“Mujeres domésticas y esclavos son el síntoma del orden de privilegio: tanto unas como otros son propiedad de sus amos, ni unas ni otros pueden elegir su suerte ni oficio”

Actualmente en Colombia, especialmente en las zonas rurales observamos cómo una gran parte de la población no concibe que las mujeres puedan desarrollarse en otras áreas del saber o espacios diferentes a las tareas del hogar, pensamiento que lleva siglos posicionado en nuestra sociedad patriarcal.

La ilustración que claramente permitía analizar la importancia de los derechos humanos, laborales y en general crear condiciones de dignidad (que en la práctica no se veían), se convirtió en una contradicción cuando sus representantes demostraron que lo que planteaban no incluía a las mujeres, ya que para ellos “El estado ideal es una república en la cual cada varón es jefe de familia y ciudadano” (Valcárcel). Y por ende para iluminados como Rousseau, aunque explicaba que las mujeres y los hombres tenían los mismos órganos, necesidades y facultades, no podían ser comparables, ya que mientras  “uno debe ser activo y fuerte, el otro pasivo y débil” y la mujer, según él, había nacido para agradar al hombre.

Y fue así como los hombres de la época de  la revolución francesa, son recordados y aclamados por sus contribuciones a convertirnos en “seres democráticos y de derechos”, que aunque importante, también se debe recordar que atacaban a aquellas mujeres quienes evidenciaron que ellas también eran sujetas de derechos, y que podían aportar mucho más que un almuerzo. Olympia de Gouges por ejemplo, fue guillotinada y a las que no les terminaron su vida, las difamaron y burlaron, como a Mary Wollstonecraft, quien soñó también a las féminas participando en política.

Las mujeres, como nos recuerda la filósofa Amelia Valcárcel “eran consideradas hijas o madres en poder de sus padres, esposos e incluso sus hijos. No tenían derecho a administrar su propiedad, fijar o abandonar su domicilio, ejercer la patria potestad, mantener una profesión o emplearse sin permiso, rechazar a un padre o marido violentos. La obediencia, el respeto, la abnegación y el sacrificio quedaban fijadas como sus virtudes obligatorias. El nuevo derecho penal fijó para ellas delitos específicos que, como el adulterio y el aborto, consagraban que sus cuerpos no les pertenecían” y actualmente aunque las diferentes luchas nos han permitido hemos avanzar en materia de equidad de género, el camino aún es largo.

Porque aún hoy, como en la época de la ilustración sigue habiendo Rosseaus que señalan el sitio donde alguien, en este caso las mujeres, deberían estar o qué hacer con su cuerpo.

Entre las frases más celebres de Rosseaus estaban las siguientes:

“El hombre y la mujer se hicieron el uno para el otro, pero la dependencia mutua no es la misma”.

“La educación de las mujeres siempre debe de ser relativa a los hombres: agrados, sernos de utilidad, hacernos amarlas y estimarlas, educarnos cuando somos jóvenes y cuidarnos cuando somos adultos, aconsejarnos, consolarnos, hacer nuestras vidas fáciles y agradables”.

Mary Wollstonecraft le permitió a las personas de aquella época reflexionar con que las mujeres no sólo existían para la reproducción, para ser las doncellas vigilantes y laboriosas; sino por el contrario luchó porque nos consideraran como seres humanos antes que sexuales.

“No lucho contra sus cenizas, sino contra sus opiniones. Lucho solo contra la sensibilidad que le llevó a degradar a la mujer al hacerla esclava del amor”.

Ciertamente en la ilustración, considerada como el retorno de las democracias, los hijos de las luces en su mayoría manejaron “un discurso solapado con el flagrante aumento de desigualdades e injusticias”, en el que las mujeres que se atrevieron a hablar, fueron atacadas, ultrajadas y asesinadas y sin embargo lograron poner la discusión en espacios públicos, porque fuimos, somos y seremos seres sujetas libres y autónomas.

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