«La grandeza de un hombre no se mide por el terreno que ocupan sus pies, sino por el horizonte que descubren sus ojos» José Martí.
La conmemoración de los cien años del nacimiento del fascismo, el pasado 23 de marzo, trae a colación el debate relacionado con los señalamientos de retorno y avance de esta ideología y práctica política en América Latina, particularmente en Brasil y Colombia.
Para 1919, Italia en particular, y en general Europa, salían de los estragos de la primera guerra mundial; guerra que no sólo dejó como saldo millones de muertos sino también una situación económica y social deplorable.
El avance de la revolución rusa y el proyecto comunista, obrero y emancipatorio de una clase social explotada, generaba grandes miedos entre los capitalistas europeos que veían en riesgo sus privilegios, obtenidos a través del abuso sobre seres humanos en condiciones de debilidad laboral, o a través del saqueo por medio de la violencia. Ante la miseria y la ignorancia generalizadas en las grandes masas de la población, estos “empresarios” se mostraban como los salvadores de la misma, que reclamaba seguridad y supervivencia material.
Benito Mussolini, ex militar de la guerra, aprovechó esta situación y fundó el grupo nacionalista y violento “Fasci italiani di combattimento”, que ejecutó su primer acción pública con el ataque al periódico socialista “Avanti”. A la postre se harían al poder al ser elegidos como diputados en 1921 con ayuda del rey Víctor Manuel III, de empresarios poderosos y del Vaticano. Combinaron no sólo el populismo político, sino también la violencia. Una de sus herramientas (además de la violenta), fue promulgar la existencia de una clase social minoritaria destinada por la Providencia para mandar y dirigir a la sociedad, en virtud de su superioridad, y otra destinada a obedecer. Otras herramientas fueron rescribir la historia, redefinirla, negarla, monopolizar los medios de comunicación, así como perseguir la diferencia política. El brazo de hierro: La economía y las fuerzas armadas y policiales.
Poco después, Mussolini asumió todos los poderes del Estado, transformó el régimen parlamentario, suprimió las libertades individuales, de organización y participación política e hizo de Italia un ícono del totalitarismo. Con su ejemplo y ayuda, surgieron los fascismos alemán, español y otros.
¿Suena parecida esta historia a la realidad más contemporánea de Suramérica, específicamente de Colombia?
Por supuesto. El partido que hoy gobierna, el uribismo, se nutre del mismo contexto que allende lo hicieran los compinches del Duce: Un país sumido en una guerra fatricida, que fue iniciada y promovida por las élites que han detentado el poder económico, político y social, pero que han peleado y sufrido las capas medias y pobres de la población. Una miseria creciente y cada vez más profunda, que se acompaña de altos niveles de ignorancia y barreras de acceso a la educación crítica y al conocimiento de la historia.
El monopolio de los medios de comunicación, en manos de ricos empresarios pertenecientes a las élites tradicionales o emergentes; el falseamiento y manipulación de dicha información, de la historia y de la realidad. El apoyo de esos factores de poder que son los terratenientes, industriales, comerciantes, mafias y las iglesias; para que el grupo extremista se organice – como lo hicieran en 1919 los fascistas italianos – alrededor de un caudillo carismático, megalómano y violento, llegando al poder representativo, para concentrarlo y avanzar en el establecimiento de un Estado Totalitario. Aquí también, el brazo de hierro corre por cuenta de las instituciones armadas oficiales y paramilitares, como del poder económico que promete la solución de los problemas materiales a una masa desesperada y convertida al fanatismo o sometida a la ignorancia. Tienen un destino manifiesto.
Y es aquí en donde llegamos a ese fascista que llevamos dentro.
Los sectores medios y aquellos que Gramsci llamó el Bloque Popular, particularmente en Colombia, se han sumido en enfrentamientos atávicos por cuenta de sus ansias de vanguardia. La confrontación con una ideología y práctica dominante de esa clase que explota, que violenta, requiere de juntarse por lo que nos une, de conocer y reconocer al otro, su validez, su espacio en el mundo.
Quienes han impedido esa unidad, están parapetados sobre la vanidad de su preeminencia, con lo cual creen (y así actúan) que son una nueva élite que está en posesión de la verdad, y así mismo, está destinada a mandar sobre aquel rebaño de humildes que deambulan sin objetivo por los caminos estériles de este mundo.
El enterarme del señalamiento que alguno de esos “importantes” hiciera aquí en nuestro terruño, hace algunos días, para referirse a una de las personas que comparte asiento en la organización social que los reúne, en términos de decir que “ese simple mensajero nos voltió el plan”, me permite reflexionar que el pensamiento fascista también anida en nuestras organizaciones.
Es menester luchar por erradicar esas prácticas y ese modo de pensar. La democracia avanza en este país y en este departamento, pese a las dificultades. Una generación más generosa, más comprometida, emerge para realizar el cambio que ayude en el fortalecimiento de ese Bloque Popular que materializará los derechos que merecemos.