Crónica de una tentativa de suicidio: el reflejo de la crisis de salud mental en Colombia

En la penumbra de la vida cotidiana, donde las sombras de la desesperanza a menudo se entrelazan con la realidad social, el suicidio emerge como una tragedia silenciosa en Colombia. Este fenómeno, que no distingue entre regiones ni estratos sociales, revela una crisis profunda que va más allá de las estadísticas y los números fríos. 

En Colombia, según el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, en 2023 se censaron 3.145 casos de suicidio en el país, de los cuales el 77,7% se registraron en hombres; observando un incremento del 10,93% en comparación con 2022. En cuanto a los intentos, el Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública – SIVIGILA, reveló 28.879 registros notificados, de los cuales 18.350 corresponden a mujeres, y 10.529 a hombres. 

Cifras que evidencian cómo en los rincones más apartados de la geografía colombiana y en el bullicioso centro de sus ciudades, el suicidio se presenta como un grito ahogado de quienes luchan con el peso de una existencia cada vez más compleja y dolorosa. Fue entonces, como ahondando entre cifras, historias y redes de confianza, conocí a quien hoy le llamaremos: “Gabriela”. 

Era domingo cuando la conocí, nos encontramos en uno de los tantos viajes que realizo hacia la finca de mis padres, ubicada sobre la vía Puerto Gaitán. Tras semanas de establecer contacto y hablar sobre casos de violencias, discriminaciones e historias cercanas sobre abusos, la jóven -que es contemporánea conmigo- quiso contarme su historia y hoy, casi cuatro meses después, decido publicarla como respuesta a su solicitud. 

Gabriela tiene 23 años, es una mujer alta, de contextura media, tono de piel trigueño y personalidad introvertida que varía conforme su círculo se vuelve confiable. Y no es para más, su historia forjó la “madurez” que muchos admiran hoy y la valentía de continuar levantándose tras siete años de su “incidente” -como ella lo llama hoy-.

Era 2016, la jóven tenía 15 años en ese entonces, cursaba décimo grado de bachillerato y la ilusión de terminar su ciclo escolar aumentaba cada día más, sin embargo, lejos estaba ella de imaginar que en su vida se harían presentes nuevas emociones, fruto de circunstancias dolorosas. “En ese año pasaron muchas cosas; me enamoré, me rompieron el corazón, una amiga me traicionó, mi mamá enfermó gravemente y me sentía sola. Imagínese, parecen cosas sencillas, pero ¿cómo una adolescente de 15 años lo gestiona? En esa etapa nadie le para bolas a una”, afirmó la chica mientras tomaba un sorbo de limonada y sonreía irónica y desesperanzadamente. 

Según su relato, Gabriela en 2016 entró en un estado depresivo, no salía de casa, se aisló de sus amigas y sus notas académicas bajaron notablemente. Como ella afirma “solo lloraba y era grosera”, hasta que un día, en medio de pensamientos que rondaban su situación personal y familiar, materializó su dolor a través del “cutting”. 

De acuerdo con el Hospital San Juan Capestrano, “el cutting o también llamado self injury o risuka, se refiere a la automutilación o cortes en la piel que algunas personas se realizan de manera intencional sin el propósito inmediato de atentar contra su vida”- Una práctica que se volvió cotidiana en la vida de Gabriela y se volvió un agravante conforme pasó el tiempo-. 

“Yo me acercaba a mis amigas y personas que confiaba, hasta a profesores les llegué a decir que me sentía muy mal, pero con sus gestos y hasta con palabras me decían que dejara de llamar la atención y que dejara de quejarme; que agradeciera por lo que tenía que yo vivía bien. Entonces aprendí a las malas a guardarme todo para mí”, puntualizó la mujer. 

Finalizó el año 2016, continuó el 2017 y pese a que su situación emocional no mejoraba, Gabriela logró cursar a grado once -el último en el ciclo escolar-, sin embargo, fue en este año que su vida casi llega al fin. 

Conforme al relato de quien en ese entonces era una adolescente, fue un domingo -específicamente una tarde del 27 de agosto- cuando luego de recibir una noticia -que a hoy no se conoce-, ella decidió intentar acabar con su vida en el baño de su habitación mientras se encontraba sola en casa. “No, yo estaba destruida, recuerdo que llevaba horas llorando y hubo un momento en que el dolor me nubló la conciencia y pasó lo que pasó. Si no fuera por mis papás, no estaría contando la historia”, narró. 

Hicimos una pausa. Sus ojos se nublaron, su nariz enrojeció y sus manos se entrelazaron, no era fácil hacer ese viaje en el tiempo. Bastaron unos minutos y retomamos: 

  • Perdón, Lina, pero todo lo que ocurrió a partir de ese momento es algo que aún recuerdo con mucho dolor. -Manifestó excusándose por solicitar detener la entrevista-. Pero sigamos, la historia es larga y aún estamos empezando… -concluyó. 

