mí, los ecosistemas se desmoronan. Los bosques pierden su armonía, y los ciclos de la vida se desequilibran. Yo soy la clave para que la selva respire, para que sus ríos fluyan libres y sus árboles sigan alzándose hacia el cielo.
Pero mi lucha no es nueva. Hace siglos he compartido mi hogar con el ser humano, enfrentando su expansión. Mis territorios han sido invadidos por caminos, cultivos y minas. Los ríos que antaño eran mi refugio ahora llevan veneno, y los bosques que me ocultaban caen bajo el filo de motosierras. Me han cazado por miedo, por codicia, por ignorancia. Sin embargo, también he conocido el respeto y la admiración. En el Guaviare, en el corazón de Colombia, campesinos y campesinas están comenzando a entender que para proteger la selva deben protegerme a mí.
La coordinadora del programa de pequeñas donaciones -PPD- del Fondo Para el Medio Ambiente Mundial -FMAM- que es implementado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD-, Ana Beatriz Barona, dice que la estrategia de protección del Corredor del Jaguar junta a organizaciones comunitarias que tienen una apuesta de preservar la conectividad ecológica para protegerme a mí y a todos los ecosistemas que me dan vida.
Esta estrategia, dice Ana, surge entre tres a cuatro años atrás por los conflictos que se presentaban conmigo y los seres humanos. En ese entonces yo cazaba ganado y mi ecosistema, la fauna y mis presas se veían afectadas por el accionar de las personas. Se plantean unas medidas de convivencia y antidepredatorias. “Hay una mesa de gobernanza y unas líneas de trabajo dentro de esta estrategia”.
Por un lado están todas las acciones de conservación, basadas en ejercicios de promotoría campesina, donde las mismas personas se han formado para darle frente a mis ataques, establecer unas medidas de convivencia y recuperar las conectividades para que mi hábitat esté en mejores condiciones. También se basa en ejercicios de trabajo de campesino a campesino para que todos y todas tengan las herramientas que permitan la convivencia conmigo.
Otra de las líneas de trabajo es la de los medios de vida porque las organizaciones dicen que es necesario tener fuentes de ingreso y alternativas productivas para poder convivir bien conmigo. Una de las iniciativas es el turismo comunitario.
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Una tercera línea es el trabajo en comunicación y pedagogía. Los líderes y lideresas comunitarias tienen una convicción fuerte, según Ana, de que es necesario trabajar con las nuevas generaciones. Hay una apuesta con las instituciones educativas que permita que los niños y niñas conozcan mejor nuestro territorio, para poder conservarlo y así mismo se relacionen de una manera distinta.
La cuarta línea es fortalecer la gobernanza, para que estas organizaciones tengan capacidad para gestionar el territorio, relacionarse y complementarse con el trabajo de las instituciones como la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y Oriente Amazónico Colombiano -CDA-, cooperantes internacionales, alcaldía y gobernación. En esas cuatro líneas está planteada la estrategia del corredor del jaguar.
Cesar Bernal, enlace territorial del Guaviare para WWF explica que se están involucrando a las juventudes niños, niñas, mujeres. Hemos identificado que hay mayor apropiación, hay una estructura que la llaman Mesa Principal de Gobernanza Comunitaria del Corredor del Jaguar y son quienes de manera directa están tomando sus propias decisiones frente a inversiones, proyectos y prioridades”. Hay evidencia científica de que han disminuído mis ataques a la ganadería, lo que ha mejorado la convivencia.
Esta estrategia ha permitido que las organizaciones sociales se relacionen de manera distinta. Ana dice que por ahí empieza el proceso de reconciliación entre todos y todas, entre organizaciones, con la fauna y la naturaleza. El área de gestión de esta estrategia de protección son más de 100.000 hectáreas que van desde la Serranía de La Lindosa, hasta la vereda Charras, de San José del Guaviare.