“Ese día mis papás llegaron a casa y hasta donde recuerdo, mi mamá fue quien me halló en el baño tras varios llamados y no responder. Yo estaba en el piso, la sangre corría por las baldosas blancas y mi mamá gritaba ¨LA NIÑA, LA NIÑA SE NOS MATÓ¨, mientras mi papá me cargó y me subió al carro. Cuando me levanté, me estaban ingresando al Hospital local de Puerto López”, afirmó Gabriela. Continuó: ¨Yo iba casi que inconsciente, pero logré escuchar a las enfermeras que me llevaban en la camilla presionándome la muñeca, diciéndome a regañadientes: ¨Dios nunca le va a perdonar esto¨ ¨La vida es muy linda, que necesidad tienen de hacerlo, desagradecidos que son los jóvenes de hoy día¨, entre otra serie de aseveraciones. 

Suturaron su muñeca con siete puntos, inmediatamente ordenaron su traslado para el Hospital Departamental de Villavicencio, llegando a sus instalaciones un par de horas después. “Cuando entré a uno de los consultorios, el hombre que estaba allí, delante de mi mamá e ignorando el proceso que estábamos viviendo me dijo: ¨Si quería matarse, ¿por qué no se tiró del último piso de la Gobernación; así no se hubiera ganado su hospitalización, pero ya se la ganó¨”. 

¿Cómo alguien que estaba atravesando por una crisis emocional e intento de suicidio, podría recibir ese tipo de trato, en lugar de acompañamiento profesional? fue una de las preguntas que cruzó por mi mente mientras la escuchaba hablar. 

Y es que, a lo largo de la historia, el suicidio ha sido una opción considerada por algunas personas en contextos donde alternativas como la eutanasia aún no estaban aprobadas, o bien, como una manifestación de autonomía personal frente a circunstancias extremas. Sin embargo, es crucial reconocer que la mayoría de los casos de suicidio no se deben a una elección consciente y bien deliberada, sino a una combinación de factores como la falta de apoyo psicológico, recursos insuficientes y una red de apoyo deficiente.

De acuerdo con la investigación “Estigma social en el comportamiento suicida: reflexiones bioéticas”, publicada por la Revista Bioética en el año 2015, “la falta de preparación para lidiar con el fenómeno también es patente en las acciones de poder público, que cuenta con pocas estrategias de promoción de políticas o programas específicamente dirigidos tanto a la prevención de suicidios, como a la acogida, encaminamiento y cuidado de los individuos que intentaron ese acto, de forma de atenderlos en su integridad, así como a sus familias”.

Tras su ingreso, toda la noche estuvo medicada y con suero intravenoso, en uno de los pasillos del hospital. Al día siguiente, fue internada. “Cuando llegué todas las enfermeras y médicos fueron amables conmigo. Yo pensé que mi mamá podría quedarse conmigo toda la noche como ocurre en un hospital normal, pero no, en ese momento le dijeron a mi mamá que fuera a descansar y me trajera productos de aseo personal y ropa. Seguido le dijeron los horarios de visita. Una visita que solo duraba unas horas al día”, expresó con su voz quebrantada, “era la primera vez que me separaba de ella”, puntualizó. 

A Gabriela la hospitalizaron en la Unidad de Salud Mental, era menor de edad cuando ello ocurrió, sin embargo, según su relato, dentro de las instalaciones pese a que intentaron tener un espacio donde ella estuviera vigilada y a la vista de los y las enfermeras durante las noches -especialmente-, fueron intentos fallidos. “A mí me daban cuatro pastillas diarias, yo ni era persona. Las habitaciones aunque tenían puertas no tenían seguridad -cualquier persona podría entrar-. Una madrugada cualquiera me desperté y no entiendo cómo ocurrió, pero junto a mi cama vi a un anciano parado viéndome. Me asusté tanto que le grité a la enfermera de turno mientras lloraba”, manifestó.  

Pero eso no es todo, durante sus semanas como interna ocurrieron diversos sucesos que pusieron su vida en peligro, y nunca hubo un plan de contingencia efectivo. Caso tal fue el día en el que otra de las pacientes arremetió contra su integridad, mientras ella -Gabriela- se dirigía hacia la sala de terapia grupal, arañándola y halándole el cabello al mismo tiempo que la agredía verbalmente. “Ella me pegó y me trató mal, fue a unos tres pasos del área de enfermería. Pensé que se la llevarían o trasladarían, pero no, ella siguió representando un riesgo para mí como menor de edad”, afirmó. 