Hay un trabajo de monitoreo comunitario en donde me vigilan con fototrampeo y analizan la información: por donde transito, cómo me comporto, cuáles son mis patrones y toda la fauna asociada a mí. A partir de eso se ha planteado que el área debe ser más amplia y por eso las instituciones han fomentado que se recoja también el sur del Meta. Ana afirma que se está hablando de un área de más de 400 000 hectáreas que conectan al Guaviare y el Meta y donde hay diferentes áreas protegidas desde La Macarena hasta el Chiribiquete pasando por la Reserva Nukak.
Esto es un reto que implica vincular a nuevos municipios y organizaciones, lo que quiere decir que se debe de seguir fortaleciendo la línea de gobernanza para que las organizaciones sociales inviten a nuevas Juntas de Acción Comunal, que conozcan esta estrategia y que se sumen a estas acciones que empiezan en cada una de las fincas y que se expanden de manera comunitaria.
Festival semana del jaguar
Esta estrategia demuestra un nivel de apropiación y de liderazgo fundamental. Ana cuenta que hay 20 organizaciones a las que se están apoyando y que desarrollan acciones de turismo e incluyen como valor agregado la conservación mía y del territorio. Quienes visitan no solo asisten a ver los atractivos naturales sino también a conocer y vivir las apuestas en donde se evidencia el trabajo articulado y donde se plantea un ejercicio colaborativo a través de cuatro circuitos que se lanzaron oficialmente en el Segundo Festival Semana del Jaguar el año pasado.
El primer circuito es el de la Lindosa sobre pedagogía científica, el segundo es de Pinturas Rupestres sobre mis sendas y los trazos ancestrales de quienes convivían conmigo hace milenios, el tercero sobre Agua y Paz de avistamiento y experiencias de reconciliación y el cuarto sobre aprendizaje que recoge las voces campesinas protegiéndome.
El 13 y el 14 de noviembre del 2024 se realizó en San José del Guaviare este festival en mi honor, con talleres, batucada, muestras artísticas, cine foro, charlas, conversatorios, en donde se reunieron estas organizaciones sociales y se hizo el lanzamiento oficial de los cuatro circuitos.
Fue un intercambio de experiencias en donde las personas dialogaron sobre mi rol fundamental en los ecosistemas, en nuestro territorio. Amanda Oliveros Poloche fue una de las asistentes. Es una campesina de 70 años, morena, madre de nueve hijos y con dos lunares en el rostro.
Ella me percibe con transparencia e inocencia. Dice que soy lo más lindo que hay, porque me vio brillar en la oscuridad de la noche como si fuera oro. Pasé a su lado y en vez de sentir miedo su reacción fue de asombro y amabilidad, por eso seguí con mi rumbo. Varias veces Amanda me ha visto cruzar por el río Guaviare hacia el departamento del Meta, evitando la zona urbana de San José, para luego volver a cruzar e internarme en la selva.
“No los maten” le dice a la gente, a sus vecinos, vecinas, amigos y amigas, porque soy hermoso. “Ese cara, ese cuerpo, esa cola, a rato anda despacio y a rato abre esos ojos y ven todo lo que sucede, ven todo lo que nosotros no vemos”. Aunque una vez me le comí un becerro a Amanda, que es oriunda de El Retorno, ella es consciente de que hay que protegerme y cuidarme.
Mi existencia sigue siendo frágil. En muchas partes de Latinoamérica, estoy al borde de la extinción como en Argentina y Paraguay. Cada día pierdo un poco más de mi hogar. Pero si el ser humano decide escuchar, si decide proteger lo que queda de la selva, yo podré seguir siendo ese espíritu que vela por la vida y el equilibrio. Yo soy el jaguar, y mi destino está entrelazado con el de ustedes. Si yo desaparezco, una parte de la selva también lo hará. Pero si me protegen, podemos asegurar que la Amazonía siga siendo ese territorio verde esencial para el planeta.
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