Otro de los casos que Gabriela resalta y que pudo tener un final desastroso, fue cuando uno de los internos intentó escaparse en la noche justo antes de la hora de la medicación, fue entonces cuando alertaron la situación y emprendieron la búsqueda. “Todos estábamos ahí porque ya nos estaban llamando para tomarnos las pastas, cuando de repente el tipo aparece asustado con un arma cortopunzante; hubo gritos, lágrimas y desespero, yo corrí a esconderme a la enfermería junto a Cleni, una paciente discapacitada que se ganó mi corazón. Ella tenía como 30, pero actuaba como una niña de 10”, argumentó, mientras agregaba “al tipo lo neutralizaron fue gracias a Andrés, un paciente que ingresó porque lo encontraron drogado en el borde de una vía, y no encontraban a sus familiares”. 

¿Cómo es que los centros de salud, en este caso mental, no tienen rutas que protejan a sus pacientes en casos desesperados? pero, sobre todo, ¿cómo no tienen áreas en las que seccionen a los y las menores de edad? ¿Qué habría ocurrido si la paciente hubiese estado armada con uno de los lápices de la sala de terapia? o, ¿qué habría ocurrido si quien trató de huir hubiese tomado otro paciente como rehén o le hubiese herido en medio del ajetreo? 

De acuerdo con la American Psychiatric Association, “la seguridad de los pacientes en centros de salud mental es una preocupación crítica y multifacética. Las instalaciones deben implementar protocolos estrictos para manejar crisis, asegurar un entorno seguro, y proteger a los pacientes vulnerables, especialmente menores de edad. El diseño del entorno y la capacitación del personal en técnicas de desescalación son fundamentales para minimizar riesgos y manejar situaciones potencialmente peligrosas”. Sin embargo, los rezagos parecen perpetuarse.

Mientras hablábamos, Gabriela se dirigió a su habitación, sacó un cuadernillo donde se realizan dibujos profesionales, unos carteles de bienvenida y muchas cartas que recibió por parte de sus compañeros y compañeras de colegio. Mientras me narraba a quién correspondían, enfatizó en uno: “Esto me lo escribió una interna, una mujer que fue reina de belleza en el Meta y a quien sus hijos le dieron la espalda, nos hicimos muy buenas amigas. Ahora debe tener cerca de 70 años”. 

Continuamos con su historia, fue entonces cuando se le hizo un nudo en la garganta y me compartió que ¨yo a duras penas podía mantenerme en pie, algunas veces debían darme de comer debido a lo sedada que estaba por los medicamentos; no recuerdo su cara, ni recuerdo cómo ocurrió, solo me acuerdo subiéndome el short de la pijama en un cuarto oscuro, lo supe cuando salí, pero era de noche, las memorias son confusas”, aseveró. 

Gabriela fue abusada mientras estaba hospitalizada, y lo descubrió meses después por pequeños flashbacks que ella atribuía a sueños. A hoy, solo ella, su mejor amiga y ahora yo, conocemos a lo que estuvo expuesta, su revictimización y la falta de garantías de protección por parte del centro hospitalario.

Conforme al artículo No estamos todas: mujeres en hospitales psiquiátricos, publicado en el año 2019,  “resultan de sobra conocidos los abusos y violaciones que se producen en el internado de los hospitales psiquiátricos…No se problematiza el consentimiento desde la perspectiva de las desigualdades de género, mucho menos, desde el particular estado de las mujeres en el internado (sobremedicación, vulnerabilidad psíquica, aislamiento)”. Lo que normaliza este tipo de situaciones, y no prevé futuros riesgos de los y las internas.

A hoy, Gabriela es profesional, se dedica a su carrera, sonríe, tapa sus cicatrices para evitar preguntas incómodas y continúa asistiendo a terapia. Hace poco dejó de satanizar los medicamentos y trata de ser constante con ellos, ya que, como ella menciona “esa serie de eventos colisionó en un Trastorno Bipolar Afectivo tipo I”, con el que aprendió a vivir y ya no interfiere en su vida personal, o al menos no como inicialmente lo hacía.

Mientras las estadísticas muestran la magnitud del problema, historias como esta, nos enfrentan a la cruda realidad de una estructura de salud mental que debe evolucionar para enfrentar las necesidades reales de sus pacientes. La revictimización, la estigmatización y la falta de garantías de protección son barreras que perpetúan el sufrimiento y que deben ser abordadas con urgencia y empatía.

Llegó la hora de la despedida, ambas nos pusimos en pie, ella me abrazó, me agradeció por escucharle y finalizó nuestro encuentro con las siguientes palabras: “Gracias, hoy doy por terminado ese capítulo de mi vida que siempre tenía puntos y comas”.

A los padres que atraviesan por estas situaciones: en el sitio web de Child Mind Institute pueden encontrar la “Guía completa sobre hospitalización de emergencia”,  un documento que orienta a realizar acciones paso a paso y hacer de este tránsito, uno consciente e informado. 

A Gabriela, gracias por resistir, compartirme su historia y continuar luchando contra un sistema que tiene averías estructurales que se espera, mejoren y no dejen más víctimas. 

Si desean conocer más información sobre este tema, les invitamos a leer el artículo “Puente Galán – Mesetas: La urgencia de abordar la salud mental en Villavicencio de manera integral”.

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